Subte A: de Perú hacia Carabobo

6 PM, la vuelta a casa. Parada, rodeada, apretada, estrujada. Veo pelos, nucas, piercings, orejas, bufandas. Huelo un chicle de frutilla tan cerca que me parece que me lo estoy masticando. Escucho conversaciones cruzadas, frases sueltas.

Botas en punta, con taquito y caña alta, ¿entendés cómo son? Quiero unas así, negras, y caminé Florida de punta a punta pero no las encontré.

No, en atención al público trabajé sólo dos meses, cuando entré. Si no, no tendría esta cara. Vos sí trabajás con público, ¿no?

Lo que pasa es que ese tipo de camperas, a las brasileñas les encanta y acá les salen la mitad. Se las llevan todas. Por eso no quedan. El vendedor me dijo que hoy vendió nueve. ¿No viste que el centro está lleno de brasileños?

No entiendo cómo el subte puede andar sólo hasta las 22.30 Ayer vine al cine y tardé dos horas en volver. Antes era hasta la medianoche, ¿sabés qué paso?

Si me hacen ir a laburar el viernes, me mato.

En el medio, como si estuviera armado, como si estuvieran en un set de filmación la pareja de veinte, ella con flequillo, él con anteojos de chico de cine independiente, se da piquitos. Al principio son tímidos, mínimos, secos. A medida que pasan las estaciones se convierten en besos largos. Besos mirados. Besos en vivo.

Sí, boluda, mis viejos fueron a ver la de Capusotto. Les gustó, bah, es cómo siempre es él, un genio, jaja. Sí, dale, vamos. ¿En serio te gusta Rodrigo? Entonces, no sé, ponéle algo en el Facebook.

-¿Le podés avisar al escribano que no llego?

Viven con el sueldo de él, que gana 4000 pesos. Ella cuida los chicos, y cuando le sale algo de lo suyo lo hace los fines de semana. Se arreglan, qué se yo.

Las luces del subte más antiguo de Buenos Aires tintinean con el movimiento y los espejos biselados están tapados por codos, brazos, hombros y hombres y mujeres. Ya pasó Castrobarros. El chico de campera gris abre los ojos. No sé si estaría durmiendo o sintiendo el paisaje como un radioteatro discontinuo.

Permiso, bajo en Río de Janeiro.

Ilustración: deathbyorphans.com

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Máquinas de Carhué, un domingo de sol

Carhué, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

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Rollo de intimidad femenina

Hoy se inaugura en Buenos Aires la IX edición de la Feria del Libro de Fotos de Autor, en Espacio Ecléctico. De los 400 trabajos presentados, se seleccionó poco más de la mitad.

Verano es uno de ellos, dentro de la categoría Biografía. Pertenece a Andrea Marra, guionista de unitarios para televisión y, desde ahora, también autora de un ejemplar único, artesanal y de inspiración japonesa.

El fin de un affair amoroso y el incentivo de su profesora de fotografía, Marcela Valero Narvaez, fueron el motor de este libro poco convencional: un rollo que indaga en lo íntimo, en lo femenino, a través de fotos y textos eróticos.

El rollo es un fluido de poco más de un metro y medio de largo. «Tiene algo de flipbook, de las estampas japonesas, perfectamente podría ser la secuencia de una película», me cuenta Andrea que, a propósito, parece medio japonesa.

Impreso en papel traslúcido y bien guardado dentro de una cajita oriental. Como un tesoro, que retiene movimiento, fragilidad, imágenes borrosas, recuerdos de un momento explosivo.

En la feria, algunos libros se venden, éste no. Es único. Pero hasta el 22 de este mes se lo puede conocer, descubrir. Sentarse en un sillón y desenrrollarlo. «Las mujeres van a entender de qué estoy hablando», dice Andrea.

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Gente de mi ciudad

Domigo de sol. El último, para ser exacta. Hace frío en Buenos Aires, pero igual decido ir en bicicleta. La ciudad se ve medio vacía. La imagino almorzando pastas o quizás durmiendo la siesta porque son pasadas las dos.

Animada por el extraño desierto urbano circulo rápido. Suena Elza Soares. Paro en un semáforo, no porque venga un auto, sino para cambiar el track. Entonces escucho que alguien me habla desde la esquina. Levanto la cabeza y ahí está ella.

