Desde ahora, más viajes por Internet

El mundo se renueva, y las revistas de viajes también.

La revista Viajes del diario La Tercera de Chile ha publicado reportajes sobre Valparaíso Pedro de Atacama, Miami, París, Buenos Aires, Dakar. Y más. Muchísimas más ciudades y pueblos y destinos de aventura, ecoturismo, shopping y spas.

Pero hasta hoy sólo podían leerla los que viven en Chile -o se la hacen enviar a otro país- porque la revista no aparecía en Internet. Eso pasaba hasta hoy.

A partir de ahora, está disponible para todos, la versión online de Viajes, con la que colaboro desde hace algunos años.

Como se ve, el tema de tapa del último domingo descubre un lugar poco conocido del Pacífico colombiano, no muy lejos de Medellín: Nuquí y Bahía Solano, en el departamento de El Chocó, una de las regiones más lluviosas del mundo, donde por estos días desovan las tortugas golfinas y se observan ballenas jorobadas.

También, se puede leer en la última edición, un artículo mío sobre la nueva gastronomía del Bajo San Isidro, a 20 kilómetros de Buenos Aires.

Buenas noticias, entonces, para los que nos gusta leer historias de viajes.

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La joya del Pacífico, por Lucho Barrios

La canción más famosa de Valparaíso, La joya del Pacífico, la hizo popular en los años 50 un peruano que se enamoró de Chile y tuvo un éxito tremendo cantando boleros en México: el gran Lucho Barrios.
Si bien la letra fue compuesta por Víctor Acosta, Lucho Barrios dejó grabada la música de bolero en los cerros y en la memoria de muchos chilenos que la consideran.

(Algunos prefieren la versión en plan batucada de Joe Vasconcellos).

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Mi Valparaíso personal

Me gusta Valparaíso. He venido varias veces y siempre me voy pensando en volver. Ayer, mientras me tomaba un pisco sour en la terraza del Gran Hotel Gervasoni, una antigua casona convertida elegante hotel boutique, hice un pequeño inventario de lo que me gusta de Valpo, como le dicen por aquí.

Los cerros que se vuelcan sobre la bahía, donde hay enormes barcos atracados que me hacen pensar en viajes largos y mares lejanos.

Los ascensores que en realidad -salvo el de Polanco- no son ascensores sino funiculares que suben y bajan desde principios de 1900. En algún momento hubo 35. Hoy quedan alrededor de quince. Son viejos y medio destartalados, pero tienen revisiones periódicas que los mantienen en funcionamiento.

En cada viaje van seis o siete personas. Seguro que hay dos gringos, un anciano que fue a comprar y algún joven que vuelve de la universidad. Por la ventana del ascensor se ven las casas de chapa y colores de los cerros. El de esta foto es el Espíritu Santo, uno de los ascensores del Cerro Bellavista. Otro con buena vista, en le final de la bahía: Artillería.

– Me gusta la elegancia descascarada de Valpo. Me recuerda a La Habana.

Que la ciudad tenga dos caras: El Plan y los cerros. El Plan es la franja de cinco o seis cuadras de terreno plano, antes de las pendientes. En El Plan la vida es frenética, ruidosa, con vendedores ambulantes, trolebuses, micros y mucha gente. En El Plan está el puerto, uno de los más importantes de Chile -que desde hace unos años es privado y pertenece a una compañía alemana- y el Congreso Nacional. En los cerros hay silencio, casas de colores y ventanas al mar.

– Me gusta que detrás de la ciudad gastada se esté gestando una ciudad cool, con media docena de hoteles boutique, hostels, europeos que se vienen a vivir, cafés con vista y restaurantes de nueva cocina chilena, como Calzones Rotos, uno que recién abrió en el cerro Bellavista, frente al conocido El Gato Tuerto.

Que Neruda haya estado por aquí, en una casa como La Sebastiana.

