Cariocas, gente feliz… salvo cuando llueve

El otro día, en un atélier de Santa Teresa una mujer de Mina Gerais que vive hace años en Río me contó algo sobre su imagen de los cariocas. Había más personas por ahí y todos asintieron.

Ella dijo algo así como que los cariocas son gente feliz, salvo cuando llueve. Después puso un ejemplo para explicar lo de gente feliz. Supongamos que hay una mesa de cariocas tomando una cerveza en ese barcito de ahí enfrente y de repente se levanta un viento fuerte y les tira la botella, que se cae y se rompe. Si la peña fuera paulista, primero que nada se preocupa, segundo se levanta y busca una mesa adentro porque le parece más prudente. Si no hay, posiblemente se vaya a otro bar. ¿Qué hacen los cariocas? Se ríen, bromean, le gritan al camarero que les traiga otra  y siguen su bate papo (charla) con el cabello revuelto.

Lo de la lluvia y el malhumor parece que es cierto. Ese día en el atélier, la mujer declaró que cuando llueve los cariocas hibernan. No salen de la casa, se deprimen. Como si no entendieran la lluvia.

Una noche le comenté esta impresión a Marcio, un barman carioca que enseguida me la confirmó. Según él, lo peor de la lluvia es que no pueden ir a la playa. «A nosotros nos gusta la playa. Los que se levantan temprano curten la playa antes de ir a trabajar. Corren, caminan, se meten al mar antes de ir a la oficina. Yo voy todas las tardes, y también los fines de semana. La playa es parte de mi vida». Cuando me sirvió la caipirinha vi que andaba en havaianas. Entre los dedos todavía tenía granitos de arena. Me imaginé que serían de Ipanema, pero más tarde me contó que eran de Prainha, su playa favorita, a veinte kilómetros de Río.

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Carmen Miranda prefería Río…

París

E eu também quis ir um dia a Paris
p’rá conhecer o que havia lá
E ao ver o metrô a saudade apertou
e vim correndo para cá
Paris! Paris! Teu rio é o Rio Sena
Paris! Paris! Tens loura mas não tens morena
Que lindas mulheres de olhos azuis!
Tu és a Cidade Luz…

Paris! Paris! «Je t’aime»
Mas eu gosto muito mais do Leme

Quando cheguei de alegria chorei
e achei o Rio lindo como quê!
Disquei 43-0023:
– Amor, como é que vai você?

 

Yo también quise ir un día a París
para conocer qué había allá
Y al ver el Metro la saudade apretó
y vine corriendo para acá
París! París! Tu río es el Río Sena
¡París! ¡París! Tienes rubia pero no tienes morena
¡Qué lindas mujeres de ojos azules!
Tú eres la Ciudad Luz
París! París! Je t’aime
pero me gusta mucho más Leme
Cuando llegué de alegría lloré
Y encontré a Río lindo como nada
Marqué 43-0023:
-Amor, ¿cómo te va?

 

 

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Carla Bruni, Río y Woody Allen, un trío soñado

En el Año Internacional de Francia en Brasil, muchos cariocas hablan de Carla Bruni, la brasilera. ¿Brasilera? Si tiene sangre brasileña, ¡ela é brasileira! Eso creen muchos fans de la primera dama francesa, que en Brasil no deja de aparecer en las revistas.

La ex modelo, que unos días atrás lanzó su sitio oficial parece corresponder el cariño. En el abecedario que incluye en su página dedica una de las diez palabras que aparecen en la letra BBrasil. No dice nada sobre su sangre brasileña pero cuenta sobre su viaje oficial en diciembre del año pasado, cuando celebró su cumpleaños en la favela Pavao-Pavaozinho, en las colinas de Copacabana.

Los cariocas hablan de ella y esperan que sea la elegida de Woody Allen para su próxima película, que ojalá se filme en Río. Al parecer la próxima se filmaría en París, pero a los cariocas no les importa: ellos hablan de Carla en Río.

Saben que el publicista de Curitiba Cláudio Loureiro está en tratativas con los productores de Allen que en estos días están evaluando locaciones en Río. Visitaron el hotel Copacabana Palace, la antigua Confitería Colombo, el Tortoni brasileño, recorrieron el Jardín Botánico y viajaron en helicóptero a Angra dos Reis. Todavía no se confirmó, pero con la buena racha del país vecino es probable que se concrete. Si eso sucede sería la primera vez que el director pisara América del Sur. Río, Carla Bruni y Woody Allen, un trío que enciende la imaginación brasileña.

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Los Simpsons, Río y los monos

«La temperatura en Río de Janeiro es una brasa, con 100 % de probabilidades de pasión«, eso dijo antes de aterrizar en Galeão el comandante de la aeronave donde viajaban Los Simpsons.

En 2002 Homero Simpson y su familia fueron a Río de vacaciones. Además de color y samba, en el episodio se ven favelas llenas de ratas, un taxista que rapta a Homero, el teleférico del Pan de Azúcar cayéndose por el morro y monos sueltos por la ciudad.

Muchos cariocas se enojaron y el ente de turismo de Rio, que había invertido millones en publicidad, amenazó con juicios y quizás hasta los hizo. Eso fue hace siete años.

