¿Vos de dónde sos?

Cada tanto, durante un viaje, me encuentro con un argentino. Cuando ninguno de los dos cruza de vereda o se hace el distraído, quizás conversamos. En algún momento llega -siempre llega- la pregunta inevitable: ¿Vos de dónde sos?

La persona que tengo enfrente se refiere al sitio donde vivo hoy. Si le digo Quilmes, Parque Patricios, San Isidro, Colegiales creerá que tiene coordenadas suficientes para ubicarme en su mapa cerebral. Quizás porque creo que no, la pregunta me complica.

Porque soy de acá y soy de allá.  Porque no llevo un barrio encima, llevo cuarenta. Más 300 calles, 48 esquinas y mil imágenes que rotan y me acompañan en algún momento del día, todos los días. Rotan como rota el header de Viajes Libres que, ahora que lo recuerdo, hace tiempo que no lo cambio.

Rotan y se aparecen, de repente, en la mañana mientras tomo mate. La cara de espanto de la abuela del Hostal Nervión de Madrid, que me descubrió cocinando unos spaghetti con un calentador de montaña MSR en un cuarto.  Pasaron años desde aquél día y no puedo olvidar el estampado rosa y verde de su falda, los bigotes canosos, el lunar -con pelo- en la mejilla derecha. Y su boca abierta cuando entró y estaba la cena servida en la mesa de luz. Tenían tan buena pinta que siempre creí que lo que más la enojó fue que no la invitáramos al banquete.

Ayer a la tarde, mientras me comía una banana con miel me acordé de mi puesto de jugos favorito en el mercado de Oaxaca. Durante varios días recorrí la mismas calles para llegar a tomarme un antigripal. El juguero me saludaba obediente, preguntaba poco y hacía el mejor mix de frutas. Un rato antes había llegado ese hombre con sombrero blanco y ojos de obsidiana que se pedía unos huevos de codorniz batidos para curar la resaca y así poder volver a tomar, supongo. El centro de Oaxaca fue mi casa varios días. Igual que el DF. Y Thamel, en Katmandú. Donde una noche oscura me olvidé todos los documentos en un rickshaw y el que pedaleaba me los vino a devolver.

El sábado pasado me desperté pensando en aquél mediodía en Paharganj, Nueva Delhi. Fui a comer en un barcito abajo del hotel. Como no había chapatis, el chico que atendía se fue a buscarlos a otro local. Maldigo el momento en que se me ocurrió ir al baño y encontrarme al chico entrando por la puerta de atrás. No, no eran tetas lo que  tenía abajo de la camisa a cuadros, sobre su piel mojada por los 40 grados. ¡Eran mis chapatis!

Desde que pasó el terremoto estoy acá, pero estoy también en Chile, en Las Condes, en Viña del Mar, donde hoy mis amigos tienen insomnio pensando que se los llevará un terremoto si se duermen. Es de noche y la ciudad está en silencio, pero no dejan de escuchar las bocinas de los autos, los perros ladrando, los vidrios rotos, el caos del sábado por la madrugada.

Pasan barrios, experiencias, personas y rutas y caminos de montaña y situaciones de riesgo y momentos compartidos con gente que nunca volveré a ver. Pasan paisajes de selva y comidas y mercados y desiertos y risas y cuartos de hotel. Cuartos con ventilador, con sábanas de lino egipcio, con rejas por seguridad, con cucarachas, con frigobar, con pulgas, con plasma, con hormigas, con lugar para siete aunque sea una doble, con amplios ventanales sobre un lago azul y sin ventana, con siete almohadas y con paredes de símil cartón, con jacuzzi para dos y con baño compartido, con tarjeta magnética y sin llave. Pasan varios años de mi vida y el argentino que tengo enfrente espera que le responda la pregunta para ubicarme en su GPS interior:

– ¿Vos de dónde sos?

– De Villa Crespo.

– Ah.

(No sé por qué me complico, si es tan sencillo)

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Antártida de supermercado

Curiosidades: El arquitecto François Delfosse descubrió el continente blanco… ¡adentro de  una bolsa plástica!

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Cama, café y charla en Santa Teresa

El que fue más de una vez a Río de Janeiro y no está desesperado por abrir los ojos en Ipanema o Leblón puede tener en cuenta hospedarse en Santa Teresa, un barrio tranquilo, antiguo, arbolado, bohemio y con buenas panorámicas de la ciudad.