Los personajes bohemios, que también se sienten Patrimonio de la Humanidad (la ciudad lo es desde 2003). Como el señor Manuel Saavedra Duran, con el que conversé hace unos días. Es poeta, artista de collages y novelista. A los 22 años se embarco como marinero y navegó por el mundo en un barco griego. Cuando terminaba sus labores, se encerraba en el camarote, tomaba su cuaderno y se ponía a escribir. Hace poco publicó su libro de aforismos «Reflexiones para meditar». Uno dice así: «Nunca esperes que algo ocurra, trata de ser tú el suceso principal».

También conocí a Antonio Parra Labarca, otro poeta y hombre de radioteatro que me habló de los cerros en la noche, Dijo que parecen una bóbeda celeste con las luces como estrellas. Tenía el pelo blanco y una uña más larga para tocar la guitarra.

Me gusta recordar los tres años nuevos que pasé aquí: 1981, 2004 y 2006. Siempre en los miradores de la calle, el mejor lugar para ver los famosos fuegos artificiales. Aunque, claro, la terraza del Brighton está muy bien y según me contó el camarero, todavía tienen disponibilidad para este año. La cena cuesta 150 dólares, con champagne y baile hasta el amanecer.

– Escuchar tango en El Cinzano y comerme unas chorrillanas en el J. Cruz, los bares más tradicionales del puerto. Jugos naturales, en El Bogarín (Condell 1670).

– Me divierte que mis amigos viñamarinos le peguen a Valpo. Que se quejen porque en los diarios del mundo salen notas de Valparaíso y no de Viña del Mar. Que digan que la ciudad está sucia, que me hablen de los perros vagabundos y que hagan lo posible porque yo me olvide de Valpo. Ja.

Las escaleras largas, los pasajes, las calles sin salida y los paseos como el Yugoslavo o el Atkinson, con casas viejas y llenas de plantas, que en esta época están en flor. Como la buganvilia, la rosa de la China, el jazmín paraguayo y otras parecidas a las campanitas que no recuerdo el nombre.

– Me gusta saber que en los restaurantes del puerto conseguiré machas, choritos, reineta y, según la época, erizos frescos.

– Me gusta que a los que nacieron en Valparaíso se los llame porteños. Y también me gusta lo que me dijo mi amigo Rafael Meneses cuando supo mi atracción por esta ciudad: «Eres doblemente porteña».

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Plácido domingo porteño

Máxima callejera que encontré en el Cerro Concepción, uno de los 45 cerros de Valparaíso, el puerto más famoso de Chile.

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¿Qué vas a hacer para el Día de Muertos?

En México la muerte se celebra y tiene su día, que es hoy. Sí, una vez más llegó el 1° de noviembre y como dice mi amigo JCM, ¡vivan los muertos!

Me imagino que el DF estará más brillante que nunca, lleno de ofrendas florales, altares, calacas (calaveras) y pan de muerto, con sabor a manteca y anís.

Marcela Silva es argentina y vive hace cinco años en Ciudad de México. Al principio le costó entender esta idea festiva de la muerte, más viniendo de un país donde la muerte es algo triste, como las visitas al cementerio. Poco a poco se acostumbró, y hoy come pan de muerto y participa de los altares que se hacen en la oficina donde trabaja.

Marcela es una muy buena alumna de mi curso de Periodismo Turístico y escribió un texto sobre el Día de Muertos para Viajes Libres. Sus palabras vienen directo desde su barrio -colonia, en mexicano- Merced Gómez, a unas cuadras del metro Barranca del Muerto, una zona pegada a San Ángel. Los nombres que la rodean suenan inspiradores para la tarea.

«Hace unos años, cuando llegué a México, sólo conocía el Día de los Santos Difuntos. Por eso cuando mis vecinos me preguntaron qué iba a hacer para el Día de Muertos me pareció extraño. Como no pensaba hacer nada fuera de lo común, me invitaron a pasar el Día de Muertos con ellos.

