Hoy es el día más largo del año en Casabindo. El más esperado, el que deja dinero y anécdotas que duran hasta el próximo 15 de agosto. Y más también.
Casabindo es un caserío de la Puna jujeña, bien al Norte de Argentina, y bien alto, a 3300 metros. Está metido en la montaña. Cuesta respirar y llegar no es fácil: hay que pasar la Quebrada de Humahuaca siempre por la ruta 9, y en Abra Pampa, la capital del viento, como le dicen por ahí, tomar un ómnibus -si pasa- o un remís que transita los cincuenta kilómetros hasta el pueblito de doscientos habitantes.
Hoy es el día de la Virgen de la Asunción y para homenajearla los samilantes (hombres suri) bailan y bailan vestidos con plumas de suri o ñandú al ritmo de las bandas de sikuris que llegan como pueden de localidades cercanas.
Además del baile y la procesión, está el toreo. El único toreo de la Argentina donde el toro no muere. Ni el torero, aunque más de una vez este último puede salir lastimado. O salir corriendo, levantando el polvo de la Plaza Pedro Quipildor.
En el toreo de Casabindo, el torero tiene que quitarle al toro una vincha con tres monedas de plata, y luego ofrecérsela a la virgen. El ritual tiene una historia que viene desde la época colonial y se puede leer en esta nota. 
El torero de la foto, el de chaqueta roja, fue el ganador de hace algunos años, cuando estuve por allí. Recuerdo que estaba machado (borracho en el Norte) como casi todos los toreros. Pero él era el más machado. Y el favorito. Ya había ganado otras ediciones del toreo y tanta fe lo rodeaba que hasta había un equipo de la televisión sueca filmando un documental con él de protagonista.
Llegué un día antes del toreo y me quedé uno después. Dormí en una pensión pintada de color verde agua descascarado, la única que había. Una noche, mientras circulaban docenas de empanadas fritas, uno de los suecos, que había nacido en Argentina, contó que lo filmaron en sus tareas diarias, tomaron caña con él, lo acompañaron a buscar las cabras allá lejos, más atrás de aquél cerro amarillento, y conocieron a su padre. El mismo que el día de la fiesta, cuando su hijo logró quitarle la vincha al Suri, el toro más bravo, lo abrazó y alzó como uno alza a los bebes. Desde afuera, entre el barullo y la emoción, era difícil distinguir cuál de los dos, padre o hijo, estaba más machado.

Cada año llegan más visitantes, alrededor de 4000 con muchos extranjeros porque la celebración aparece en las guías de viaje. Cualquiera puede torear y es parte del show que se anoten chacareros o gringos audaces. No estoy segura, pero creo que el de la foto era un agrónomo sanjuanino que primero se animó, pero ni bien el toro encaró, dijo… mmmejor me voy.
Comer en Casabindo es fácil: hay puestos con empanadas, locro, quesos, pasteles un poco más caros que en San Salvador, pero igual baratos. Dormir es más complicado. Por eso muchos turistas van en carpa, una sabia decisión, aunque es necesario considerar el frío de la Puna. También hay una pensión, con cuartos grandes, de varias camas y sin llave en la puerta. Como en los hostels. Ah, y hay un gimnasio grande que sirvió a varios en caso de emergencia de alojamiento. Un tal Agustín Mamaní tiene las llaves.
Hoy es el día de Casabindo. Y recién está empezando. Lo más seguro es que haya sol.