Es raro pensar que en Bariloche, una de las principales ciudades turísticas de Argentina todavía haya lugares de fácil acceso, gratuitos y donde se pueda apreciar el bosque andino patagónico en toda su dimensión.
Después de varios días de lluvia, las cañas colihue, los radales y las retamas brillan más. Los quintrales están repletos de flores rojas y de las lengas culegan esos curiosos parásitos redondos llamados farolitos chinos.
El Sendero de los Arrayanes es una de las caminatas posibles dentro del Parque Municipal Llao Llao, un área protegida de poco más de mil hectáreas muy cerca del famoso hotel Llao Llao y rodeada por los lagos Nahuel Huapi y Moreno.
El sendero se desvía de la ruta del Circuito Chico. Una casa de informes anuncia el ingreso: son unos tres kilómetros de ida hasta el Lago Escondido, por un camino plano y con sorpresas, entre otras, un antiguo bosquecito de arrayanes de troncos gruesos, retorcidos, fríos y de color canela. Cada tanto es bueno levantar la cabeza para comprobar la altura de los coihues, que llegan a medir 45 metros y conforman el techo del bosque.
Suena el chucao, revolotea el comesebo celeste y, si es un día de suerte, se puede ver un pájaro carpintero gigante, de cresta roja, que picotea el tronco de un ciprés cordillerano. También habitan en esta zona protegida los huillines o lobitos de río patagónico, en peligro de extinción; monitos del monte y gatos huiña. Pero no verlos es buena noticia: mejor si no se acostumbran a la presencia humana. El sendero llega a una playita y finalmente, al Lago Escondido.
Otra caminata espectacular, algo más exigente sólo por lo empinada, es el ascenso al cerro Llao Llao, de 1.038 metros, el punto más elevado del parque. Se atraviesa el bosque que pronto queda abajo, atrás. Al subir entra más luz en el terreno y cambia la vegetación: aparecen los helechos y hay más colores.
Uno sabe que llegó a la cumbre por dos carteles. El primero es literal y dice: “Fin del sendero”. El segundo, algo exagerado, advierte: “cuidado, precipicio” y muestra una talla en madera de una gran roca en el filo y un hombre que cae en picada por el aire. A falta de los miradores que corresponden, el cartel es contundente.
Desde arriba, la naturaleza está abierta de par en par. Las vistas empiezan en el bosque, cruzan el cerro Campanario y terminan en el fondo del Brazo Blest del Nahuel Huapi, hacia un lado, y en las aguas calmas y azules del Brazo Tristeza, hacia el otro.
Dicen que dentro de poco el parque tendrá un centro de interpretación y nueva cartelería que atraerá más visitantes. Por ahora, es un paseo íntimo.