Santas equivocaciones

La banda de músicos de la policía de Alejandría, en Egipto, tenía que dar un concierto en Peth, un pueblo en el desierto del Negev, en Israel. Pero las benditas equivocaciones de los viajes los llevaron a Beth, una aldea mínima y perdida en el desierto. Allí comienza la historia, cuando un ómnibus los deja en la ruta y la banda de ocho músicos vestidos de turquesa camina con sus instrumentos hacia el pueblo que pensaban que era y al final no es.

Me recordó a una vez en Luang Prabang, Laos, cuando caminé varias horas para llegar a un templo que había leído que tenía una bella arquitectura. Cuando llegué, el templo estaba cerrado hacía un año por refacciones de la Unesco y mi guía sumaba otro error: actualización deficiente. Estaba a punto de volver, con bronca y desánimo, cuando en la puerta, debajo de una buganvilia fucsia conocí al monje Souk, que tenía 15 años y llevaba una túnica naranja.

Apenas nos entendíamos pero conversamos un rato largo, mucho más de lo que hubiera durado una visita arquitectónica al templo. Una vez, algunos años después de mi viaje, le mandé por alguien que viajó a Laos las fotos que le había tomado frente al templo budista. Y otra vez, también después de mucho tiempo, recibí un correo electrónico de Souk. Decía que había aprendido inglés, que ahora tenía email y que gracias por las fotos. También decía que volviera a visitarlo porque el templo ya estaba abierto.

La banda nos visita es una película que tiene que ver con la música, pero sobre todo con la música sagrada del viaje, que más de una vez empieza con una santa equivocación.

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¡Fin de semana!

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Campeonato Mundial de Buceo… en Pantanos

Los Juegos Olímpicos terminan el 24 de agosto. Y el 25 comienza otro desafío global: el Campeonato Mundial de Buceo en Pantanos, que se celebrará en una ciénaga de un campo privado en las afueras de Llanwrtyd Wells, un pueblito de Gales que se vende como «el pueblo más pequeño de Gran Bretaña».

Curiosamente y a pesar de que los participantes terminan con barro hasta en la lengua, el campeonato está catalogado como un «evento verde». Surgió en 1986, en medio de una ronda de cervezas, en un pub. Los fundadores necesitaban un evento convocante para juntar dinero para causas nobles (la fibrosis quística, por ejemplo). Y se les ocurrió esta competencia de buceo en el fango.

Los participantes deben nadar 110 metros por una zanja oscura, con snorkel y patas de rana. Los últimos ganadores no superaban los 18 años y el récord fue 1 minuto 35 segundos. La edad mínima para competir es 14 años y no hay máxima. Hace dos años, una señora de 70 recibió una mención como la competidora más lenta. Todos la aplaudieron y se fue a su casa contenta.

Para los organizadores esto no tiene nada que envidiarle al Caribe. «Es una forma de levantarle el perfil a nuestras ciénagas y a la biodiversidad única que las habita», declaró hace poco uno de ellos, recién salido del agua y con una madeja de pastos en la coronilla.

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Pekín, gratis y en español

Cada vez falta menos para los Juegos Olímplicos y el Instituto Cervantes de Pekín dio una buena noticia para la comunidad hispanoparlante que tiene pensado viajar a China.

Hace unos días publicó una completa guía turística para recorrer, conocer y entender Pekín. La tirada es de 20.000 ejemplares y se puede conseguir gratis en la Casa de España en la capital, que queda cerca de la Plaza Tian’anmen. Aunque quizás sea más fácil descargarla en este link y leer durante el largo viaje hacia China.

La Guía de Pekín 2008 recopila desde informaciones básicas, como saber que el prefijo de China es (0086) y el de Pekín (10) o que la corriente es 220, hasta consejos de amigo: evite los baños públicos o lo lamentará; tenga en cuenta que se almuerza alrededor de las 11.30; no tome agua de la canilla (en la guía escriben grifo); la planta de los edificios comienza en el primer piso es decir que no existe la Plata Baja.

Además, hay itinerarios sugeridos para uno, dos y tres días en la ciudad, cuenta cuáles son los distritos artísticos, dónde se puede comprar qué (desde seda hasta electrónica), dónde ver acrobacias, hacerse masajes y tomar el té. También, trae un listado de restaurantes, cafeterías y algunos apuntes para dormirse tarde.

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La ruta del híkuri en el desierto potosino

El relato que sigue fue escrito por la viajera y amiga de la casa, Pritama Molinari, en base a su experiencia de iniciación al híkuri en el desierto mexicano.

