Después de escribir todo el día, comer frente a la computadora, tomar mate con Facebook y Twitter, decido apagar la máquina y aceptar la invitación de una amiga a cenar puchero… en la otra punta de la ciudad.
Subo al auto a las 8 de la noche, hace frío, está oscuro. Tomo un camino nuevo, creo que ahí empecé a equivocarme. Pero todavía no lo sabía. Las calles iluminadas por las luces rojas y amarillas, de freno y guiño de los autos. Música (Dummy, de Portishead). El plan está bien para un final de día relajado. Hasta que entro en la Autopista del sol, paso la salida y me meto en un carril central donde nadie baja de los 120 k/h. Ninguna salida a la vista. Y lo peor: avanzo en dirección opuesta al puchero. Suena Wandering Star.
Cartel de «Salida a 500 metros». Hay tránsito y es difícil cruzar todos los carriles para llegar a la salida. Lo logro, llego al peaje de algún lugar a unos quince kilómetros. Busco la cartera y veo que me olvidé el monedero con la plata. El chico del peaje me mira. Se suman autos en el peaje. Busco monedas en la guantera, debajo de las alfombras, en el cenicero. No hay un cobre.
Diez o bueno, doce segundos más tarde, el chico del peaje me mira mal desde su cabina en las alturas. Dejo de buscar, le pregunto si puedo pagar con tarjeta de débito. No. Obvio que no. Llega una ambulancia a la fila, los autos tocan bocina. Me tocan bocina. Ay. El chico del peaje me indica que circule. Antes debo firmar un ticket de deuda. Más bocinas. Firmo, avanzo. Me siento en la escena del escape salvaje de una película de acción, en una Carretera Perdida. Tan lejos del puchero.
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Llegué al puchero a la hora del postre. Cuando abrió la puerta, mi amiga preguntó si siempre que no tengo viajes, me los invento.
Después de saltear varias páginas de política y maldecir porque me perdí una convención de gemelos, mellizos y parecidos en el Planetario, encontré en el Clarín de ayer una encantadora carta que John Berger le escribió al ladrón de los cinco cuadros del Museo de Arte Moderno de París.
Se te acusa de robo, y las pinturas recuperaron su inocencia. Los abogados sostendrán que privaste al público de su derecho a ver cinco obras adquiridas con dinero público o recibidas mediante una donación. Es verdad. Pero si comparamos esa modesta pérdida con los efectos devastadores colosales del mercado especulativo y de sus fuerzas sobre la forma en que pensamos el arte en la actualidad, así como su lugar en treinta mil años de historia de la humanidad, la “privación” de la que eres responsable parece apenas un detalle.
Entre La Paz y Coroico, en Bolivia, un descenso en mountain bike de 63 kilómetros por el camino más peligroso del mundo, que comienza en un paso de altura a 4.700 metros y termina a 1.200, cerca de una piscina y con las nubes bajas.









«Llegó la hora de Yolanda La Amorosa. La luchadora, de menos de treinta años, camina hacia el ring con la elegancia de una actriz que llega al Festival de Cannes.
Salgo del avión, y la fila de migraciones es tan larga que me pregunto si no hubiera sido mejor volver en ónmibus.
Verónica Montero es periodista, vive en Buenos Aires y su trabajo actual consiste en enaltecer a los duros de Hollywood: escribe reseñas de cine de acción para un canal de cable.
Con el diario del día siguiente me enteré de lo que realmente había sucedido. Los ojos del mundo, otra vez en La Gran Manzana: “El intento de un atentado terrorista sacude Times Square”. El sonido fuerte que escuchamos, fue la implosión provocada por la Policía a tres cuadras de donde estaba. El vendedor de uno de los puestos callejeros, que había alertado sobre el coche bomba abandonado, se convirtió en un ídolo y había fila para sacarse fotos con el héroe.