Cuando llegué a la casa de mis vecinos, me encontré con un gran altar, muy colorido. Predominaba el  el naranja de las flores que adornaban el santuario, decorado además con guirnaldas. En el centro tenía platos con comida, pan, granos y vasos con tequila. En ese momento mis vecinos notaron mi asombro. Entonces me contaron en qué consiste el Día de Muertos.

Me dijeron que es un día especial en el que uno les ofrece a los seres queridos que ya no están, todo tipo de cosas para comer y beber. Es un día para compartir con ellos. También me contaron que se hace esta ceremonia en los cementerios. La gente lleva alimentos y alcohol para pasar con ellos la noche del primero de noviembre.

La tradición me gustó. Cuanto más investigaba, más me sorprendía. El día de Muertos es una celebración que hacían los pueblos aborígenes de Centro América mucho antes de que llegaran los españoles, estaba tan arraigada en la cultura que los conquistadores no pudieron eliminar este ritual. Hay un dicho que dice “Si no puedes contra ellos, únete”, como los evangelizadores de esa época no pudieron quitar esta fiesta tan importante para los pueblos colonizados, la convirtieron en una celebración católica llamándola “Día de los Santos Difuntos o Día de todos los Muertos”.

Después de unos años que vivo esta tradición, no dejo de asombrarme con los altares que arman en las plazas, llenos de pétalos de flores, calaveras hechas de papel maché, guirnaldas que adornan los locales de las calles y vendedores ambulantes vendiendo la calacas en todos los tamaños. Por supuesto que no pueden faltar las pilas de panes de muerto que se venden en todas las panaderías y supermercados del país. Igual que las calaveritas de chocolate con ojos de confites de colores.

Cada Día de Muertos descubro nuevos detalles y lugares. Por eso, hace unos días cuando me encontré con mi vecina, le pregunté: ¿Qué vas a hacer para Día de Muertos?

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Ni Halloween ni muertos: evangélicos

Hoy es feriado en Chile y Halloween no tiene nada que ver. Ni los muertos.

Le pregunté a un taxista a qué se debía el feriado y me respondió que «por algo de las iglesias alternativas». Me pareció una respuesta curiosa y me informé más. Cuento corto, como dicen en este país: desde este año, hoy se celebra el Día Nacional de las Iglesias Evangélicas y Protestantes, el feriado más nuevo de Chile.

Se conmemora el 31 de octubre de 1517, cuando el reformador Martín Lutero se plantó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, en Alemania, clavó sus «95 tesis» y mostró sus diferencias de opinión con la Iglesia Católica, la institución oficial en aquellos años. Allí comenzó un proceso de reforma religiosa en el mundo y surgieron las Iglesias evangélicas.

Hoy los diarios traen suplementos sobre el mundo protestante, con retratos de Lutero, polémicas de la época y negrillas que indican que Chile es el primer país de Latinoamérica que reconoce mediante un feriado a los fieles que profesan esa religión. En Chile, más del 15 por ciento de los habitantes es evangélico. En el mundo son 55 millones.

Mientras tanto, como en todos los países y en todos los feriados, la gente aprovecha el día libre para escaparse a la playa y descansar.

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La insoportable nueva levedad de los recuerdos

Cada tanto, tiro todo. Pero mientras tanto, cuando viajo me gusta guardar la entrada al museo, el ticket de metro, la boleta del restaurante, una hoja amarilla si es otoño, algún folleto, mapas, tarjetas o papelitos con direcciones de gente que voy conociendo en el camino y, claro, el boarding pass.

Me temo que esto último ya no será posible. El Web check-in da tiempo, pero quita recuerdos. Y eso del tiempo, ejem, ya no es tan notorio. Hace seis meses, el Web check-in no tenía fila. Hace dos días, cuando me embarqué a Santiago de Chile, tenía la misma cantidad de pasajeros que el check-in tradicional. Presenté una impresión del check-in electrónico, pero se la quedaron en el último control, antes de subir al avión.