Hay tres o cuatro hoteles de mediano presupuesto, un par de opciones de lujo boutique y dueños franceses, como Santa Teresa y Mama Ruisa, y también existe una red de alojamiento en casas de familia. Se llama Cama e Café y es una versión brasileña del bed & breakfast. Fue creada por un grupo de residentes de Santa Teresa y da la posibilidad de experimentar eso de sentirse como en casa fuera de casa.

Hoy la integran más de 40 residencias particulares. Están divididas en tres categorías: económica, turística y superior. En los tres casos, suelen ser casonas antiguas, que tienen uno o dos cuartos para huéspedes. Las dobles más económicas cuestan desde R$120 en baja temporada y 160, en alta.

Hace algunos meses cuando estuve en Río, me quedé en la casa de Renata Bernardes, que se llama justamente Casa da Renata, y está en la Rua Alexandrino, la más larga del barrio y una de las más extensas de la ciudad. Es un caserón antiguo, con tres cuartos dobles. Después de aprender las normas de seguridad de la casa, uno entra y sale a su pinta, con su llave. Según la disponibilidad de tiempo del dueño de casa, lo verá más o menos. Renata es una mujer ocupada, así que no nos vimos mucho. Pero una noche coincidimos en el living, lleno de fotos de gatos, muñequitos de gatos y dos gatos reales. Conversamos un rato sobre la vida y el barrio.

Me contó que se mudó a Santa Teresa en los 90, cuando todos querían irse porque era un lugar inseguro. En esa época Renata se unió con unos vecinos y formaron la agrupación Viva Santa, “para sacar al barrio de los policiales y ubicarlo en la sección cultural”, me dijo fiel a su lenguaje periodístico, en el living, mientras acariciaba a uno de sus gatos.
El movimiento fue creciendo y un día de 1996 se les ocurrió abrir los talleres de los artistas para que la gente pudiera conocerlos y ver cómo trabajaban. “Una conocida trajo la idea de Cambridge, me acuerdo que la primera vez fueron diez artistas y que para organizarlo sacamos el dinero de nuestras carteras. Logré ponerlo en la agenda del diario y la repercusión fue inmensa”. Así nació Arte de Portas Abertas y muchos cariocas que nunca habían subido al barrio, se acercaron a conocerlo. De ese día pasaron trece años y hoy el encuentro artístico cuenta con el apoyo de empresas de primera línea y es uno de los eventos destacados en la agenda de la ciudad.

Definitivamente, no es lo mismo un dueño de casa que el conserje de un hotel. Gracias a Renata conocí The Maze, el bar para escuchar jazz en una favela, supe que mis jabones preferidos se vendían ahí nomás, en Lapa, y me enteré que además de subir en taxi a Santa, se puede subir en moto express por la mitad de precio y el doble de aventura, todos, datos útiles que se parecen más a los que da un amigo que hace tiempo vive en la ciudad.

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La marcha de la semilla

The seed, un video de Johnny Kelly.

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Selvas lejanas, camino a

Veo las flores de Denise Giovaneli y pienso en un ave tropical, una fruta carnosa y desconocida, el Carnaval de Río. Como si los pétalos amarillos y el filamento violeta tuvieran lazos invisibles a escenas exuberantes, selvas lejanas.

Veo estas flores y veo más que flores. La planta no reconoce límites y nace un país sin fronteras. Donde la mirada construye un camino a mundos soleados.

Me gusta cuando el agua atraviesa sus fotos. Vuelve los cuerpos blandos, moja el cabello, inunda el ambiente de inquietud. Chorrea, se escurre. Mata la rigidez ósea para que crezca la fantasía. Y las nubes completan un vestido que no sería extraño que de un momento a otro saliera volando, como un barrilete de otoño.

La fotógrafa construye un paisaje con elementos sólidos,suavidad femenina, instantes ganados y elregocijo íntimo del lo experimental. La mirada está ahí: desnuda, atenta, de pie.

Cuando veo el bosque cerrado y penumbroso que Denise encontró en Córdoba agradezco la luz de luna, sus claros radiantes, la nostalgia de Tolkien, la sensación de estar en una película de aventuras, donde la protagonista es una mujer. Y sabe bailar.

