Con la descabellada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y sacude y tironea al venado caído de modo que el cazador abandona la tarea de calmarlo, se prendió de mí una visión, la imagen de un gran barco de vapor sobre una montaña: el barco bajo el vapor serpenteando hacia arriba por su propia fuerza una pendiente pronunciada en la jungla, y encima una naturaleza que aniquila por igual a los quejosos y a los fuertes, la voz de Caruso que hace enmudecer todo dolor y todo grito de los animales de la selva y que extingue el canto de los pájaros. Mejor: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje, inacabado y abandonado por Dios en un rapto de ira, los pájaros no cantan; gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean el uno contra el otro con sus garras como gigantes, de horizonte a horizonte, en el vapor de una creación que aquí no fue acabada. Jadeantes de niebla y agotados se yerguen en este mundo irreal en una miseria irreal, y yo, como en una stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, me encuentro allí profundamente asustado.
Prólogo escrito por Werner Herzog para el libro, Conquista de lo inútil, su diario de filmación de Fitzcarraldo.