Algunos dirán que los recuerdos no necesitan el cartón del boarding ni ese papelito viejo y doblado que uno encuentra cuando hace orden, de vez en cuando. Yo creo que si. Creo que ese papelito viejo y doblado y encontrado al azar, dispara recuerdos de viaje, los trae un rato a la superficie, inaugura una corriente de aire lejano y conocido.

Lo mismo pasaba con las cajas de fotos viejas. Mirarlas cada tanto era una fiesta. Desde hace un tiempo, las fotos son digitales y rara vez se imprimen. Entonces, uno siempre mira las mismas cajas viejas. Y parece que llegara siempre a la misma fiesta.

La nueva levedad de los recuerdos me resulta insorpotable. Por eso decidí que desde hoy voy a guardar el ticket del equipaje. Aunque se destiña con el tiempo, aunque ocupe lugar. No quiero perder mi archivo caprichoso de los viajes.

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Polo y arte, una dupla que vende

Lo mejor que le puede pasar a estos tres cascos es que se vendan al mejor postor.

Son cascos de polo intervenidos por distintos artistas, que se expondrán en el Alvear Palace Hotel durante esta semana. Después se rematarán en la estancia La Ellerstina, durante la final de la tradicional Copa de Oro.

El de esta primera foto lo pintó el fileteador más famoso de argentina, Martiniano Arce, el hombre que ya fileteó su propio ataud y el de su mujer.  

Adolfo Cambiasso, Gonzalo Pieres, Lucas Monteverde, Bautista Heguy y otros jugadores argentinos con el mayor handicap donaron sus cascos para esta causa que tiene fines benéficos: lo recaudado se destinará a la Fundación Banco de Alimentos.

Este segundo tan colorido con espíritu latinoamericano pertenece a la conocida artista argentina Marta Minujín, la que asegura haberle pagado a Andy Warhol la deuda externa argentina con maíz.  

El tercer casco fue concebido por la pintora Gabriela Pertovt. Estos tres son sólo algunos, en el remate habrá más modelos.

Más allá del arte, la beneficencia y la posibilidad de ver durante los próximos días los cascos en el lobby del Alvear, la iniciativa avisa algo que para muchos es muy importante: en Buenos Aires ha comenzado la temporada de polo.

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La última mirada al mar

«Hay paisajes, como instantes en la vida, que no se borran jamás de la mente; vuelven siempre a traspasarnos desde adentro, cada vez con mayor intensidad. Este en que dimos la última mirada al mar es uno de ellos; allí volvimos la cabeza para no perder la postrera visión de esa esperanza y entrar de lleno en aquella tierra de olvido.»

Francisco Coloane, «Tierra del Fuego», editorial Andrés Bello.

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Los imperdibles del Condorito

Con el furor que despertó la elección de las nuevas maravillas naturales del mundo, la provincia de Córdoba eligió las propias y el Condorito, como le dicen al Parque Nacional Quebrada del Condorito, está entre las siete ganadoras.

Queda a 90 kilómetros de la capital provincial y a 2000 metros de altura, en medio de la Pampa de Achala. Parece que allí se puede ver flora y fauna de varias regiones del país, pero el habitante más famoso y el que le da su nombre es nada más y nada menos que el ave más grande del mundo: el cóndor andino.

Nada mejor que una cordobesa andariega para recomendar sobre ese parque nacional. María Eugenia Aliaga, además de cordobesa, es estudiante de Letras y fue una muy buena alumna de mi último curso de Periodismo Turístico. Le gusta escribir. Y también, caminar por naturaleza y especialmente por este parque del oeste cordobés. Ya fue varias veces y piensa seguir yendo. Unos días atrás volvió de su última excursión. Llegó con la memoria de fotos llena -las de este post son de ella y de sus compañeros de travesía- y con cinco imperdibles Premium que escribió para Viajes Libres y que se pueden leer a continuación.

