En febrero de 1999, el inmigrante guineano Amadou Diallo, de 22 años, fue brutalmente asesinado por cuatro policías de Nueva York.
Caminaba por Wheeler Avenue, en el Bronx, y le dispararon 41 veces cuando metió la mano en el bolsillo. No iba a sacar un arma como creyó la policía, sino su billetera. Amadou Diallo estaba desarmado.
Un par de años atrás artistas de la calle pintaron el mural que se ve en la foto. La mirada seria de Amadou Diallo, los cuatro policías representados como integrantes del KKK y otro American Dream hecho pedazos.
Según un artículo del Daily News, el sitio se ha convertido en un hito turístico. Al parecer los visitantes quieren ver dónde ocurrieron los hechos. Hay quienes se angustian y hacen un momento de silencio por la víctima. Otros lanzan algún insulto a la fuerza o se preguntan hasta cuándo durará la brutalidad policial y la discriminación. A veces conversan entre ellos y se genera una voz de apoyo a la causa.
La madre de Diallo afirmó en una entrevista reciente que le gusta que vaya gente, lo ve como un tributo a su hijo y le ayuda a mantener vivo el recuerdo. Otros vecinos del Bronx no entienden cómo los turistas se acercan a llenos de colores y cámaras de fotos al lugar donde fue asesinada una persona.
A este tipo de turismo se lo podría encuadrar dentro del dark tourism, una modalidad que pareciera alimentarse del olor a muerte. Sin embargo, también construye memoria. Como cuando se visitan los sitios del horror, campos de concentración, los campos de batalla. Son paseos turísticos, pero también tienen que ver con un viaje más profundo, inspiran momentos de reflexión y discusión sobre los hechos sucedidos. Es una modalidad de turismo que duele, pero recuerda.
Cada vez son más los ejemplos de turismo negro. Se me ocurre ahora uno me contaron hace poco, cuando estuve en México. Me contaron que en Ciudad Juárez, que tiene uno de los récords de muertes por el narcotráfico hay un violentour. No se paga ni existen micros con techo descubierto porque no tendrían clientes. Es un violentour casero, para los conocidos y amigos que viven en otras partes del país. Los locales, quizás movidos por la noticia que más conocen, los llevan a ver dónde murió tal o la discoteca que frecuenta determinado capo narco.
Después del Tsunami que devastó varias zonas de Tailandia en 2005, surgió un tsunami tour. Los turistas aplacaban el morbo con las imágenes de la destrucción y después compraban una remera (con la leyenda «la catástrofe más mortífera de la historia») para colaborar con los desamparados. De sólo contarlo me da una sensación de vergüenza, pero por otro lado reconozco que quizás lo hubiera hecho. Los saldos del terrorismo se han convertido, para muchos, en otra visita turística imperdible. Cuando fui al Ground Zero había casi tanta gente como en el Rockefeller Center.
Morbo y memoria parecen ser dos caras del turismo negro, un tópico con matices, que ha generado la reciente publicación del libro: The darker side of travel (El lado más oscuro del viaje).
En el caso del Bronx, el turismo no revivirá a Diallo, pero si contribuye a que el tema de la violencia policial siga en la agenda de los medios. Es posible que cuando el bus que recorre el Bronx haya pasado la calle de la tragedia, el propio zapping de la vida encuentre a los viajeros riendo o hablando de otra cosa. Más o menos como sucede en la portada de la revista Time, que anuncia la brutalidad policial, pero en la faja también promete a Cristina Aguilera.
El turismo negro es sin duda un fenómeno de nuestra época, con una moral discutible. Mientras en los foros se cambian opiniones, todos los días, en la calle Wheeler del Bronx se detienen micros llenos de turistas que escuchan la historia de Diallo y sacan fotos.