El día del pájaro en la turbina empezó temprano. Eran las cuatro de la mañana y ya tenía los ojos abiertos y eran las siete y el avión de Ethiopian Airlines con destino a Addis Ababa carreteaba por la pista del aeropuerto de Dakar. Hasta ahí, un despegue más.
El avión carreteaba más rápido, más y más. Cuando había alcanzado la velocidad de despegue, en lugar de levantar vuelo pegó una frenada que dejó tiesos a los cinturones de seguridad. Y a los 50 pasajeros que por un segundo dejamos de respirar. Quizás hasta fueron dos segundos.
La nave: un 767 300 con asientos para 300 pasajeros. Al ser tan pocos, apenas nos veíamos. Cada uno se había ubicado filas de varios asientos preparándose para el viaje de siete horas que se avecinaba antes de la frenada profunda.
Después de detenerse completamente, el avión siguió carreteando suavemente. El aire estaba enrarecido. Las azafatas pasaban rápido, como patinando, de una punta a la otra. De repente el piloto habló: dijo algo incomprensible en etíope y lo mismo en inglés, igualmente incomprensible.
En un momento paré a una azafata vestida de verde, flaca, con cara de pánico y le pregunté qué había pasado.
-Entró un pájaro en la turbina… y la rompió-me dijo y siguió caminando rápido, como si estuviera a punto de despegar. Pero abrió la puerta y esperó a que bajara la escalerilla mientras el comandante explicaba lo sucedido sin mucho detalle y nos invitaba a bajar.
Me lo crucé en la puerta y le volví a preguntar qué había pasado. Repitió lo que ya había escuchado tres veces: «Entró un pájaro en la turbina».
En ese momento recordé que todas las tardes -y probablemente todas las mañanas- el cielo de Dakar se cubre de enormes y oscuros pájaros carroñeros. Ni bien los vi, un atardecer rosado, me parecieron bellos. Pero enseguida los vi volar bajo, buscando comida, la misma que buscan y no encuentran muchos habitantes de Dakar.
En el próximo acto, el comandante estaba pegado a la turbina del avión rodeado de la tripulación y poco a poco de todos los pasajeros. Explicaba como explican los profesores, que el pájaro había impactado en un aspa de la turbina y después en otra y también en una tercera. Cuando las cabezas se corrieron logré ver la turbina, que es la de esta foto. El profesor no necesitó puntero: la turbina rota estaba al alcance de su índice.
Los del aeropuerto eran los mismos pájaros hambrientos y desesperados que volaban en la ciudad. Uno de ellos o quizás fueron dos terminaron degutidos por la turbina del 767. Ni siquiera quedaron las plumas.
Pregunté la hora: las 8.15. Según las palabras del capitán cuando me lo crucé en la escalerilla, «hoy ya no salimos».
El avión tenía planificada una escala en Bamako, la capital de Mali, y la mayoría de los pasajeros se bajaba allí. Entonces, ya en el aeropuerto, una responsable de Ethiopian, una negra ejecutiva y de piernas largas nos dividió en dos grupos: Bamako y Addis.
La cinta trajo otra vez las valijas despachadas hacía un rato. Parecía un rewind de las últimas dos horas: migraciones, la cinta, mucho sueño. Cuando los dos grupos estuvieron listos pasó lo peor: nos separaron y nunca más volvimos a vernos. Me acuerdo todavía de la mirada asustada de un mochilero australiano que me saludó de lejos. Bamako abordaría un avión de Kenya Airways por la tarde. Se lo llevaban a un hotel del aeropuerto. Pero, ¿y Addis? De Addis, todavía no se sabía.
El aeropuerto olía a incertidumbre y productos de limpieza. Era de mañana y un par de negros lo baldeaban entero: con lampazo y baldes.
Después de una hora -¿o fueron dos?- de espera, la negra ejecutiva de piernas largas nos habló a los de Addis: «Ahora se van a ir a un hotel. Todavía no se sabe cuándo será el vuelo. Hay que esperar un repuesto, o que manden otro avión. Nos comunicaremos con ustedes», dijo y se fue caminando ligero dejándonos el sonido de sus tacos en el piso cerámico.
En el grupo de Addis ya se compartían miradas, cada tanto alguna risa y un sueño común: volar cuanto a antes. El grupo Addis a esa altura era el Addis Team.
Antes del mediodía estábamos en un hotel en las afueras de Dakar. Un hotel frente a la isla de Ngor donde se quedan muchos europeos que viajan en busca del sol de Africa. Antes de mediodía supe que el día del pájaro en la turbina sería largo. Que sería un día de ésos en los que el tiempo se suspende. Un día que no dura 24 horas. Un día que muchos viajeron catalogarían como «perdido». Un día -limbo. Un día como una mala gripe que hay que pasar. Antes de mediodía supe que el día del pájaro en la turbina duraría mucho más que un día.
(continuará…)
¡Qué anécdota! Me sumergí en tu historia, casi tanto como si me hubiese pasado a mí. Espero ansiosa la segunda parte.
Un saludo desde Bcn.
Bamako, leí ese nombre y recordé la película que dieron en el BAFICI el año pasado, tan humana y simple.
http://www.bamako-film.com/index.php?en
No es un día limbo, es un día para celebrar que el pájaro se metió en el carreteo y no apenas levantaran vuelo…
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Estupenda historia. Pero te comento que la parte del despegue deberías cambiarla, pues por regla general, cuando un avión supera una determinada velocidad (velocidad de seguridad) este ya no puede frenar en pista pues no tendría tiempo, por lo tanto el Comandante del vuelo abortó el despegue porque estaba por debajo de ese límite, si llega a superarlo hubiera tenido que levantar el vuelo, te aseguro que lo hubiera conseguido, pues los habiones estan diseñados para levantar el vuelo con un solo motor (turbina). Pero posteriormente seguro que hubiera vuelto a aterrizar para que dicha avería fuera reparada.
Saludos desde http://www.verasoul.com