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Días CAVU en la Patagonia

CAVU: Ceiling and Visibility Unlimited (Cielo y Visibilidad Ilimitados)

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La aventura del amor, un viaje sin seguro

Foto: Martín González

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Cinco tomas para una buena pieza

(Este post no es ecológico ni deportivo)

Toma 1
El centro de San Martín de los Andes está lleno de sorbus en flor, turistas chilenos, familias de vacaciones, casas de pesca con mostradores que exhiben insectos tan perfectos que me imagino que está vivos. Turquesas, rojos, amarillos, peludos, de antenas brillantes y plumas leves como la espuma. Hay muchos más insectos que en el inventario de un museo, más que uno para cada día del año.
No sabemos mucho de pesca, sólo que queremos pescar. Con esta premisa básica es duro asomarse al mundo perfecto de los mosqueros, donde un equipo de mosca cuesta más 200 dólares y cada río tiene sus insectos, sus guías y sus especificaciones. De afuera, el universo de los mosqueros se ve inaccesible. Como el de los médicos o el de los ingenieros. Con fórmulas, saberes, códigos. El tiempo de vacaciones no da para hacer un curso de pesca. Salimos del negocio de pesca sin comprar nada.

Toma 2
El pescador es sordo. De tez oscura, ojos buenos, camisa a cuadros, bajo. Va con su hija de nueve años, que le traduce la conversación esforzando los labios tiernos. Ella tiene un buzo rosa y una sonrisa que ganaría un concurso de sonrisas verdaderas. Hacían dedo en el camino al lago Lolog. Paramos, los llevamos atrás, van a pescar. A pasar juntos la tarde, padre e hija.
Hablamos de pesca, entonces. El pescador sordo escucha nuestra inquietud y responde las preguntas. Entiende más que el vendedor de una casa de pesca. Revela un lugar con pique, cuenta cómo pescar, si caña, mosca, cucharita. Lagos o ríos. El pescador sordo da las coordenadas para armar un tarrito, como pesca la gente de acá. Se baja con su hija de buzo rosa, que lo toma de la mano y juntos caminan hacia el río.

Toma 3
En un supermercado del centro conseguimos los tarritos: una lata de duraznos en almíbar (Arcor), una lata de peras en mitades (Aguaribay). En una casa de pesca, la tanza, una mosca, una cucharita y el permiso de pesca ($ 25 por una semana). El vendedor creyó que teníamos caña. Da cierto pudor hablar de «tarrito» en una casa de pesca. Entonces, lo dejamos que siguiera creyendo.

Toma 4
La Bahía Sin Nombre queda en el lago Paimún. Son cerca de las seis de la tarde, el sol todavía quema. El Lanín está atrás del bosque de coihues, un cono perfecto, alto, nevado. Bajamos con el tarrito, como los niños que llevan el baldecito a la playa. El agua de los lagos del sur está más fría, pero la emoción es parecida. Hay que internarse hasta la cintura y después arrojar la tanza con la cucharita lejos y recogerla rápido para que no se enganche entre las piedras. Una vez. Otra. Y otra más. Se sabe que el éxito de un pescador se apoya en un pilar fundamental: la paciencia. Así que esperamos.  Va de nuevo. Una vez, otra y otra más. Cuando la cucharita vuelve brilla con el sol de la tarde y confunde a las truchas. Una grandecita, de más de un kilo, pica y se acerca como una lámina plateada entre las piedras oscuras. Lucha pero no puede: ya tiene el anzuelo adentro. Esto no es catch and release, sino pescar para comer, por eso la pieza no se devuelve. Según el reglamento, en este lago se puede una pieza por pescador. Es una trucha arco iris. Tiene el lomo rosa atigrado. Si la viera un diseñador de modas le copiaría el estampado seguro.

Toma 5
Limpieza, descamado, adobo con limón, cebollita, morrón y ajo. Horno fuerte, 20 minutos. Un poema patagónico.

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La marca de la India

Cuando uno viaja a la India le queda una marca.  Una marca en la sensibilidad, en el gusto, en el recuerdo propio y de los otros. No importa si fue hace un mes o hace quince años.  A la vuelta, uno es el mismo de siempre pero es distinto: viajó a la India.

Creo que por esa marca que llevo, un colega me preguntó algunos tips de la India. Él se va por trabajo y tiene una semana libre. ¿Qué puedo hacer en una semana?, me preguntó.

Le respondí que seguramente su programa de fampress en la India será rápido como la mayoría de los fampress. Y que sin embargo, una de las cosas más interesantes de la India es poder detenerse y tener tiempo para observar una visión oriental del mundo y de las cosas.

