De la huerta a la feria de Aix

Se puede llegar de casualidad y estar ante un auténtico ejemplo de turismo espontáneo. Pero con las fechas y horarios a mano, uno puede asegurarse la visita. Los martes, jueves y sábados, desde las 7 de la mañana hasta las 13 -ni un minuto más- hay un mercado de frutas y verduras en la Plaza Richelme, a metros del Hôtel de Ville de Aix en Provence. Todo fresco, mucho olor a hierbas, a queso, a embutidos y a rúcula cortada hace media hora, no más.

El mercado está en la misma plaza desde la Edad Media.

Los puesteros gritan y son malhumorados. Pero siempre dan a probar, no una mísera miguita, sino un buen bocado de chorizo casero, de salchicha bañada en hierbas de Provence.

Ajos fuera de serie. Sólo verlos daban ganas de cortarlos y freirlos. O de llamar a Cézanne para que improvise una naturaleza muerta de ajos con cáscara roja.

Variedades desconocidas y resplandecientes de cebolla de verdeo.

En el mercado los precios son mucho más bajos que en el supermercado, y la mercadería mucho más real. En el super, las frutillas de frigorífico parecen plásticas y anémicas.

En los mercados de La Provence, la lavanda nunca falta. Ni las mezclas de hierbas aromáticas para acompañar «todas las cocinas». La bolsita de lavanta cuesta entre 2 y 6 euros según el tamaño. Me dijo el que las hace y vende que la guarde en el cajón, y cada dos o tres meses la frote para que salga con más intensidad el aroma maravilloso.

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La Provence en la mira del jet set

La Provence está de moda. No sólo en Francia, también en Europa y entre los hombres y mujeres con fortuna de cualquier parte del mundo. Hasta me enteré de un argentino que se compró una casa en La Provence.

Lo último es adquirir un manoir o caserón antiguo y medio destruido. Quizás alguna vez fue un establo hediondo, pero está en el medio de la campagne, ojalá cerca de un monte de plátanos.

Después de pagar como mínimo un millón de euros, arquitectos mediante, la casa queda de película, cuesta el triple y del establo nadie se acuerda.

Visité una mansión así cerca de Saint Rémy, un pueblo donde encontrarse a Carolina de Mónaco en el supermercado es más fácil que encontrar un locutorio. La princesa de Mónaco suele pasar varios meses ahí. El mismo pueblo donde Angelina Jolie y Brad Pitt están a punto de comprarse una casa. Parece que ya la vieron dos veces y según dicen los rumores, faltarían unos detalles. El mismo pueblo donde Jean Reno -el actor de El perfecto asesino- tiene una casa y viñedos. Y curiosamente, el mismo pueblo donde en 1503 nació el consultor astrológico que predijo el fin del mundo, Nostradamus.

Después de entrevistar a los arquitectos top en el reciclado de casas antiguas, los señores Lafourcade, padre e hijo, Bruno y Alexandre, me llevaron a conocer una casa con ocho habitaciones principales, cuatro livings con muebles de estilo y muchos pasillos y baños. Es la casa de la foto, de afuera, una lección de austeridad; adentro, un set de decoración.

Los Lafourcade se instalaron aquí en los años 70. Poco a poco se especializaron en restauraciones que siguen el estilo del siglo XVIII. Han logrado que un Chateau venido a menos vuelva a brillar. Hoy, su estudio restaura las mansiones más increíbles de la Provence. Esas que después de su mano pasan a costar diez millones de euros. Por lo menos. Ellos se llaman a sí mismo «maestros de la metamorfosis» y tienen clientes de todo el mundo. Tantos, que una vez rechazaron a un ruso porque resultó ser de la mafia. Más allá de ese caso, los nuevos ricos rusos están entre sus clientes principales.

Mi visita a la mansión «en algún lugar cercano a St Rémy», fue algo así como una visita ciega. Nunca supe el nombre de los propietarios, aunque sí supe que son sudafricanos. Vi una foto familiar y no eran negros. Tendrán treintipico, dos hijos de ocho y poco tiempo. Según me dijeron, sólo vienen un mes al año, con varios amigos, eso sí. El resto del año la casa permanece cerrada. (Me acotó la joven ama de llaves que una vez vinieron dos veces en el mismo año).