Dos días atrás estuve en Río de Janeiro. Viajé en taxi, en metro y subi un cerro con un motoboy, un taxi moto. No me asaltaron ni me sentí insegura, a pesar de los tiros que se escuchaban en una favela cercana. Una mañana de sol le di pedacitos de banana a los monos que se acercaban al jardín tropical de la casa donde me quedé. «Con la Floresta da Tijuca en el corazón de la ciudad, es lógico que haya monos, y ¡es hermoso! Lo de los Simpsons fue un elogio, ¿Cuántas ciudades del mundo se dan el lujo de tener monos en sus árboles?», me dijo una artista minera que vive en Río hace años.

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Alegría modelo 2016, en Santa Teresa

Faltaban tres minutos para que se supiera cuál sería la sede de las próximas olimpíadas. Había salido el sol después de varios días de lluvia y el bondinho, el único tranvía que todavía se usa en Brasil, bajaba por una ladera del barrio de Santa Teresa, en Río de Janeiro.

De repente, se detuvo en el medio de la calle. Desde su puesto, el conductor pudo ver que estaban abriendo el sobre. Frenó el bondinho amarelo y se bajó. Atrás de él se bajó el tranvía entero. Todos juntos se amontonaron en la vereda, para ver un televisor que había adentro de una casa pintada de rosa. En el próximo cuadro están todos abrazados, saltando, riendo. Río había ganado. Ellos también. Enseguida, el conductor subió y atrás de él todo el pasaje. Y siguieron viaje.

***

Me cuenta una periodista las dos bromas del día en los pasillos de un diario. La primera es que lo mejor no es que haya ganado Río, sino que no haya sido Buenos Aires la primera ciudad latinoamericana en ser la sede de las próximas Olimpíadas. La segunda, que San Pablo está deprimido porque no torcia (hinchaba) por Río, sino por Tokio. ¿O no sabías que tiene una importante comunidad japonesa? La briga (pelea) San Pablo -Río está bien alimentada.

***

Habían pasado dos horas de la votación y el ómnibus se detuvo en la parada y subió una señora con la bolsa de la compra. Saludó al conductor porque en Santa Teresa, un barrio antiguo y bohemio de Río, la mayoría de la gente se conoce y se saluda. Lo saludó de buenas tardes. Pero al chofer le pareció poco. «No son buenas, son excelentes. Porque usted no es española, señora, usted es brasilera, usted es carioca y esta es una tarde ¡excelente! Y nuestro presidente es un vencedor. Excelente tarde, señora». La mujer estaba sentada, el ónmibus rodaba por la subida de paralelepípedos, como le llaman al empedrado, y el chofer seguía alabando a Lula porque «ese señor sí sabe lo que hace».

***

Faltaba un día para la votación y le pregunté a un empleado de una casa de cambio si tenía ganas de que su ciudad ganara. Me miro indiferente y me dijo que prefería que invirtieran en salud y educación. De los juegos panamericanos no nos quedó nada. Un estadio, nada más.

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Río de Janeiro, gosto de voce

Río de Janeiro, del disco «Vivo Feliz», de Elza Soares.

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Allá afuera

robertfrank

 

 

 

 

 

«Siempre estoy mirando hacia afuera, tratando de mirar hacia adentro, tratando de decir algo que sea verdad. Pero quizás nada es realmente verdadero. Excepto lo que está allá afuera. Y lo que está allá afuera cambia constantemente».

 

 

Robert Frank, fotógrafo.

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Nueva York desde… el suelo

Patricia Ulibarri es mexicana y tiene 36 años. Estudió Relaciones Internacionales y trabajó en las oficinas de las Naciones Unidas, en Nueva York. Cuando se dio cuenta que le gustaba más la cocina, estudió Artes Culinarias y buscó trabajo en una cocina. Hoy, de vuelta en México, escribe sobre gastronomía. Dice que le gusta describir lo que prueba porque es como volverlo a probar. Patricia es alumna de mi curso de Periodismo Turístico, y hace unos días escribió esta anécdota de cuando vivió en Nueva York.

Una ciudad cambia radicalmente cuando se vive ahí y cuando sólo se visita. De las dos maneras Manhattan tiene su encanto, pero vivirla, realmente vivirla, tiene un grado de dificultad. Por eso, el monólogo final de la película El Gran Kahuna sugiere: “Vive una vez en Nueva York pero vete antes de que te haga demasiado duro”. En Manhattan cada quien vive para adentro.

Llevaba ya varios meses viviendo en Nueva York. Me había costado trabajo la adaptación por el obligado silencio al que me sometía. No tenía amigos, ni familia. Sólo mis compañeros de trabajo de La Misión de México para Naciones Unidas. Mi trabajo como secretaria del Embajador, me tenía apartada del resto de la gente así que sólo a la hora de la comida intercambiábamos diálogos. Mi escritorio se encontraba afuera de su oficina y mi trabajo consistía en contestar el teléfono, llevar su agenda y no moverme de mi lugar. Cuando el Embajador salía a juntas de trabajo, me gustaba entrar a su oficina rodeada de vidrio, reconocer edificios que veía cuando caminaba allá abajo y que ahora los veía desde la altura. Se veía el río del Este (East River) por donde navegaban grandes barcos de carga que pasaban por debajo del puente de Queensboro. El edificio gigante de las Naciones Unidas y del otro lado, la Isla de Roosvelt con su característico anuncio retro de Pepsi que se iluminaba por las noches.

