Crece el lujo boutique en Buenos Aires

El turismo de lujo se afianza en Buenos Aires. El otro día leí un artículo sobre el aumento de hoteles boutique en la ciudad, que como se sabe son hoteles de pocas habitaciones pero lujosas y con precios no muy lejanos a los cinco estrellas de cadena.

Según los datos del Gobierno de la Ciudad, se inaugura uno por mes. Ya hay 34 registrados en la ciudad de Buenos Aires y la mayoría de ellos son categoría cuatro y cinco estrellas, con atención personalizada, menú de almohadas, personal shoppers a mano, spa y tours para tomar clases de polo o jugar al tenis con expertos.

Muchos de los pequeños hoteles están en antiguas casonas recicladas. Algunos, como Legado Mítico, además son temáticos y uno puede dormir en una habitación que se llama La Primera Dama y está inspirada en Evita. Muchos de los que e ya existen, y de los que están por abrir, como Hotel Ultra, quedan en Palermo. Otros, en San Telmo o Las Cañitas.

En Recoleta no hay tantos, pero dentro de unos meses se inaugura Algodon Mansion, en una elegante casona de inspiración francesa construida en 1912. El nombre hace referencia a los años 40 y 50 de Nueva York, donde brillaba el sofisticado Cotton Club. El hotel es propiedad de un grupo inversor estadounidense, el InvestProperty Group, que desembolsará diez millones de dólares para que al hotel no le falte nada. A propósito, es el mismo grupo que compró y expandirá Viñas del Golf, en Mendoza. La cancha, de 9 hoyos será de 18 el año que viene, y ya se venden lotes para que los extranjeros tengan una segunda vivienda en un country en la tierra del sol y del vino.

El Scott Mathis, el ceo del grupo, está muy entusiasmado con los proyectos en Argentina y viaja una o dos veces por mes «down there«, como cuenta en su blog. Dice que últimamente, siempre que quería hospedarse en hoteles boutique de Buenos Aires estaban completos. Y también dice, que leyó un informe de la Secretaría de Turismo donde afirmaba que el turismo creció a 4,5 millones en 2007 y que el turismo proveniente de Estados Unidos aumentó un 35 %. A esto se sumó un estudio de turismo del Gobierno de la Ciudad donde se destacaba que los extranjeros prefieren alojarse en hoteles cuatro y cinco estrellas y que la ocupación en 2007 excedió el 85%. Scott Mathis, acostumbrado a detectar oportunidades, concretó su sueño de algodón.

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Polonia, Günter Grass y «Ewita»

Günter Grass en la feria del libro de Leipzig

No es la primera vez que el periodista, escritor y músico Leandro Uría escribe en Viajes Libres. Hace unos meses participó del Especial Cuba, desde Miami y esta vez cuenta una anécdota que empieza en Alemania, sigue en Polonia y termina en el país de los recuerdos.

Diciembre de 2006. Estaba en Alemania después de muchos años (había ido en el 89), pero en realidad en un lugar especial: Francfort Oder, o sea la frontera germano-polaca, con mi guía, Heiko Fröhlich (el apellido es algo así como Feliz, o sea con Heiko Feliz), un alemán grandote, simpático, especialista en la Unión Europea, que nos había invitado a mí y a otros periodistas argentinos a su graduación, con entrega de diplomas incluida, en esa ciudad alemana. «Traigan pasaportes –nos había dicho- porque cenamos en Polonia». Gran personaje Heiko, un alemán que había aprendido su español en Extremadura, lo que le dio un encantador acento andaluz, que no condice para nada con su aspecto. En Navidad, con un grupo de amigos, Heiko se disfrazaba de Papá Noel y llevaba a la casa de los chicos los regalos, previo acuerdo con los padres. Pero esa es otra historia…

Yo sabía que volvería a Alemania: me había ganado una beca para volver a Berlín para realizar una práctica como redactor invitado en el diario berlinés TAZ, o sea que iba a regresar en febrero de 2007. Como era de esperarse, trataba de mejorar mi alemán todo lo posible. Le pregunté a Heiko, cuando estábamos por cruzar la frontera, cómo se dice Polonia en alemán, porque no lo sabía o no lo recordaba. «Polen», me contestó. «Polen ist nicht verloren (Polonia no está perdida)», agregó, no sé por qué. «¡Eso es Günter Grass, El Tambor de Hojalata!», le contesté, sorprendido de haber entendido la frase, que pertenece a la única parte que me acuerdo (más o menos) de memoria de la novela del gran escritor alemán. Heiko se sorprendió también cuando se lo dije y me preguntó cómo era en castellano esa parte de la novela.