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Van Gogh en el hospicio de St. Paul

Hoy se ha convertido en una parada turística fundamental y en una ventaja para el vecino pueblo de St. Rémy que asegura en los folletos que ¡aquí estuvo Van Gogh!, pero lo cierto es que cuando Vincent estuvo en asilo de Saint Paul de Mausole la pasó bastante mal.

Aunque él mismo quiso ir, aunque él mismo se tomó el tren desde Arles para internarse, se puede intuir recorriéndolo que fue un año duro para el pintor holandés, tan genial como atormentado.

Si bien su cuarto fue demolido en 1964, lo reconstruyeron tal cual era, del mismo color y con la misma vista. Los detalles se armaron gracias a lo que el pintor le contaba a su hermano Theo en las cartas. El de la foto fue el cuarto de Vincent. Allí pintó más de cien obras durante el año que pasó en el hospicio.

Además de los famosos autorretratos, ahí pintó esa famosa y bella noche estrellada que hoy está en el MoMa. «Esta mañana vi el campo desde mi ventana mucho antes del amanecer. No había nada más que la primera estrella, que se veía muy grande», le escribió a Theo.

Van Gogh llegó a St. Paul en 1889. Vino sin oreja y con una salud mental débil. Una de las formas de calmar a los locos en aquellos años era inmovilizarlos en una bañadera y tirarles desde lo alto un chorro de agua helada a mucha presión. Una hidroterapia nada placentera, pero según cuenta la historia esto los calmaba.

St Paul todavía es un hospital psiquiátrico que acepta hombres y mujeres (tiene alrededor de cien pacientes). Algunos de ellos pintan o hacen esculturas y en la tienda del museo están a la venta.

Afuera hay un campo de lavanda, pero dice la guía que en la época de Van Gogh había un campo de trigo y muchos menos árboles de los que se ven hoy.

A veces hay grupos que llegan gritando y no es raro escuchar que alguien dice que ese cuadro lo tiene en la casa. Pero en general se van rápido y el lugar queda en calma.

Está en medio del campo así que se escuchan los pájaros y se huelen los aromas silvestre de Provence. El ambiente es bastante similiar al de los tiempos de Van Gogh.

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La gran expo Picasso-Cézanne

Pablo Picasso era un fan de Paul Cézanne. Y aunque vivieron en distintas épocas, pronto estarán juntos en una megamuestra en Francia.

A tal punto que llegó a compartir la fascinación de Cézanne por las luces de La Provence.

Y un día de 1958, ya viejo, con fama y dinero, fue y se compró el Chateau de Vauvenargue, a la sombra del Monte St. Victoire, ese que tanto pintó Paul Cézanne.

En el jardín de ese Chateau está enterrado el autor del Guernica, junto a su última mujer Jacqueline Roque, con la que estuvo los 20 años finales de su vida.
Picasso murió en 1973 y Jacqueline no pudo reponerse; en 1986 se suicidó. Según muchos, la historia del pintor español y su musa fue una de las más tristes historias de amor del siglo XX.

Volviendo a Cezánne y a Picasso, dos grandes que seguramente hubieran sido amigos, entre junio y septiembre de 2009 habrá una gran exposición-homenaje en el castillo de Vauvenargue, que contará la influencia de Paul en Pablo.

Todavía falta para la muestra, pero en la zona ya se habla de la muestra, según muchos una buena excusa para visitar el misterioso castillo.

Se podrán ver 80 Picassos y 20 Cézanne. Si bien el nombre de la expo todavía no está confirmado, es probable que sea Facing de Sun. De cara al sol -y a la luz- de La Provence.

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La vida en… rosé

Durante la primavera y el verano francés, el vino rosadovin rosé, en francés- se ve en la mayoría de las mesas de los restaurantes. La moda del rosado en verano es una tendencia que crece en Francia y poco a poco en toda Europa.

Se sirve bien helado y suele tener recuerdos de flores silvestres y frutas blancas, como manzana, banana, ananá. En los últimos años, el rosé francés crece al 2% por año. Y en La Provence, se vinifican más de un millón de litros por año, lo que significa el 42% de lo que se toma en Francia y el 8% del consumo mundial.

