Lo que más me gusta del Parque Nacional Tayrona es la combinación de selva y mar. Las estribaciones de la Sierra de Santa Marta llegan al Caribe que en esta zona es voraz. Se habrá contagiado de la selva. Ni tibio ni tranquilo. Revuelto y fresco.
Saqué esta foto en Cabo San Juan, el paisaje más fotogénico del parque: dos bahías con palmeras que llegan a metros del mar. Apto para bañarse. Más allá, las sierras, la selva tropical, las lagartijas azul eléctrico, las cascadas escondidas.
Hace algunos años esta playa salió en un ranking del periódico inglés The Guardian, como una de las mejores del mundo, como un secreto. Desde una roca alejada me pregunté cuánto más durará Tayrona en estado salvaje. Hasta ahora no hay resorts, aunque existen los Ecohabs, un sector de cabañas exclusivas donde los rumores aseguran que una vez durmió Shakira.
No es fácil irse de Tayrona. Recuerdo a Tanja, una suiza que viajaba varios meses por América latina. Una tarde de lluvia me contó que no se podía ir del Cabo. “Mañana, me iré mañana”, dijo y me miró, aunque en realidad se hablaba a ella misma.
Al día siguiente no se fue porque la vi comiendo un pan de chocolate al atardecer. No supe si llegó a irse. A veces me imagino que todavía está allá, que se enamoró de Leyton, el guía de paseos de snorkel, que ella le enseña alemán y él, una técnica para caminar por la selva sin que se le llenen los pies, tan blancos, tan suizos, de ampollas.
Amo las playas…estas allá es lo máximo.