[…] Las iglesias antiguas no me llaman la atención. Las casas roñosas del siglo pasado tampoco. Hemos protestado de la estúpida arquitectura colonial, que en nuestro país se ha difundido entre los nuevos ricos, ¿y vamos a empezar a abrir la boca frente a estas casonas oscuras porque están hechas de piedra? Haga el favor. Todas estas casas me parecen muy lindas… para convertirlas en pedregullo.
-¿Sabe que usted es un tipo muy agresivo?
– Soy sincero. No he ido al Museo Histórico ni pienso ir. No me interesa. No interesa a nadie saber de qué color eran las polleras de las señoras de laño cuatrocientos, o si los soldados andaban en patas o con abarcas. Esto es lo que me ha desilusionado de viajar. No daría un cobre por todos los paisajes de la India. Prefiero ver una buena fotografía que ver el natural. El natural, a veces, está en un mal momento y la fotografía se saca cuando el natural está en su mejor momento.
Mi interlocutor tiene ganas de indignarse pero yo insisto:
– Una de dos; o nos engañamos a nosotros mismos y engañamos a los demás, o confesamos que el pasado no nos interesa. Y eso es lo que me ocurre a mí. Otro señor podrá hacer de las iglesias de Río un capítulo de novela interesante. A mí no me parece tema ni para una mala nota. ¿Estamos? Otro señor podría hacer de las callejuelas retorcidas de Río un poema maravilloso. A mí, el poema y la callejuela me fastidian. Y me fastidian porque falta el elemento humano en su estado de evolución. El paisaje sin hombres me revienta. Las ciudades sin problemas, sin afanes y los hombres sin un asunto psicológico, sin preocupaciones, me achatan.
Aguafuertes cariocas, Roberto Arlt, Adriana Hidalgo editora 2013.