Un nuevo sentido para el árbol de toronjas

toronja1Desde que conocí a Gustavo G. en el vuelo de San Francisco al DF, el árbol de toronjas cobró un nuevo sentido para mí. Ya no será solamente un árbol que da toronjas o pomelos rosados como les decimos en Argentina, sino un escondite frondoso que le cambió la vida a él a los otros tres que se hicieron los muertos en el desierto profundo de Arizona.

Hasta creo que no podré volver a escuchar la palabra toronja sin que se me aparezca la imagen de su cuerpo casi sin respirar y los perros de la migra abajo, registrando, oliendo y mostrando los colmillos. Cuando un camarero me pregunte en algún desayuno de hotel, «¿jugo de naranja o de toronja?» no podré evitar el recuerdo de Gustavo G.

Parece más grande, pero Gustavo G. tiene 24 años, cuerpo de luchador, aretes en las dos orejas, cabeza rapada, lentes de contacto azules y nervios. Se lo ve nervioso y todavía no sé por qué. Va sentado del lado de la ventanilla. Enseguida nos ponemos a conversar. Es simpático, cuenta chistes, como un precalentamiento para contar lo que viene después, que no tiene nada de broma y tiene todo de drama y suspenso.

P1230251Antes de que la azafata de Volaris pase convidando un snack con chile y limón, ya había escuchado su historia. Hace seis años Gustavo G. se fue de su pueblo Ixtapan de la Sal rumbo al Norte, ese Norte que todavía genera fantasías de una vida mejor entre muchos mexicanos.

Cruzó caminando, con otras treinta personas. Descansaron alrededor del árbol de toronjas cuando de repente se apareció la migra, con helicópteros, agentes armados y perros. Gustavo G. y otros tres se treparon al árbol de toronjas. El se movía en su rama y pronto iba a hacer caer algunas hojas. Entonces, un migrante más viejo le dijo desde la rama de al lado: «Cálmate y duérmete». Hoy, seis años más tarde, no sabe si se durmió pero cree que sí, porque cuando bajó ya era de noche y tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo. La migra ya no estaba, tampoco el resto de los migrantes. Quedaban sólo ellos cuatro y el desierto inmenso y oscuro. «Hacía tanto frío que nos abrazábamos entre los cuatro para producir calor», me dijo Gustavo G, que por aquella época tenía 18 años.

 Estuvieron perdidos cuatro días y tres noches. «Caminábamos de fil en fil, tratábamos de ubicarnos por el sol pero era muy difícil«. Gustavo G. habla con términos en spanglish y al rato entiendo que fil es field o campo. Cruzaron los campos y comieron toronjas durante tres días hasta que un hombre que vivía por ahí los metió en su ven (van) y después los llevó en su casa, a riesgo de ser deportado. No fue por generoso. Cuando los cuatro migrantes llegaran a sus destinos, alguien le pagaría al coyote. Y el nuevo coyote fue este hombre que vivía en el fil y que tenía una ven.

 El lo raiteó (le dio un raid) hasta Manteca, donde se encontró con su tío y donde empezó una nueva vida. Gustavo G. siente que después del árbol de toronjas volvió a nacer. Por eso esta noche viaja con una polera con un águila. Me cuenta que vio un video que cuenta una historia con la que él se siente identificado. Es la historia del águila que en un momento de su vida tiene que tomar una decisión: renovarse para seguir viviendo. Entonces, sube a lo más alto de una montaña y se arranca las uñas, el pico y las plumas que lleva desde su nacimiento y ya no le sirven. Después de ese proceso espera cinco meses y sale en su vuelo de renovación. 

P1230249Gustavo G. no tiene tatuajes pero si se hiciera uno sería un águila con cinco corazones, que son los integrantes de su familia. Es la primera vez en su vida que viaja en avión. Aunque después de su viaje extremo por el desierto, esto le parecerá una babosada, como le dicen en México a las tonterías. Se extraña en el despegue, no entiende que el avión tarde tanto en enderezarse: «Está padrote esto, pero ¿no me habré subido a un cohete?, ¿cuándo deja de subir? ¿hasta dónde vamos a llegar?» Cuando vuelve del baño me dice, sorprendido: «No entiendo cómo alguien puede tener fantasías sexuales en el baño de un avión, ¡yo apenas entro!»

Al bajar del avión Gustavo G. se encuentra con sus padres y hermanos que lo esperan ansiosos en la madrugada nublada del DF. Primero lo abraza la madre, la mujer que se ve radiante en la foto. No puede soltarlo ni dejar de mirarlo. Sigue el padre y luego, uno a uno, cada hermano. Se miran, se reconocen, se huelen. Es un encuentro animal.

El hijo que un día, hace mucho, se fue al Norte vuelve exitoso, con regalos para todos y dinero para montar un negocio. «Soy el junior, si a mi padre le pasa algo yo ocuparé su lugar», declara orgulloso. El DF apenas se despierta y la familia reunida sube al auto y se aleja por la carretera hacia Ixtapan de la Sal. Llevan a bordo a un sobreviviente. No estuvo en un campo de concentración, pero a los 18 años se fue a Estados Unidos. Caminando.

Y en el desierto, donde otros migrantes encuentran la muerte, Gustavo G. encontró un árbol de toronjas que le dio una vida nueva.

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4 respuestas a Un nuevo sentido para el árbol de toronjas

  1. alejandra dijo:

    Como dice en el link que clickeé: «sin comentarios»
    fabuloso.

  2. Eli dijo:

    Siempre sorprendiéndonos Carollllll o Ca’l como te dice Nahue!! Excelente racconto de una historia tan conocida en este país, como el pan con dulce de leche en Argentina.. se me erizan los pelos al leerte.. y también reflexiono sobre las personas, los encuentros y desencuentros, los vuelos que se pierden, una llamada, un msn, todo llega en el momento debido..mas causal que casual, right? La historia del águila, renovarse para seguir viviendo, la única constante es el cambio.. cuántas cosas se desprenden de esa historia!! No quiero que te vayas, amiga del alma!

  3. Marina dijo:

    Carol, me encantó, me llegó, una maravilla!

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