El año pasado en un vuelo de San Francisco a DF, conocí a Gustavo G., un migrante que se salvó.
Me contó su historia y desde ese día el árbol de toronjas tiene un nuevo sentido para mí.
Este año, algunos meses atrás, leí en las noticias sobre los 72 migrantes llegados de Centroamérica que fueron asesinados por los narcos en un rancho de Tamaulipas. Esa vez fueron 72 pero cada año son muchos más los migrantes que no se salvan.
No me extrañó ni siquiera me sorprendió la noticia porque la violencia narco en México está llegando a niveles de susto. Cuando estuve por ahí asistí a un seminario para periodistas sobre cómo cubrir el narco. Conocí la historia de los Zetas, supe que existen los Zetitas, aprendices de narco de menos de quince años, y entendí cómo es la vida cotidiana en un país que se acostumbró al poder, la ley y la violencia del narcotráfico, que incluye extorsiones, secuestros, decapitaciones.
En el DF esa realidad es lejana, pero en Chihuahua, ya son más los muertos por el narco que por vejez. Hace un tiempo era el cuarto lugar más peligroso del mundo. Hoy quizás ya es el tercero.
Conozco muchos periodistas mexicanos que cubren el narco y las pérdidas que van asociadas a la creciente actividad: familias desmembradas, mujeres solas, miedo y generación de jóvenes que se está perdiendo.
Después de la muerte de los 72, la cronista Alma Guillermoprieto pensó en hacer un altar virtual para honrar a estas personas. Convocó a periodistas, escritores y fotógrafos a componer un texto homenaje a cada uno de los muertos, muchos de ellos aún no identificados. Todavía faltan historias, pero la página 72 migrantes ya está online.
Este año, mi altar para el Día de Muertos estará dedicado a ellos. Según las coordenadas de varios mexicanos consultados, me faltarán algunos elementos en mi altar casero. Pero no importa, los reemplazaré por otros y los 72 migrantes tendrán un modesto homenaje desde Argentina.