Dentro de poco se cumplirán cien años de la construcción del Canal de Panamá. “Desde que tomamos el control del canal todo cambió, ahora nuestro país es verdaderamente independiente”, me dice un empleado de impuestos en el Mercado de Mariscos, donde comí un vaso de ceviche de corvina por dos dólares. Y después me cuenta sobre los estudiantes que en 1964 se aventuraron a la Zona del Canal, que pertenecía a Estados Unidos, e izaron la bandera panameña. Fue un 9 de enero, que terminó con violencia y muertos. Hoy se celebra el Día de los Mártires en el país. Gracias a ese episodio se reabrió un acuerdo internacional de 1903 que cedía a Estados Unidos el control del canal a perpetuidad.
El 31 de diciembre de 1999 –después de veintidós años y por los Tratados Torrijos–Carter de 1977– Estados Unidos le transfirió el control del Canal a Panamá. En 2006 se aprobó el Referendum por la ampliación, y hoy casi todos los panameños con los que me cruzo están pendientes del canal y les gusta hablar de eso. “¿No leyó en el diario que ya llegaron las compuertas, “¿Escuchó que los chinos quieren construir un canal en Nicaragua?”, “¿Sabe que en el Canal trabajan más de diez mil empleados?”. “Cuando visite el Causeway piense que esa carretera se hizo con tierra de la construcción del canal”.
El día que visito las Esclusas de Miraflores el cielo está negro y, cada tanto, los rayos hacen un tajo eléctrico entre las nubes. Las esclusas se usan para subir y bajar los barcos que van de un océano a otro. No es que haya diferencia de altura entre el Atlántico y el Pacífico, es porque el Lago Gatún está a 23 metros de altura.
Allá lejos veo dos gigantes que se acercan, uno carga granos y el otro, combustible. Dos pesos pesados que aunque se ven cerca tardarán unos cuarenta minutos en llegar. Me da tiempo de recorrer los tres pisos del museo, que cuentan la historia de la construcción del Canal.
Llegan los enormes barcos y pasan lento hacia algún puerto del Pacífico.