El caso de las sandalias azules

¿Y? ¿Cómo les fue en viaje? ¿Se cansaron los chicos? ¿Pararon a comer? Eso pregunté cuando supe que mi hermano había llegado a destino (la casa de mi hermana). Todo tranquilo, respondió. Habían salido temprano, según lo planeado. Pararon una vez para que los chicos fueran al baño y otra para hacer un picnic en una casa abandonada que encontraron al costado de la ruta, rodeada de pasto y un bosquecito de eucaliptus y pinos perfecto para guarecerse del mediodía caluroso.

Ahí comieron los sándwiches, el huevo duro y el tomate con sal. Los chicos corrieron hasta que tocó volver al auto y seguir el viaje. Unas tres horas más tarde llegaron. Recién ahí se dieron cuenta de que Felipe se había olvidado las sandalias en el lugar del picnic. Se metió descalzo en el auto y nadie lo vio. Eran unas crocs azules nuevas que yo le había traído de un viaje. De esta historia hace algunos años y acá no se conseguían esas sandalias.

Perder algo en un viaje, suele pasar, da un poco de malhumor pero no es grave. Se terminó el tema. Pronto Felipe tendría otras sandalias.

Sin embargo.

Días después fue mi turno de visitar a mi hermana. Antes de partir, pensé en las crocs azules y se me ocurrió una idea. Llamé a mi hermano y le pedí que describiera el lugar donde Felipe se las había olvidado. No sé, dijo, era una casa abandonada al costado de la ruta, ¿qué más te puedo decir?

Las preguntas activaron la memoria y de repente, el lugar se veía más claro. A ver, dejame pensar… Hicimos el picnic después de pasar Bolivar y Pirovano y antes de llegar a Daireaux, sí, sí, entre las dos ciudades. Y bueno, el lugar estaba a mano derecha, en el bosque a unos veinte metros de la ruta. De la casa quedaba solo la estructura de cemento medio roto, con algún graffiti político. Por las ventanas sin vidrios se veía el campo extenso y plano de la provincia de Buenos Aires. El pasto estaba largo, dijo, nos llegaba a las rodillas. Yo creo que las sandalias tendrían que estar ahí nomás porque no anduvo descalzo, seguro que se las sacó antes de subir. A los chicos les encantó el lugar porque corrían y se escondían. ¿Vos pensás que en diez días nadie más pasó por ahí?, me dijo y después se rió. Pero, alguna esperanza tendría porque recordó varios detalles vitales para la reconstrucción del caso.

Llegó el día del viaje. Estaba despejado y corría una brisa. Salimos temprano, manejaba mi novio. Después de pasar Pirovano torcí la vista hacia la derecha. Campos de girasoles, cada tanto un monte y no mucho más porque en esa ruta los pueblos y las ciudades estaban sobre la mano izquierda. En un momento la vi y supe que era esa casa y ninguna otra. Nos detuvimos y cuando se pudo cruzamos la ruta y seguimos una huella hacia la casa embrujada, digo abandonada. El pasto estaba muy alto porque había llovido en la semana. Lo que sigue fue extraño, parecía que alguien me guiaba desde algún lado. Me bajé del auto, caminé como si supiera y ahí las vi, acurrucadas entre los pastos. Las guardé en el auto y seguimos viaje: la parada no duró más de cinco minutos.

Cuando volví a ver a Felipe le di las sandalias, que esta vez venían con una historia.

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3 respuestas a El caso de las sandalias azules

  1. Cancun Girl dijo:

    Muy agradable este relato, me trajo recuerdos de mi infancia cuando jugando en la playa enterré algua muñeca que desapareció detrás de una ola. Al menos estas sandalias azules regresaron a su dueño. Gracias por el relato. Saludos cordiales 🙂

  2. armando dijo:

    siempre hermoso. Como usté =)

  3. Thomas Klesper dijo:

    Hola Carol, siempre tenes alguna anécdota, para contar! Sabes que me gusta leerte. Saludos

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