Fuera del área de cobertura

Mi primer artículo de viajes fue sobre la ciudad de Iquitos y lo escribí en
la máquina de escribir Olivetti de mi madre. Si me equivocaba al tipear
tenía Liquid Paper para remendarlo. En esa época, 30 años atrás, las
referencias eran libros, enciclopedias, revistas de viaje y las guías Lonely
Planet, que fueron una revolución porque estaban llenas de datos en un
tiempo con menos información.
En ese viaje a Iquitos recorrí durante varios meses el Amazonas. Recuerdo
esperar una semana en Yurimaguas la salida de la nave Gardenia que
remontaría el río Huallaga, luego el Marañón y finalmente el Amazonas
hasta Iquitos. Todas las mañana iba al puerto con mi pasaje en la mano y
encontraba un pizarrón verde con la misma notificación en tiza: Sale hoy
día a Iquitos. Pero pasaban los días y no salía porque los dueños no
completaban la cantidad de pasajeros deseada: todos los pasajeros. Un
curso de paciencia, y el día de la marmota.

Llegar a lugares remotos requería un compromiso con el viaje: había que
conseguir mapas –físicos, claro–, estudiarlos y marcar pueblos que de tan
chicos no figuraban. Lo mejor y más efectivo era encontrar a alguien que
hubiera estado ahí y preguntarle. El boca a boca valía más que un rubí.
Hoy existen foros, influencers y la IA. Antes era necesaria la IP (intuición
propia) para abrirse camino en destinos lejanos.
En estos 30 años cambió el mundo del periodismo y el mundo de los viajes.
Cuando empecé a escribir no era fácil publicar en un diario o en una
revista, y si no lo lograbas el viaje permanecía en el círculo íntimo de
parientes y amigos. ¿Vienen a ver las diapositivas de la India esta noche?

En la era de las pantallas cualquier persona puede escribir sus aventuras y
mostrar sus fotos en plataformas gratuitas. ¿Pasaron 30 años o un siglo?
El mundo de los viajes también cambió: después del 9/11 se endurecieron
los controles parar atravesar las fronteras y hay que medio desvestirse en
los aeropuertos: que la campera y los zapatos, que el cinturón y la gorra.
Incorporamos la incomodidad como una tropa mansa. El deseo de viajar es
más fuerte.
En la pandemia hubo un momento de incertidumbre y miedo. ¿Dejaríamos
de viajar? Pero la también pasó la pandemia y la industria turística, herida
de muerte, resurgió de las cenizas. El turismo ya alcanzó niveles de
crecimiento prepandémicos.
A veces me pregunto cómo contar el mundo en tiempos saturación
informativa. En pleno Antropoceno, ese parece ser el desafío del periodista
de viajes. Mi respuesta tiene algo de acto de resistencia. Frente a la
velocidad y a los videos que muestran todo y anulan el misterio elijo estar
ahí con espíritu recolector y los sentidos a flor de piel. Cuando estoy ahí
me acerco a las personas que habitan el territorio: conocer es el primer paso
para comprender. En tiempos de fake news busco historias de personas
auténticas y la gente que habita el territorio es real. Esa es la diferencia, el
superpoder: un relieve que la IA no capta.

Por eso me gusta aceptar viajes fuera del área de cobertura. Todavía quedan
lugares, como Península Mitre, que parecen un ejemplo de diccionario de
lo que significa estar lejos. Un lejos de caminar días y días sin cruzarse con
otros humanos, de hacer senderismo sin senderos. Lejos de sentarse en un
tronco frente al mar y ver ballenas jorobadas y huillines y lobitos ahí
nomás. Caminé 100 kilómetros a pie por el fin del mundo y volví para
contarlo. ¿Soy muy retro?

*Publiqué esta columna en el número aniversario de los 35 años de la Revista Lugares, en junio 2025.

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