La India tiene muchas puertas o ghats. El turismo es una pero hay otras, y para verlas no es necesario ir a todas las atracciones turísticas. Está muy bueno leer sobre la historia, la religión. Los dioses tienen vidas llenas de reencarnaciones, instrumentos, vehículos, colores, mensajes. Cada uno tiene monturas y reprensentaciones. Ganesh es uno de mis preferidos. Durga me da miedo y Hanuman me hace acordar al planeta de los simios.

Le escribí a este colega: Lo que te quiero decir es que más allá del lugar que elijas para pasar esa semana, sería bueno que fueras despacio. Total, paisajes y fotos y datos tendrás bastantes a esa altura. Dicho esto, hablemos de lugares.

Khajuraho, ya lo sabrás, son unos templos con increíbles esculturas eróticas. El tema es buscarse algo para hacer cerca. Por ahí está Bophal, ¿te acordas? esa ciudad donde pasó la explosión química hace unos 20 años. Hasta ahora hay gente con malformaciones por eso. Si vas para vacaciones, con lo que vas a ver en la India te bastará como para agregarle Bophal. Pero quizás podrias averiguar si hay algo cerca.

Varanasi es espectacular. Levantarte a las cinco de la mañana y caminar hacia el Ganges y verlo todo lleno de velitas encendidas, y presenciar las cremaciones, la fe. Es un costado religioso que de alguna forma se complementa y cierra lo que irás viendo en tu recorrido. Es un buen plan. Además, si te gusta la música hay talleres de tabla y el lugar para interactuar con la gente y quedarte algunos días. Si vas, no te pierdas el cine ni las sederías. Quedate en algún hotelito con rooftop garden. En esa ciudad los chicos remontan sus barriletes y los atardeceres son húmedos, de sol rojo sin nubes. Perfecto para curtir terraza. Si hacés Varanasi podrías incluir Sarnat y unos días más en Delhi, sin tour. Es una buena opción para esa semana.

Hay otra zona recomendable, pero tendrías que tomar un avión. Es el estado de Kerala, en el oeste del país. Tropical, con playas y canales de agua dulce en medio de la vegetación. Además, fue un antiguo enclave portugués, entonces hay católicos y hasta un cementerio judío. Es la zona de las especias y tiene una mezcla o masala, así ya te vas preparando con el vocabulario, estimulante. Es un buen lugar, no sé cómo estás de tiempo pero quizás un tren te podría acercar. Si llegas a viajar, pedí second class sleeper. Pero, si me pedís un consejo, creo que es mucho para una sola semana.

Con el equipo de fotos tené cuidado siempre, no te podés dormir.  En la India no son comunes los robos a mano armada pero sí hay mucho, muchísimo descuidismo. Son maestros. Para que te des una idea, en los trenes se atan las mochilas con candados. Porque si te quedas dormido no la ves más. Le pasó a una amiga.

Ojalá que vayas al desierto en Jaiselmer.Y ojalá que subas al fuerte de Jodhpur caminando por entre medio de las casas azules. No te pierdas las koftas, unas albondigas de verdura espectaculares, las podes acompañar con curd que es tipo un yogurt natural un poco más líquido que también sirve como antídoto para el picante. ¡Qué bueno que te quedás una semana solo!

Unos días después, me volvió a escribir contándome que se había decidido por Varanasi. Entonces, le pasé alguna información práctica sobre esa ciudad y le dije que no se olvide de leer los post sobre la India de Viajes Libres.

Las recomendaciones puntuales van a ser medio retro, así que tomálas con pinzas. En Varanasi me quedé en la zona de la ciudad vieja, que fui a una terraza donde había un bar abierto 24 horas que se llamaba Shanti Guest House, que hay un hotel muy lindo de la época de los ingleses que se llama Clarks Varanasi, deberías chequear el precio. Si no te quedas ahí, igual muchas veces los hoteles caros son una buena opción para ir a comer o a usar la pileta. En Varanasi suele haber recitales de música clásica india,  Ravi Shankar, el verdadero, nació ahí. Acordate de ir al cine un sábado o domingo, no a cualquier cine, a Lalita Cinema, uno enorme, con capacidad para más de mil espectadores que toman, bailan en medio de la función. Por ahí había un restaurante vegetariano que se llamaba Keshari y un Garden Restaurant. No se seguirán estando pero de cualquier forma encontrarás un lugar donde tomarte una Singha bien fría.

¿Cuándo te vas? Algo muy importante: no te olvides de investigar cómo estará el clima antes de viajar.  Y buen viaje, Y dale mis respetos al subcontinente. La próxima vez que te vea llevarás la marca de la India.

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Turismo salvaje

Banksy

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