Cuando llegué a Estación Catorce sabía lo que buscaba. Viajaba sola, siguiendo las huellas de los libros de Carlos Castaneda y los consejos de otros viajeros.

Me habían dicho que tendría que saltar de un tren en movimiento a medianoche, que debería dar con Doña Margarita, la última jefa huichol y que con suerte podría dormir en su caserón en ruinas.
Allí mismo, instalada detrás de la barra de una antigua recepción de hotel, Doña Margarita pasaba los días y las noches. Una bruja vieja y sabia. Estaba ciega y rodeada por docenas de pájaros enjaulados con quienes hablaba en voz alta. Apenas entré a pedir alojamiento, me dijo con voz rasposa:
– Vienes a conocerlo, ¿no?
– Bueno, no sé a quién se refiere –respondí dudosa- vengo a iniciarme en el peyote.

No me dejó terminar la frase y arremetió con un largo “shhhhhhh”, abriendo sus blancos ojos al cielo.

-No le digas así, su verdadero nombre es híkuri, y es un espíritu muy poderoso. Mis pájaros me dicen que eres buena, güerita, así que puedes quedarte y yo te ayudaré a encontrarlo.

Tres días más tarde estaba subida a un jeep con Mempo, un guerrero espiritual de su confianza, y con un chileno y un sudafricano que se habían sumado a la excursión. Luego de unas cuantas horas de viaje, continuamos a pie. Caminamos muchísimo, abrazados por el calor del profundo desierto mexicano. Hasta que Mempo anunció que por fin el híkuri nos había encontrado:

– Estamos de suerte, miren, ¡hay una familia completa!

En el suelo, los sagrados botones verdes sobresalían de la tierra. Nuetro padrino nos indicó cómo recolectar y limpiar los frutos con cuidado y respeto. Cuando todo estuvo listo, nos sentamos a la sombra de un cactus.

– Antes de comerlo, deben pedirle permiso a los cuatro puntos cardinales y a todo lo que en ellos vean. Nunca nada volverá a ser como antes después de hoy, dijo Mempo con solemnidad.

Cuando le di el primer mordisco, una explosión de saliva inundó mi boca. Fue un amargo jamás experimentado. Tuve que respirar profundo para aguantar las naúseas.
Me había alejado unos metros del grupo, y una media hora después, al hacer un gesto con la mano, descubrí que todos mis movimientos quedaban suspendidos como si escribiera sobre un pizarrón invisible. Impactada por esta experiencia, me senté en el piso y apoyé mis manos.

Entonces sentí que la tierra vibraba, que respiraba, ¡que tenía vida! Lloré con emoción, amando cada partícula de polvo que acariciaba mi piel… Girando sobre mí misma, me fundí en un abrazo con la Pachamama, y sentí que estaba envuelta por su dulce calidez. Cada cosa que veía contenía un espíritu particular, un lugar irreemplazable en el universo. “Todos somos uno”, se me reveló con claridad.
No sé cuánto tiempo habré estado en éste éxtasis, pero cuando me vieron llegar, los chicos me recibieron con abrazos y risas explosivas: no sólo había tardado muchísimo en volver, sino que además estaba toda sucia: la cara, el pelo y la ropa llenos de barro y espinas.

Mempo anunció que deberíamos ponernos en marcha, la noche estaba cayendo y teníamos por delante más de doce horas de caminata. También me dijo que yo tenía que guíar la vuelta. Protesté, pero él me dijo que confiase, que el híkuri estaba conmigo. Todavía no me lo explico, pero un par de kilómetros más tarde, encontré un sendero estrecho, en perfecta línea recta. Y supe con toda seguridad que era el correcto.
Durante el regreso a Estación Catorce no bebí ni comí nada, y mi cuerpo se sentía ágil y enérgico. Mis sentidos se habían agudizados a tal extremo, que podía escuchar la respiración de los coyotes que nos seguían de lejos. En el misterioso silencio de la noche del desierto comprendí por qué los huicholes consideran sagrada a esta planta, y sagrada cada cosa que esté viva, sagrada la tierra, unida al cielo, unida al Todo.

Había ido a buscar a Mexico la experiencia mística, la puerta hacia el otro lado de la realidad ordinaria. Y ahí estaban escritas, brillantes como las estrellas de esa madrugada, todas las respuestas, incluso, a preguntas que nunca me había hecho.
Llegamos al pueblo justo antes de que amaneciera, y a paso decido entramos al caserón por la parte de atrás, atravesando un huerto.
Fui directo a ver a Doña Margarita. Cuando llegué, la encontré despierta.

