MAGNUM MANIFIESTO

El primer tramo es en blanco y negro. Voy directo a Larrain, el fotógrafo chileno que retrató a los chicos de la calle en Santiago de los años 50. La penumbra de la tarde se mete en las caras sucias de tierra. En la última foto cuatro monedas brillan en la calle negra. Larrain mira las monedas con el deseo de esos chicos frágiles. La salvación de la plata.

Magnun Manifiesto es un recorrido histórico y estético por el trabajo de la agencia de fotos creada en París y Nueva York hace 70 años. Nació en el mismo período que las Naciones Unidas y con esos valores: libertad, igualdad, dignidad.
En las distintas salas se ven las coberturas periodísticas y los proyectos personales de grandes maestros que pasaron por Magnum, desde Robert Capa y Henry Cartier-Bresson hasta Susan Meiselas, Sergio Larrain, Josef Koudelka, Martin Parr y Alec Soth.

Paul Fusco fue enviado por la revista Look a cubrir el traslado en tren –de Nueva York al cementerio de Arlington, en Washington–, de los restos de Bobby Kennedy, asesinado en 1968, cinco años después que JFK. A la altura del tren y a través de la ventanilla, el fotógrafo registra a la gente que llega a la vera de las vías a despedir el cadáver, a honrar al muerto. “So long, Bobby”, dice el cartel. Un grupo de hombres con el sombrero en el pecho, una familia en una casa de madera, los chicos que saludan al tren que pasa. El espectador también viaja en ese tren.

El curador Clément Chéroux decidió incluir no sólo las fotos, sino también una copia del artículo publicado. Me gustó ver el resultado del trabajo en equipo y recordé los viajes “con fotógrafo” que hago para las coberturas de la Revista Lugares. No siempre es fácil conciliar dos formas de ver la vida y compartir la cotidianidad del viaje con alguien a veces desconocido. Pero al final, las diferencias hacen la fuerza.
Joseph Roddy, el periodista que también viajó en el tren con Paul Fusco escribe: “Ocho horas son quizás demasiado para el tramo Nueva York-Washington en ferrocarril. Pero los deudos y el estado de ánimo a lo largo de la vía marcaron la diferencia”.

Desde fines de los sesenta y durante los setenta, los fotógrafos se dedicaron a sus proyectos personales. El tema favorito era “el otro”. El gusto por lo diferente en un contexto de universalidad. El loco, el marginal, el enfermo, el hippie, el drogadicto, el salvaje, el enano, el exiliado, el homeless, el preso, la prostituta, el refugiado, el creyente, el obeso, el viejo, el marginal. El historiador Paul Veyne lo llamó: inventario de las diferencias.

En este tramo vi el trabajo de Cristina García Rodero, que retrató la España oculta, mística y profunda. Fiestas y rituales marcados por la iglesia católica lo teatral roza lo milagroso y aunque no la haya, una bruma misteriosa ronda las fotos.
Están los gitanos de Josef Koudelka, el ingeniero nacido en la antigua Checoslovaquia que dejó su carrera para convertirse en fotógrafo documental. Y el trabajo de Jim Goldberg que retrata a T.J., una mujer de 30 años, prostituta y adicta, que quedó manca después de una pelea con otra prostituta. Goldberg la fotografía en el Albert Hotel donde ella trabaja. En la foto en blanco y negro se la ve en una cama doble. Una mano sobre la cabecera de la cama, el muñón en la sábana. La muerte no se ve pero se siente en cada fotograma. Goldberg le pidió que escribiera y ella lo hizo con la letra temblorosa de alguien que escribe en un auto que atraviesa el ripio: “La vida me parece tan hecha mierda, pero poco a poco estoy tratando de sobreponerme. Porque es duro ser una mujer y aceptarme como soy”. No mucho después, T.J. murió.

Del último tramo, 1990-1917, hago foco en las fotos de Alessandra Sanguinetti, la única argentina de la muestra. Viajó a Niza después del atentado del año pasado y fotografió en blanco y negro la rambla de noche, quieta, vacía.
Me gustó el Mediterráneo tenebroso de Paolo Pellegrin, con olas altas como La Gran Ola, de Hokusai. Olas que se tragan inmigrantes en las noches oscuras, olas tan lejanas a la experiencia turística.
Hay Muro de Berlín, hay Irán, hay Venezuela. Hay concepto. Pero sobre todo hay pequeñas historias de personas comunes.
Termino con Alec Soth, el fotógrafo estadounidense que entre 2006 y 2010 recorrió el interior de Estados Unidos en busca de seres antisociales, místicos o fugitivos, ermitaños que viven en modo salvaje. En la foto de gran tamaño se ve un hombre desnudo con una esvástica tatuada. Está en un arroyo con piedras, el agua hasta los tobillos, el torso tostado por el sol. Y está lejos, en algún lugar menos literal que el arroyo con piedras.
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Hasta septiembre, en el nuevo museo del International Center of Photography, en Nueva York.

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