El camino. Desde La Pampilla hasta el Balcón Norte, donde se ven los cóndores, el camino está perfectamente señalizado. Se divide en diez paradas y dos sendas: una para ciclismo y otra para trekking. Así, este santuario de paja, piedra y aparente uniformidad  muestra sus matices.

En la parada 8 es mejor tomar la senda para bici, y a poco de andar voltear la cabeza para ver cómo el camino trepa, el viento mece las matas ocres y el sol las llena de brillo. Está permitido recordar escenas de El Principito. Con neblina (frecuente en primavera y verano), el lugar se vuelve misterioso. En ese momento, imaginarse un Rohirrim que cabalga por la Región de Rohan del Señor de los Anillos no es descabellado. Son unas tres horas de caminata (ida) hasta el Balcón Norte.

Balcón Norte. Ese tajo en la tierra de 800 metros de profundidad y 1500 metros de ancho arranca algunos “guauuu” en bocas abiertas de sorpresa. Atrás, queda la inabarcable pampa pajosa y amarilla hasta el horizonte. Adelante, un gran balcón. No se puede asegurar el avistaje de cóndores ni un horario exacto para observarlos, ya que sus hábitos no siempre son los mismos y dependen de las condiciones climáticas. Las veces que fui, los vi a las 17 hs. A esa hora parece que luego de un día -en el que pueden haber recorrido 50 km- de búsqueda de alimento, vuelven a sus apostaderos. Ojo: leer los carteles ayuda a no confundir águilas o jotes con cóndores, o cóndores machos, de hembras o de condoritos.
Una vez asomados, hay silencio, binoculares y mate. Nada más hace falta para entender por qué el cóndor era considerado un ave sagrada por los primeros habitantes del lugar.
Hacia la izquierda y hacia abajo hay otro balconcito. Se llega por un sendero que se abre entre un bosque de tabaquillos. Ese balcón es menos concurrido, y tiene una mejor perspectiva tanto de la pared de la quebrada como del río Condorito que corre abajo. Resta disfrutar de este encuentro, que se parece a uno de aficionados al aeromodelismo y soñar con que uno de estos enormes pájaros negros con glamorosa capa blanca anudada a su cuello planee tan cerca que tape el sol con su majestuosidad y vuelva todo oscuro.

El río Condorito. Después de bajar unos 500 metros por un sendero escarpado pero escalonado se llega al río Condorito. Requiere cierto esfuerzo físico, pero ir por esa ladera cubierta de tabaquillos de tronco rojizo, maitenes y helechos muy verdes lo vale. Seguramente, habrá o loicas de pecho rojo. El paisaje al llegar al río recuerda a los caprichos de Gaudí. Las piedras fueron pulidas por la erosión, y tienen formas extrañas. El agua ,purísima y helada, se escabulle en mil cascaditas que junto al ambiente húmedo, sombrío y encajonado suenan como un mantra liberador.

Balcón Sur. Después de cruzar el río Condorito por la pasarela, el sendero sigue y sube unos 800 metros por una ladera igual de escarpada y escalonada que llega hasta el Balcón Sur. La empresa es importante y sólo deberían aventurarse los que consideren que tienen aptitud física para hacerlo y que tengan planeado quedarse por lo menos una noche en el parque. Íbamos a ir pero las condiciones climáticas nos lo impidieron. Dicen que aquí los cóndores sobrevuelan demasiado cerca. Me imagino despeinada por un cóndor. Esta vez no pudo ser, pero voy a volver hasta cumplir ese sueño. Como suele pasar, lo que más cuesta es lo mejor.

La noche. El cielo en el área de acampe Pampa Pajosa parece un paño negro de joyería que a medida que se va abriendo muestra millones y millones de chispitas, como diamantes recién pulidos. La luna parece más grande de lo normal. Las constelaciones comunes se esconden para que descubramos otras. Y salen los búhos, y los zorros colorados se acercan al campamento. La noche en el Condorito es negra. Y muy pero muy larga. Sigue leyendo

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