– Sabía que estabas volviendo -me dijo cuando abrí la puerta- Me lo avisaron los pájaros.

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El nuevo dedo: en aviones de millonarios

El New York Times es especialista en identificar tendencias. Según una nota en el diario de hoy, el hitchhiking (dedo, aventón, botella, carona) tradicional es un arte perdido. Por lo menos en Estados Unidos.

Con el auge de los aviones personales, el tráfico aéreo aumentó y también los millonarios que se mueven de aquí para allá en su jet. Muchas veces quedan varias plazas que ellos no usan y ahí aparecen los nuevos viajeros a dedo, que no están sucios ni tienen los pantalones rotos. Todo lo contrario: posiblemente usen ropa de marca y esperen cómodos en el aeropuerto Teterboro, en New Jersey. O en el de Aspen, Colorado. En general es gente sin prisa y con paciencia.

Hice varios viajes a dedo por Latinoamérica. Fue hace más de diez años, cuando el peligro era distinto, tal vez más ingenuo. Alcanzaba con tener cuidado. Hoy, esa actitud atenta no es suficiente. Puede ser que uno suba a un auto o camión y no vuelva, como le pasó a la austríaca que recorría La Rioja. Igual, en Argentina todavía se usa el dedo tradicional, sobre todo en zonas remotas, pero siempre con miedo extra.

La nota del New York Times cuenta que la nueva -y cómoda- modalidad no revestiría peligros. Todo lo contrario, se presenta como un viaje placentero en el que hasta podrían convidarlo a uno con salmón o champagne. Claro, el dedo en avión todavía no es tan popular. Por ahora los más beneficiados son los amigos o conocidos o personas involucradas de alguna forma con el dueño de un jet. ¿Alguno en vista?

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¡Baila con César!

En un viaje pasan cosas: desde perder una valija hasta encontrarse un perro. Esto último le ocurrió hace unos días al autor de Buenos Aires Bizarro, Daniel Riera, cuando caminaba por las calles de la ciudad, en viaje hacia alguna parte.

Al perrito lo habían atropellado y estaba herido. Riera decidió salvarlo y lo llevó al veterinario, que lo curó y le arregló la fractura que tenía en la pata.

Hoy, César baila en una pata. Pero no se puede quedar en la casa de Riera. Por eso, si alguien está interesado en adoptarlo y en vivir y bailar con César puede informarse aquí.

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Una medida de absinthe, In Memoriam

La muerte de G. S. fue tonta y larga. Un día, en un accidente doméstico, se golpeó la cabeza. Al día siguiente estaba en coma y dos meses más tarde no estaba.

G. S. era psicólogo y durante años atendió a mi amigo E. Incluso después de tener el alta, G.S. y E. se reunían a conversar sobre música, arte y también sobre las ciudades que les gustaban. Los dos eran viajeros fanáticos: G. S. hinchaba por Londres y E. por París, siempre.

Un día, el mismo día que comenzó la muerte tonta de G.S., habían quedado en encontrarse a tomar un café. Pero un rato antes del encuentro G.S. telefoneó a E. para avisarle que se había golpeado la cabeza y que no iría al encuentro.

Al día siguiente, mi amigo E. lo llamó para ver cómo estaba. Pero G.S. ya no atendió el teléfono. Ni ese día ni el siguiente. E. trató de ubicarlo en su consultorio, pero el teléfono sonaba en una habitación vacía. Lo rastreó a través de conocidos. Nadie tenía noticias de G. S.

Así pasaron los días y hubo momentos en los que E. se sintió muy mal. Como se siente uno cuando teme por la vida de alguien que quiere. Los días siguieron pasando sin novedades. Cada tanto le escribía a mi amigo E. preguntándole si sabía algo de G.S. «Nada, che, no sé nada», me respondía tristemente.

Hasta que la hija de G.S. llamó a la casa de E. y le contó del accidente doméstico y del estado de coma. En ese momento E. supo que nunca más hablaría con G.S. Ni de Londres ni de París ni de nada. Así fue. Ayer, volvió a llamar la hija para decirle que G.S. había muerto.

E. habló cortésmente y dio el pésame. Después, encerrado en su escritorio, se desplomó sobre el bergere verde y permaneció en silencio, derrotado.

De pronto, volvió a pararse como si hubiera recordado un asunto importante. Buscó algo entre los libros de la biblioteca. Atrás de todo, en un estante lejano, encontró la botella de absinthe (ajenjo o absenta, en español).

