El otro día, en un atélier de Santa Teresa una mujer de Mina Gerais que vive hace años en Río me contó algo sobre su imagen de los cariocas. Había más personas por ahí y todos asintieron.
Ella dijo algo así como que los cariocas son gente feliz, salvo cuando llueve. Después puso un ejemplo para explicar lo de gente feliz. Supongamos que hay una mesa de cariocas tomando una cerveza en ese barcito de ahí enfrente y de repente se levanta un viento fuerte y les tira la botella, que se cae y se rompe. Si la peña fuera paulista, primero que nada se preocupa, segundo se levanta y busca una mesa adentro porque le parece más prudente. Si no hay, posiblemente se vaya a otro bar. ¿Qué hacen los cariocas? Se ríen, bromean, le gritan al camarero que les traiga otra y siguen su bate papo (charla) con el cabello revuelto.
Lo de la lluvia y el malhumor parece que es cierto. Ese día en el atélier, la mujer declaró que cuando llueve los cariocas hibernan. No salen de la casa, se deprimen. Como si no entendieran la lluvia.
Una noche le comenté esta impresión a Marcio, un barman carioca que enseguida me la confirmó. Según él, lo peor de la lluvia es que no pueden ir a la playa. «A nosotros nos gusta la playa. Los que se levantan temprano curten la playa antes de ir a trabajar. Corren, caminan, se meten al mar antes de ir a la oficina. Yo voy todas las tardes, y también los fines de semana. La playa es parte de mi vida». Cuando me sirvió la caipirinha vi que andaba en havaianas. Entre los dedos todavía tenía granitos de arena. Me imaginé que serían de Ipanema, pero más tarde me contó que eran de Prainha, su playa favorita, a veinte kilómetros de Río.

Yo también quise ir un día a París
En el
«La temperatura en Río de Janeiro es una brasa, con 100 % de probabilidades de pasión«, eso dijo antes de aterrizar en Galeão el comandante de la aeronave donde viajaban Los Simpsons.
Dos días atrás estuve en Río de Janeiro. Viajé en taxi, en metro y subi un cerro con un motoboy, un taxi moto. No me asaltaron ni me sentí insegura, a pesar de los tiros que se escuchaban en una favela cercana. Una mañana de sol le di pedacitos de banana a los monos que se acercaban al jardín tropical de la casa donde me quedé. «Con la
Faltaban tres minutos para que se supiera cuál sería la sede de las próximas olimpíadas. Había salido el sol después de varios días de lluvia y el bondinho, el único tranvía que todavía se usa en Brasil, bajaba por una ladera del barrio de Santa Teresa, en Río de Janeiro.
on la bolsa de la compra. Saludó al conductor porque en Santa Teresa, un barrio antiguo y bohemio de Río, la mayoría de la gente se conoce y se saluda. Lo saludó de buenas tardes. Pero al chofer le pareció poco. «No son buenas, son excelentes. Porque usted no es española, señora, usted es brasilera, usted es carioca y esta es una tarde ¡excelente! Y nuestro presidente es un vencedor. Excelente tarde, señora». La mujer estaba sentada, el ónmibus rodaba por la subida de paralelepípedos, como le llaman al empedrado, y el chofer seguía alabando a Lula porque «ese señor sí sabe lo que hace».
Una ciudad cambia radicalmente cuando se vive ahí y cuando sólo se visita. De las dos maneras Manhattan tiene su encanto, pero vivirla, realmente vivirla, tiene un grado de dificultad. Por eso, el monólogo final de la película El Gran Kahuna sugiere: “Vive una vez en Nueva York pero vete antes de que te haga demasiado duro”. En Manhattan cada quien vive para adentro.
En estos días de festividades judías recordé la historia de la matzo ball de Willie L.
Las más comunes son como una pelota de golf, quizás un poco más pequeñas. Pero también hay matzo balls gigantes, como la que este año se inscribió en el Record Guiness, 

