Salgo del avión, y la fila de migraciones es tan larga que me pregunto si no hubiera sido mejor volver en ónmibus.
Según un pequeño cartel indicador, que en el tumulto podría pasar inadvertido, hay dos filas: una para «argentinos» y otra para «turistas».
Las dos están recargadas. Para la fila de «argentinos» sólo habilitaron dos ventanillas de las doce que se ven. La espera pesa. Suenan celulares, la gente resopla, mueve los pies, mira para acá y para allá.
Después de media hora, estoy en primera fila, pronto me toca. Ahora pasa un chico de unos treintipico, con una remera que dice Goa, shorts y pelo muy corto. Rubio.
Le entrega el pasaporte y el oficial de Migraciones le señala la otra fila. El chico no habla español y evidentemente no vio el cartel para «turistas». No entiende. Le vuelve a preguntar y el oficial de Migraciones le repite, en argentino: «La fila es allá, ¿no ves?» y agrega, con tono de reproche, y alto para que escuchemos todos: «Si venís a la Argentina, tenés que hablar español, ¿entendés?»
«¿Quién sigue?», dice después.
(A veces pienso que el fervor del Bicentenario hace mal)
Es terrible lo que contas. Lo mismo pasa con las señales y los carteles en las rutas y en las autopistas argentinas. Si el turismo es como dicen una industria sin chimeneas, deberiamos invertir algo de dinero para desarrollar este sector y para no maltratar a nuestros huespedes. 200 años y tantos pendientes! Paciencia Caro
Que verguenzaa!!!! No todos los argentinos somos asi… lamento que hayas tenido que ver eso… Saludos!!
Tal cual, un relato argentino y más que eso: porteño!
besos