Sólo en La Provence hay más de cinco denominaciones de origen controlado (Côte de Provence y Bandol, entre otros). Los precios varían: por 6 euros podrá tomar un vino aceptable y por 15, un potente rosé, joven y perfumado y sensual, como el de Chateau Pibarnon. La visita al Chateau es sin cargo, incluye una degustación y un paseo con vistas a las terrazas cubiertas de vides, a los caminos arcillosos y con retamas a los costados. Si no hay niebla podrá ver el Mediterráneo.

Como todos los vinos europeos, el rosado de Provence también estuvo a punto de desaparecer después del ataque de la filoxera, la plaga más terrible que existió en el mundo vitivinícola, un insecto que se propagó desde Estados Unidos hacia Europa, a fines de siglo XIX.

Francia fue el primer país afectado: más de un millón de hectáreas en 52 departamentos tenían la plaga, que luego pasó a Portugal, siguió por Alemania y más tarde Italia y al final toda Europa.

La recuperación fue larga y costosa, pero no impidió la excelencia de los rosados franceses, que maridan tan bien con la cocina provenzal, llena de vegetales frescos, aceite de oliva, queso y pimienta.

Como todos los vinos, el rosado también es ideal para celebrar: una buena noticia, un nacimiento, una buena noche y hasta un cumpleaños fuera de fecha.

Santé!

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Chane, de La Provence a Auroville (India)

Una de las cosas que más me gusta de viajar es la gente que me cruzo en el camino. En un principio son extraños y uno se husmea como husmean los perros. Después, siguen siendo extraños en un punto pero en otro, se volvieron íntimos. Y enseguida se podría hablar con más familiaridad que con un familiar.

Chantal Carroz -ahora Chane- fue mi guía en este viaje por La Provence. Cuando llegué al aeropuerto de Niza nos miramos, nos husmeamos y nada más.

Pronto, ella emepezó a contar datos históricos, nombres, anécdotas y tanto ella como el grupo se hundieron en la misión de conocer La Provence en 8 días.

Como muchos guías, se quedaba en otros hoteles así que casi no había espacio para hablar de otros temas que no fueran La Provence. Pero su mirada tenía un brillo especial. Algo además de una vida de guía había atrás de sus ojos verdes.

Y un día surgió, como a veces surgen las intimidades sin avisar. Este viaje era el último viaje de Chantal. Ya no guiará más sobre la historia de los romanos en Francia ni contará sobre los papas vivívan en Avignon. Desde hace algún tiempo Chantal divide su tiempo entre Francia y Auroville, la aldea ideal que con la que soñó Sri Aurobindo a principios del siglo XX y finalmente fundó en 1968 La Madre, una de sus colaboradoras.

Auroville queda cerca de cerca de Pondicherry, al este de la India y conviven unas 2000 personas de 30 países diferentes. El yoga, la alimentación orgánica y las charlas sobre vidas pasadas y futuras son como el café para los porteños, un ritual.

Chantal conoce Auroville como el patio de su casa. Al principio fue un consuelo para los dramas que le tocó vivir, después acompañó a una hija a estudiar danza y al final tomó una decisión: dedicarse a la búsqueda espiritual.

Sus tres hijas ya están criadas y son independientes y aunque no me lo dijo, imagino que las guiadas por La Provence la tendrían medio aburrida. Desde el año pasado vive seis meses en Francia y el resto en la India. ¿De qué vive? Sigue siendo guía, pero de viajes a Auroville. Los viajeros suelen ser personas que les interesa la espiritualidad pero que todavía no han entrado en ese mundo del que a Chantal ya no le interesa salir.

«El viaje espiritual es un viaje que empieza por el interior y de ahí va al exterior mientras que el viaje de turismo queda en el exterior», me dijo en un micro que nos llevó de Saint Rémy a Avignon.

«El viaje interior te permite estar en el mundo de una manera justa», me dijo también y tuve ganas de anotarme para su próximo viaje, que parte cerca de fin de año. Los interesados pueden escribir a chanecarroz@hotmail.com (Habla español y portugués).