Era invierno y comenzaban las primeras nevadas, tímidas todavía. Nunca creí que fueran necesarios zapatos para caminar en la nieve por eso no estaba equipada para lo que venía. Tenía unas botitas de gamuza que mis amigos decían que parecían las de Pedro, el amigo de Heidi. La suelas estaban tan usadas que no tenían ni una grieta que sirviera de agarre, pero eran calentitas y cómodas y eso me bastaba. El día que sucedió la anécdota que ahora cuento salía de la gran Estación Central. En el interior, había mucha gente que iba o venía, y el aire caliente con olor a llanta que salía de los subterráneos se mezclaba con una ráfaga helada que entraba cada vez que se abrían las puertas laterales que eran parte de mi ruta de todos los días.
Las puertas se abrieron. La acera estaba cubierta de agua con nieve o de nieve con agua. Al dar el primer paso resbalé con tal rapidez que en segundos la cabeza me rebotó contra el asfalto y me encontraba recostada boca arriba observando que nada a mi alrededor había cambiado. La gente que caminaba hablando por sus celulares a toda prisa, simplemente me esquivaba y seguía su camino. Hasta que una señora se apiadó de mi y me ayudó a levantarme. Después de agradecerle, ella me contestó: «Dicen que si te caes en NY significa que no te vas a ir nunca.»
No se cumplió.

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La matzo ball de Willie L.

En estos días de festividades judías recordé la historia de la matzo ball de Willie L.

Todo empezó cuando preparaba mi viaje a Nueva York, unos meses atrás. Pedí datos por acá y por allá, a ex habitantes y fanáticos de la ciudad. Willie L. es un amigo que podría entrar en las dos categorías. Un día, me habló de Eisenberg, su bodegón en Manhattan, un lugar donde podía comer matzo ball, una sopa judía que hacía su madre.

En yiddish se llama kneydl y es una sopa a base de caldo de pollo. Adentro vienen las bolas de matzo. El tamaño es variable. matzagrandeLas más comunes son como una pelota de golf, quizás un poco más pequeñas. Pero también hay matzo balls gigantes, como la que este año se inscribió en el Record Guiness, que pesó 120 kilos.

Volviendo a Nueva York, cuando uno está en viaje crea sus propias rutas. Algunas recomendaciones entran y otras quedan afuera, para próximos viajes. Eso me pasó con Eisemberg, el bodegón que para quien esté armando su lista, está en la 5ta y 23 St., en Flatiron District. Quizás porque todavía no había probado la matzo ball.

Un tiempo después fui a San Francisco y ahí me lo encontré a Willie L., que un día preparó la sopa de su madre. Para hacer las bolas (balls) usó matzo Streits, una marca de productos kosher, famosa por vender matzo desde 1925. Me imagino que no tendría schmaltz (grasa de pollo) así que habrá usado manteca o similar. El resultado fue óptimo, y los cuencos que se ven en la mesa quedaron como nuevos.

Después de probar la matzo ball de Willie L. sé que Eisenberg entrará en mi próxima ruta en Nueva York.

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Lo que no ves cuando me ves

Alcatraz, el Golden Gate, el SFMOMA, los tranvías, la Marina, algunos barrios como Mission o Castro, los parques y… la niebla. Aunque no esté dentro de las visitas planificadas, en San Francisco la niebla o fog, en inglés, siempre aparece a saludar. Se lleva por delante lo que tenga enfrente. Incluso el Golden Gate, que está detrás de la nieba en la primera foto. A mí no me pasó, pero dicen algunos que en una época la niebla se vendía en frasquitos. Y después de leer que vendían las cenizas del volcán Chaitén como el último souvenir podría creerlo.

 Julio, agosto y septiembre son meses de fog. Pero también se descuelga en otros meses. Suele aparecer a media tarde, no importa si es un día soleado y diáfano, la niebla entra desde el Pacífico y se avanza como un brazo largo hacia la ciudad. Al llegar baja, se escurre por los parques y por las calles empinadas y da vuelta las esquinas y desparrama humedad. Algunas noches la ciudad se parece a las noches preferidas de Jack El Destripador en Londres.

Me contaron que durante muchos años, en las noches de niebla sonaban las sirenas (fog horns) y ayudaban a los barcos a encontrar su rumbo para entrar en la bahía. Después, con los modernos instrumentos de navegación ya no fueron necesarias las siernas y un día las quitaron. Pero los habitantes las extrañaban. Se habían acostumbrado a quedarse dormidos con ese sonido, parecido al de un tren lejano. Entonces, se organizaron, hicieron un un pedido y al poco tiempo volvieron dormir con el rugido de las sirenas. Nunca confirmé esta versión, pero me gustó el cuento.

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