Voy a esmerarme en la descripción de esta señora para que puedan verla. O mejor, para que crucen de vereda si la ven. Ella no es alta ni joven ni flaca. Tiene el cabello de color caoba, anda despeinada, y usa anteojos de marco dorado. Un jogging azul, una campera de los años 80, verde y negra, y zapatillas como de jugador de la NBA. Tendrá cincuenta y tantos, mal llevados. No podría calcular el peso, pero es una mujer obesa. En la mano lleva una bolsita de nylon rosa, parece que hubiera comprado un remedio en la farmacia.

Educada, me saco los auriculares, salgo un momento de mi mundo,  y la escucho.

– ¿Sabés dónde hay un Mc Donalds por acá?

Estoy agitada porque, como decía, vengo rápido por la ciudad vacía, dormida, soleada.

– Sí, dos o tres cuadras para allá -respondo entre jadeos, sonriendo.

Ella me mira fijo y dice. No, no dice. Exclama, con tal convicción que hasta puedo ver los signos, rodeándola como un aura:

– ¿Para qué hacés eso, boluda? ¿No ves lo agitada que estás? ¡Te hace mal al corazón!

El sol, Elza Soares, la bicleta, ella hecha trizas sobre el asfalto, un Big Mac que cae en algún lado como un bulón, la puteada, el corazón. No respondo. No tengo palabras, sólo imágenes.

Ella aprovecha para cruzar en diagonal. Pisa fuerte con sus zapatillas de la NBA, el viento le bate el cabello caoba. Lentamente, me calzo un auricular, después el otro. Estoy a punto de partir, pero no. Falta hacer algo. Me doy vuelta y exclamo, sin insultos pero con envión, así ella también puede ver los signos:

– ¡A vos te hace falta bicicleta!

No sé si responde o no porque no miro para atrás. Vuelvo a mi domingo de sol. Y no pararé en los próximos semáforos a menos que sea estrictamente necesario. Suena otra vez Elza Soares, el tema Pra que discutir com madame, para ser exacta.

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Clarinetes del mundo

Desde hoy hasta el 7 de agosto, Montevideo es sede del Encuentro Internacional de Clarinetes. Una idea original de Gervasio Tarragonal Valli, el joven y talentoso clarinetista uruguayo que toca en este video.

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Con ánimo de mar

¿Qué te parece?, le preguntaron una vez a Domenico Modugno mostrándole el horizonte desde Pocitos. El cantante de Volaré, que recién llegaba a Montevideo, respondió: Bonito, pero nunca he visto un mar marrón. Nadie le aclaró que era un río porque los montevideanos lo consideran el mar. Y punto.

“¿Cómo no le vas a llamar mar a esto?”, me dice Pelayo Arocena y señala la inmensidad, que hoy se ve azul, con olas y ánimo de mar.

Con ustedes, el Mar de la Plata.

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Boniato glaseado

Abajo del fuego hay un boniato, como le dicen en Uruguay a la batata. Al plomo, cocida sobre la parrilla, cortada a la mitad. Una vez lista, le echan unas cucharadas de azúcar y después la sellan con el quemador al rojo vivo, como se ve en la foto. Deliciosa costumbre que me propongo imitar en alguna parrilla campestre.

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Lustrabotas con buen marketing

Marito Walter Barneche Ruiz trabaja en el Mercado del Puerto de Montevideo hace 30 años. Es lustrabotas pero se siente embajador. Usa camisa celeste de lycra, pañuelo con traba, saco y zapatos de cuero gris.

– A mí me va bien, es el único secreto. Miráme, nena, yo tengo buena presencia, no soy cualquier cosa. No. Yo tengo, cómo es, márchesindain. Uso relojes, anillos, mirá, no soy un loco. Yo acá le lustro a famosos, a turistas de todo el mundo, tengo los emails, me mandan fotos. Hasta actué en una película, mirá lo que te digo. En la Puta Vida, ¿la viste? No. Yo no soy cualquier cosa. Miráme, ¿cuántos años me das?

– …

– ¿Sabés cuántos tengo? 62. No parezco, ¿no? Además de trabajar en el mercado, camino 40 minutos 3 veces por semana. Pero si querés que te diga la verdad, siempre tuve mucho sexo, por eso me mantengo así. ¿Sabés cuántos años tiene mi novia? 32. No, yo no soy un loco. Yo tengo markentig o como se dice, márchesindain. ¿Dónde me dices que va salir esta nota?