El absenta es una bebida fuerte -entre 55 y 90° de alcohol-herbácea, anisada y con una historia y una mística perfectas para la ocasión. Distintas situaciones con absinthe fuero pintadas por Degas, Toulouse Lautrec, Picasso, y también por Van Gogh, como la naturaleza muerta de la primera imagen de esta página.

El líquido es verde y la bebida también es conocida como El Hada Verde (segunda foto). Durante muchos años estuvo prohibida en varios países porque se creía que uno de sus componentes causaba alucinaciones y estados de locura. Los intelectuales, artistas y bohemios del siglo XIX fueron grandes consumidores de absinthe. «¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absinthe y el atardecer?», escribió Oscar Wilde. Y también escribió: «Después del primer vaso, uno ve las cosas como le gustaría que fuesen. Después del segundo, se ven cosas que no existen. Finalmente, uno acaba viendo las cosas tal como son, y eso es lo más horrible que puede ocurrir». Quizás algo así le pasó a Van Gogh. Hay quienes aseguran que, cuando se cortó la oreja estaba borracho de absinthe. En la mayoría de los países de América Latina todavía está prohida su comercialización.

Eso no impidió que E. tuviera su botella de absinthe bien guardada en el escritorio. La miró durante un rato, quizás pensando en sus próximos pasos. O en el momento en que la compró, en un viaje por Holanda. Cuando volvió de su hipnotismo, acercó un vaso, la cucharita calada, el azúcar y agua. La preparó según el ritual: sirvió una medida del elixir alucinante, agregó suavemente el azúcar y al final, agua fresca. Después lo tomó, en memoria de G.S.

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Música para la ruta: Jack Johnson

El antiguo campeón de surf Jack Johnson, reconocido desde hace algún tiempo por su música simple y natural, presenta su quinto álbum Sleep through the static esta noche en París, en POPB (Palais Omnisport de Paris Bercy, 8 boulevard de Bercy, París). En los próximos días sigue su gira por Europa y en agosto estará en California. Todo el tour, aquí.

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El paraíso, un lugar común

El paraíso es un árbol. Se lo puede ver en muchas veredas de Buenos Aires. Tiene las hojas verde brillante, parecidas a las del perejil, y da un fruto amarillento como el pus. Este paraíso es real e indiscutible y no entorpece una crónica de viajes.

Pero existe otro paraíso que viene del latín paradisu y según el Antiguo Testamento es «el jardín de delicias donde dios colocó a Adán y Eva». Ahí estuvieron ellos, desnudos y felices, hasta que cayeron en la tentación, desobedecieron y se vino la noche.

A ese paraíso no se llega en taxi ni en avión ni a caballo. Es un lugar mitológico, que a través del tiempo se transformó también en el sustantivo más usado para representar al sitio ideal, donde no hace ni frío ni calor y se supone que todo es bello y no existen los problemas.

Paraíso o edén, del hebreo, delicia. En el periodismo de viajes se usan indistintamente, cuando uno juzga que un lugar, supongamos Saint Martin, es más que hermoso, más que magnífico, más que asombroso. Entonces, no queda otra: ¡Es el paraíso!

Los lectores entienden, claro, y evocan una imagen de playas de arena blanca y mar turquesa. Sin viento ni mosquitos ni tiburones. Con el hiperuso de la palabra, aprendieron que el paraíso puede estar en cualquier parte. Basta con leer y procesar cuándo toca evocar una imagen de playa o de selva o de desierto.

En el periodismo de viajes, el paraíso reemplaza a la descripción. La playa tenía arena blanca como la harina. No, mejor como una hoja en blanco. No tan blanca no era… Va de nuevo: la playa tenía arena blanca como la nieve pero mucho más cálida… No, definitivamente, no. La playa era…. ¡Uy, qué linda que era! Mmm… ¡era un paraíso!

Un ejercicio divertido: buscar paraíso o paradisíaco en revistas de turismo y suplementos de viajes. En los últimos tiempos encontré unos cuantos, entre otros:

Llegar a la Polinesia es como estar en el paraíso
El Amazonas, un paraíso verde
Aruba, el paraíso escondido en el Caribe
Las playas de Brasil son paradisíacas
Sudáfrica es un paraíso para los observadores de aves

En lugar de inventar comparaciones ingeniosas y nuevas formas de decir, la opción es este viejo conocido. Se usa como si fuera un guiño, sin imaginar que en los últimos tiempos y gracias al periodismo de viajes, el paraíso no es más que un lugar común.

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