Malimán de Abajo está antes que Malimán de Arriba y después que Angualasto. Oeste de San Juan, cerca de la cordillera. Por acá la tierra es tan seca que se agrieta y parece que se empezara a descascarar. Como la piel muerta.
Hoy es un día de semana de febrero y hace calor. La iglesia está cerrada, igual que la escuela y las dos únicas casas. Cuatro y media de la tarde, no hay sonido de humanos. Allá atrás duerme un perro.
Golpeo las manos en una casa a ver si sale alguien. La excusa es pedirles la llave de la iglesia, pero me gustaría conversar un rato, saber qué hacen, cómo se vive en un caserío mínimo.
Golpeo las manos pero no sale nadie. Espanto unas moscas que revolotean cerca de mi boca y vuelvo a aplaudir con ganas, como si terminara de ver una obra de teatro buenísima. Nada. Abro la tranquera de la iglesia, me trepo a un tapial, veo el lecho de un río seco en el horizonte y vuelvo a la casa donde golpée las manos a ver si alguien se levantó. Qué cosa seria que es la siesta.
Estaba a punto de atravesar el patio y probar con un «Hola» cuando se acerca una pareja por la calle de tierra. Él es alto corpulento y trae una oveja. La lleva con una cadena, como si fuera un perro. Ella es bajita, regordeta y tiene un balde de hierro en la mano. Los dos usan sombreros de ala ancha.
Se llaman Martín Marinero y Mercedes Paredes, y donde estaba golpeando es su casa. Y no dormían, qué va, para nada, se habían ido a buscar agua a un pozo para darle a unas vacas porque hace dos meses que se rompió la toma y no tienen agua para riego ni para los animales.
Su casa está pegada a la escuela rural, donde vienen 22 chicos de toda la zona y se quedan toda la jornada. Hablamos a la sombra de un molle, ese árbol alto que da la falsa pimienta. Me cuenta Mercedes que trabajó durante veinte años en la cocina de la escuela hasta que al final logró que la nombraran en la planta permanente y hoy tiene un cargo.
También hace dulces, seca duraznos, tiene zapallos, granadas y manzanas. En un momento le pido la llave de la iglesia y me dice que no la tiene, que quizás el vecino de enfrente, su vecino más cercano, pero que no está segura. ¿Nunca le preguntó? Me dice que no, que ella no habla con nadie (?), que va de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Es decir que en el día no llega a dar ni una vuelta a la manzana. Nos reímos.
Su marido que nació y vivió toda su vida no solo en Malimán de Abajo, sino en la misma casa donde estamos ahora -pegada a la escuela- agrega que cuando era chico ¡llegaba tarde a clase!
Antes de despedirnos le pregunto cómo se llama ese chivo que tiene de mascota y que ahora pasta entre la alfalfa. Entonces responde, muy serio: Cuchillo. ¿Y quiere saber el apellido? Parrilla.
Y después se ríe con ganas y cinco o seis dientes, medio escondido abajo de su sombrero made in China. Debe andar cerca de los sesenta pero lo veo como el chico que llegaba tarde a clase.
Cuando busco inspiración,entro a Viajes Libres!
Gracias, Natalia!!!