Nueva York desde… el suelo

Patricia Ulibarri es mexicana y tiene 36 años. Estudió Relaciones Internacionales y trabajó en las oficinas de las Naciones Unidas, en Nueva York. Cuando se dio cuenta que le gustaba más la cocina, estudió Artes Culinarias y buscó trabajo en una cocina. Hoy, de vuelta en México, escribe sobre gastronomía. Dice que le gusta describir lo que prueba porque es como volverlo a probar. Patricia es alumna de mi curso de Periodismo Turístico, y hace unos días escribió esta anécdota de cuando vivió en Nueva York.

Una ciudad cambia radicalmente cuando se vive ahí y cuando sólo se visita. De las dos maneras Manhattan tiene su encanto, pero vivirla, realmente vivirla, tiene un grado de dificultad. Por eso, el monólogo final de la película El Gran Kahuna sugiere: “Vive una vez en Nueva York pero vete antes de que te haga demasiado duro”. En Manhattan cada quien vive para adentro.

Llevaba ya varios meses viviendo en Nueva York. Me había costado trabajo la adaptación por el obligado silencio al que me sometía. No tenía amigos, ni familia. Sólo mis compañeros de trabajo de La Misión de México para Naciones Unidas. Mi trabajo como secretaria del Embajador, me tenía apartada del resto de la gente así que sólo a la hora de la comida intercambiábamos diálogos. Mi escritorio se encontraba afuera de su oficina y mi trabajo consistía en contestar el teléfono, llevar su agenda y no moverme de mi lugar. Cuando el Embajador salía a juntas de trabajo, me gustaba entrar a su oficina rodeada de vidrio, reconocer edificios que veía cuando caminaba allá abajo y que ahora los veía desde la altura. Se veía el río del Este (East River) por donde navegaban grandes barcos de carga que pasaban por debajo del puente de Queensboro. El edificio gigante de las Naciones Unidas y del otro lado, la Isla de Roosvelt con su característico anuncio retro de Pepsi que se iluminaba por las noches.

Era invierno y comenzaban las primeras nevadas, tímidas todavía. Nunca creí que fueran necesarios zapatos para caminar en la nieve por eso no estaba equipada para lo que venía. Tenía unas botitas de gamuza que mis amigos decían que parecían las de Pedro, el amigo de Heidi. La suelas estaban tan usadas que no tenían ni una grieta que sirviera de agarre, pero eran calentitas y cómodas y eso me bastaba. El día que sucedió la anécdota que ahora cuento salía de la gran Estación Central. En el interior, había mucha gente que iba o venía, y el aire caliente con olor a llanta que salía de los subterráneos se mezclaba con una ráfaga helada que entraba cada vez que se abrían las puertas laterales que eran parte de mi ruta de todos los días.
Las puertas se abrieron. La acera estaba cubierta de agua con nieve o de nieve con agua. Al dar el primer paso resbalé con tal rapidez que en segundos la cabeza me rebotó contra el asfalto y me encontraba recostada boca arriba observando que nada a mi alrededor había cambiado. La gente que caminaba hablando por sus celulares a toda prisa, simplemente me esquivaba y seguía su camino. Hasta que una señora se apiadó de mi y me ayudó a levantarme. Después de agradecerle, ella me contestó: «Dicen que si te caes en NY significa que no te vas a ir nunca.»
No se cumplió.

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2 respuestas a Nueva York desde… el suelo

  1. Hola , me gustaria contactarme contigo para arreglar un intercambio de links con algun de nuestros portales.
    Espero que me envés tu e-mail mi correo.

    Desde ya muchas gracias por tu atención

    saludos

    Mariela.-

  2. Buenísima anécdota, gracias por compartirla. Saludos.

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