(La lustrada cuesta 3 dólares, la charla viene de regalo.)

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El Palacio Salvo: adefesio o belleza

En Montevideo, frente a la Plaza Independencia, el Palacio Salvo es un gigante estrambótico parado ahí desde hace más de 80 años. Como un misil. O, en términos más uruguayos, como un termo descomunal alzándose al cielo, implorando quizás que nunca falte el agua para el mate.

El Salvo es hermano mayor del Barolo de Avenida de Mayo. Los construyó el mismo arquitecto, el italiano Mario Palanti, fanático de la Divina Comedia.

Un hermano más alto, de 95 metros. Durante algunos años, fue el edificio más alto de América del Sur. Como el Barolo, también lleva el nombre del empresario que lo mandó a construir, en este caso, los hermanos Salvo.

Se inauguró en 1928, unos años después que el Palacio Legislativo y algunos antes que el Estadio Centenario.

Su estilo ecléctico y no definido provocó polémicas. Hasta hoy, para algunos es un adefesio y para otros, una belleza.

Fue pensado como complejo hotelero, nunca llegó a serlo. Hubo un famoso salón de baile, casas de masajes, club de billar, departamentos usados por adivinadores del futuro y hasta por una comunidad que criaba hamsters. Actualmente, hay oficinas, viviendas, y en el entrepiso, el estudio de grabación La Batuta, por donde pasaron Alfredo Zitarrosa y Jaime Roos. Tip para apreciarlo mejor: desde el restaurante Arcadia, en el piso 25 del Radisson.

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El Bar Arocena

Al Bar Arocena alguien se lo olvidó abierto en Carrasco. Quedó ahí, como una foto ajada, como un trasto viejo entre los restaurantes chic, las tiendas y heladerías de Carrasco, el barrio más tradicional de Montevideo. Quedó la luz prendida desde 1923 y apenas unos pocos la ven.

Está a una cuadra del Hotel Casino Carrasco, el famoso hotel que abrió en 1921 y celebró grandes banquetes y bailes, que cerró en 1997 empujado por el abandono, y que el año próximo será un cinco estrellas, después de varios años de recuperación y algunos millones.

El Bar Arocena tiene mesas en la vereda. Por la mañana y por la tarde los vitalicios del barrio las usan de oficina, para leer el diario, comentar noticias, arreglar el mundo.

Pelayo Arocena, nieto del fundador de Carrasco, es uno de ellos: tiene 81 años, manda cartas de lectores al diario El País, anda en bicicleta y vive en un garaje frente al mar.»No tengo ni una hectárea pero me considero el dueño de estas tierras, mi abuelo las fundó». Pelayo no sabe qué es wifi, pero recuerda los detalles de cada baile del Hotel Casino Carrasco. «En las noches de verano, yo bailaba con D’ Arienzo», cuenta.

Peter, “el alemán”, es otro cliente fijo. De ojos celestes y edad indefinida, el alemán vive en Montevideo desde que se jubiló, hace un par de años. Conoce boliches, trata de hablar español y recibe una semana más tarde el Argentinisches Tageblatt. Probablemente sepa qué es wifi pero no lo usa seguro. Ni tiene correo electrónico. Algunas tardes viene con su mamá, que tiene el pelo largo y gris, y toma Bailey’s.

El Arocena abrió en 1923 y tuvo varios dueños hasta que lo compró Roberto Mallón Orols, hace más de treinta años. Gallego de La Coruña, llegó en barco después de ver hambre en la España de postguerra. Su destino era Cuba, pero al final lo mandaron a Uruguay. Tenía 18 años.

Fue colectivero, panadero, taxista, mozo en Punta del Este y finalmente, dueño del bar que según revistas y locales, prepara el mejor chivito de Montevideo. «Para hacer un buen chivito hay que usar el pan tortuga tostado, lechuga, tomate, huevo duro, morrón, panceta, muzzarella, mayonesa, el único secreto: que la carne sea lomo», revela todavía con acento gallego. Le gusta contar su historia, pero más le gusta contar monedas. Hace montoncitos, las envuelve en papel, las guarda.

Al final de la barra de mármol hay una foto de los años cuarenta, donde posan cinco Amigos del Bar Arocena, satisfechos, con mulitas y perdices recién cazadas. En el Arocena (Arocena 1534), la vida todavía transcurre en blanco y negro, pero, ojo, que el bar no se quedó en el tiempo: abre 24 horas.

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