Los últimos días debo confesarlo, aprendí más de los masajes lumi lumi de Hawai que de los períodos arquitectónicos de La Provence. De repente, los palacios y las piedras y los 6000 años de historia me parecieron menos interesantes que la vida y las andanzas de Chantal, que en esta etapa se llama Chane.

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Monet, otro fanático de los coquelicots

Parece que desde que vio estas amapolas silvestres, Claude quedó impresionado. Tiempo después pintó esta tela de una madre y su hijo paseando al aire libre, en Argenteuil, un día de verano. La pintura, Coquelicots, se puede ver en el Musée D’ Orsay, en París. La entrada cuesta 8 euros. Horario: de 9 a 18 y los jueves, hasta las 21.30.

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Coquelicot, la amapola silvestre

En esta época primaveral, los campos de La Provence, los costados de las rutas, los campings y los jardines de las casas están llenos de coquelicots rojas como las cerezas de una torta.

Así se llaman en francés a las amapolas silvestres, de flores frágiles y bellas como un papel japonés. O como la música de Juana Molina.

Lucen poéticas y sensuales con el viento despeinándoles esos cuatro pétalos locos.

Algo de eso habrá visto Kenzo, cuando las eligió para lanzar su perfume Flower, que seguramente tiene notas florales.

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El atelier de Paul Cézanne

Las luces provenzales esconden algún misterio, y si bien en este viaje me tocan días de lluvia percibo una luminosidad especial aún en la tormenta. Un matiz. Como si la lavanda, el tomillo, la menta, la salvia y el regaliz del campo se reflejaran en el cielo.

Muchos pintores franceses del siglo XIX buscaron esa luz de La Provence, y Paul Cézanne fue especialmente fanático. Cézanne nació en 1839 en pleno centro de Aix en Provence, no muy lejos de la fábrica de sombreros de su padre. Aunque en algunos tiempos viajó seguido, Cézanne siempre quería volver a La Provence.

«Cuando estaba en Aix, tenia la impresion que me encontraria mejor en otro lugar, ahora que estoy aqui, echo en falta Aix… cuando uno ha nacido alli, esta perdido, ya no le atrae ningun otro lugar».

El atelier de Cézanne está a un par de kilómetros del centro de Aix. Se llega caminando sin problemas. La oficina de turismo local ha ideado cincocircuitos representados por cinco colores que siguen distintos recorridos que el pintor hizo en su época. Uno de ellos, el gris, lleva al atelier. Basta seguir unos cuadrados de bronce en la calzada que dicen Cézanne.

En todos los recorridos, está presente el Monte Saint Victoire, el monte fetiche del pintor, el que aparece en esta pintura y en otras 86, entre óleos y acuarelas. Las distintas luces sobre el Sainte Victoire fueron una de sus obsesiones.

Al parecer Cézanne fue un tipo solitario. No salía demasiado, ni tenía muchos amigos, salvo Emile Zola durante los años de su infancia y adolescencia. Tampoco vendió cuadros. Tenía un padre rico que le financiaba su vida artística y después un padre muerto que le dejó una herencia.

Cada tanto, algún amigo le compraba obra, casi como una ayuda porque se supo que varios de ellos, como Zola por ejemplo, nunca los colgaron. En vida fue un pintor ignorado. Hoy, se considera a Cezanne el padre del arte moderno y sus cuadros se venden en millones de dólares.

Para llegar al taller hay que caminar una subida larga, la misma que Cézanne caminaba todos los días hace 150 años. La casa se esconde en un monte de plátanos, olivos y pinos que por esta época lucen verdes y llenos de sombra.

El cuarto donde pintaba es enorme. Tiene un gran ventanal y todavía están los mismos muebles, algunos pinceles, una escalera alta y parte de los objetos que utilizaba para sus naturalezas muertas. Hasta se puede ver sus trajes de pintor y los sombreros que usaba (foto). Pero lo más lindo del atelier es el jardín que lo rodea, donde hoy se exponen obras de arte. Y el gato mimoso que anda por ahí. Todos querían que fuera Paul. Pero es Pola.


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Ventanas de La Provence

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