El Palio II


Hoy se jugó el segundo -y último- Palio de 2013. Ganó la Onda (Ola). Gianluca debe estar llorando en alguna esquina de Siena. Posiblemente con amigos porque es un tipo popular. Ellos y él, todos llorando. Así me los imagino.

El día que Gianluca Nannini me acompañó al Palio la plaza estaba repleta. Entramos caminando por el barrio de la Onda, que tiene un delfín y olas en su bandera celeste y blanca.

La Plaza del Campo es el espacio público más importante de Siena. Durante siglos se usó para ferias y mercados. Cuando no hay Palio, se cubre con las sillas y mesas de los bares, cervecerías, restaurantes donde los turistas comen con vista al Palacio Público y a la Torre del Mangia, una torre gótica de ladrillo que tengo enfrente.

Los vecinos que viven frente a la plaza alquilan su balcón por 200, 300, 800 euros según la ubicación. También los bares alquilan balcones. El día que fui no había espacios libres. En los balcones la gente está elegante como si fuera a una velada de gala en el teatro. Llevan binoculares y les sirven Proseco (espumante). Hay turistas, sí, pero en la plaza se ven más italianos. Hablan en voz baja, secretean sobre posibles ganadores. También se hacen apuestas ilegales, pero eso no se ve.

–El Palio es complejo, muy complejo –dijo Gianluca en medio de sus propias explicaciones.

La pista por donde corren los caballos se llama Anelo de Tufo (anillo de polvo). Tiene una curva muy peligrosa, la Curva de San Martín, donde los caballos suelen caerse. La Sociedad Protectora de Animales elevó informes y quejas. Los organizadores del Palio no se preocuparon demasiado, pero pusieron unos colchones para evitar que se lastimaran. Una curiosidad del Palio, entre muchas: si el jinete se cae y el caballo sigue corriendo y llega a la meta gana el caballo y la contrada. Todo vale en el Palio.

Los caballos se sortean el día anterior a la carrera y solo ahí se sabe qué jinete los correrá. Y un dato insólito del Palio: antes de la carrera los caballos son bendecidos por el cura en la iglesia de su contrada. No, no en la entrada. Cruzan la puerta, ingresan como si fueran un fiel más y cerca del altar el cura los bendice y les apoya una estampita en la frente.

Los días previos al Palio y el día después la ciudad late distinto. Está envuelta en banderas medievales y se nota que hay gente de otras partes de Italia y del mundo. Las contrade desfilan por las calles angostas, entre vidrieras de marcas de lujo, gelaterias y el Duomo. Durante la semana del Palio Siena brilla.

Cuando termina el desfile llega el momento de mayor tensión. En ese momento, la plaza con 60.000 personas parece una iglesia vacía. No vuela una mosca y si dos turistas hablan fuerte los seneses los miran torcido. Quieren que se respete su tensión.
Se está sorteando cómo será la formación de los diez caballos para la largada. El último jinete sorteado, que entra desde atrás y al galope, y da comienzo al Palio. Pero para que eso suceda los caballos tienen que estar perfectamente alineados de lo contrario la carrera no empieza. Y no se alinean porque están negociando. Es la parte más loca del Palio. Los jinetes se venden a la vista de todos. Si creen que tienen una posición poco ventajosa para la carrera, entorpecen la llegada de otros, se cambian de bando, negocian. Y esas negociaciones pueden durar mucho, más de una hora.

–Si no se ponen de acuerdo y esto se estira mucho, me dice Gianluca, se correrá mañana.

De repente, se pusieron de acuerdo y arrancó el Palio. Diez guerreros montan a pelo diez caballos árabes, largos, feroces. La carrera dura un minuto y medio. O quizás menos. Al lado mío dos chicas de la Loba que gritaban desquiciadas. Alentaban al jinete con rabia, le pedían explicaciones en cada grito. Pero como todo es tan corto, enseguida se apagó el grito. Lo miré a Gianluca, no entiendo qué pasó. Iba ganando la Lupa pero en un momento la Oca lo pasó. Y en el medio la Pantera se cayó sobre los colchones.

–Momento, por favor, momento.

Gianluca no podía hablar, se llevó la mano a la frente, respiró profundo. Ganar la Oca, su segundo rival y esto lo desencajó completamente. No se lo esperaba. Parecía que tendría un ataque de nervios o rompería a llorar como niño. Unos metros más allá una nena rubia llora sobre los hombros de su padre y hacia el otro lado, dos simpatizantes de la Oca ríen y celebran el triunfo. Una metáfora de la vida.
Después se le pasó y a la salida nos encontramos con su amigo de la Oca, que no entra a la plaza por miedo al infarto. A pesar de ser de bandos contrarios hablaron lo más bien, discutieron y Gianluca lo felicitó a pesar de tener un nudo en el pecho.

A la salida de la plaza hubo estampidos, gritos y peleas que la policía enseguida separó. Los ristorantes y las osterías (tabernas) sacaron las mesas a la calle y daba la impresión de que la ciudad entera era un solo barrio de fiesta. La ciudad estaba iluminada a giorno y hubo fiesta hasta tarde. Antes de entrar a la Plaza del Campo Gianluca me había prometido llevarme al barrio de la contrada ganadora porque exhiben el Palio y festejan. Pero mientras caminábamos en la ciudad amurallada se puso serio, medio pálido y dijo:

–No puedo ir al barrio de la Oca, de verdad no me haría bien. Si quieres te puedo llevar y dejarte en la entrada, pero no me pidas que vaya.

***

Me perdí los festejos en la Oca, pero comimos y nos reímos en una ostería pequeña, familiar, con los platos de la nona. En el fondo de del salón la pintura del rostro de un alazán recortado sobre el cielo celeste, con las banderas de cada contrada. En la mitad de la cena llegó un amigo de Gianluca para hablar de la carrera, lamentar el resultado, preguntarse ma per che? Come? (pero ¿por qué? ¿cómo?). Los días posteriores y durante meses el Palio, como el clima, salpica la mayoría de las conversaciones.

Así fue el útlimo 2 de julio. Así de inquieto estaba Gianluca sin que jugara su contrada. Por eso pienso que hoy estará llorando. Le voy a escribir.

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