Heiko Fröhlich en un bar de Slubice, Polonia

Cité de memoria (cito de memoria, tengo el libro prestado) y le dije algo más o menos así: «Sentado o acostado en la cama del hospital, Oscar evoca la juguetería de Markus, su canto desde las torres de Danzig […], y evoca al mismo tiempo la tierra de Polonia. Polonia siempre perdida, vuelta a perder. Mientras algunos evocan la tierra de Polonia tomándose un avión de Air France hacia Varsovia, discutiendo sus sucesivas particiones, o dejando una corona de flores en el gueto, yo la evoco en mi tambor y toco. Polonia perdida, siempre perdida, vuelta a perder. Polonia no está perdida, todavía». Esos párrafos de Grass… cuando cambia de primera a tercera persona, porque él es y no es Oscar Mazerath, el protagonista, y cuando su escritura adquiere la musicalidad y el ritmo de un tambor tocado. No pude evitar acordarme de mi tío Juan, de ascendencia gallega, como toda la rama de mi familia materna, que me había apodado «polaco» (todavía se le escapa a veces decirme «polaco») porque era rubio de chico, como los polacos de Villa Castellino, el lugar de Avellaneda donde él había nacido.

Nieva copiosamente en Leipzig


Vuelta a Alemania. Marzo de 2007. Intento entrevistar a Grass, muy enojado con la prensa en general, que lo había criticado mucho por su confesión de que estuvo enrolado en las SS del nazismo. Luego de sucesivos fracasos (no iba a dar entrevistas en ese momento), no sé por qué, la jefa de prensa de su editorial, Steidl, se conmueve y me dice: «Günter va a reaparecer en público (se había ido a vivir a Dinamarca por el escándalo) en la feria del libro de Leipzig, en unos días. ¿Por qué no viene?».

Viajé a Leipzig la noche indicada, mientras nevaba copiosamente, en la única noche que vi una nevada semejante en Alemania. La cita era la alcaldía de Leipzig, donde críticos británicos, alemanes y… polacos, hicieron una cerrada defensa de Günter Grass ante las acusaciones «sensacionalistas» de la prensa. Nota al pie: Grass, de ascendencia polaca por parte de madre, es el escritor que más hizo por la reconciliación de Polonia y Alemania tras la guerra, y el que, obviamente, más escandalizó a los polacos y alemanes con su confesión. Al final del encuentro, tuve tiempo de presentarme y de estrecharle la mano, aunque, no, no me dio ninguna entrevista, como era de esperar.

Unos días más tarde viajé a Varsovia, donde me gustó que una turista francesa me preguntara por qué las iglesias estaban tan llenas y se hacían procesiones, confundiéndome con un polaco. Le dije que era argentino, lo que le causó mucha gracia, pero igual traté de explicarle lo que sucedía acordándome de las procesiones de Lomas de Zamora, donde nací. Me divertí al darme cuenta de que en Polonia andén se dice Peron: hay muchos carteles en Varsovia con el apellido del «primer trabajador» por la ciudad. Según me dijeron, hasta hay una marca de agua mineral «Ewita». En general, disfruté paseando por la capital polaca, una ciudad desconocida que, sorprendentemente, me remitía a mi niñez.

(Las fotos son del autor)

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Relojes online para la nueva hora argentina

Como se sabe, desde esta medianoche, Jujuy, Formosa, Chaco, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Buenos Aires cambian su huso horario y se adelantan una hora al resto del país.

Leyendo Buscadoor, el nuevo blog de Diego Rottman, me encontré con una herramienta útil para los despistados de siempre: relojes online para saber la nueva hora en las distintas provincias argentinas.

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Los colores de Africa, según Témoris Grecko

Témoris Grecko es un periodista mexicano de 38 años que entre muchas cosas que hizo en su vida, escribió dos libros y ganó un premio. 

Uno de los libros lo escribió con Salvador Frausto y se presentó recientemente en DF. Se llama “El vocero de Dios. Jorge Serrano Limón y la cruzada para dominar tu sexo, tu vida y tu país” (Grijalbo) y trata sobre un líder de la ultraderecha católica mexicana.

El otro se llama «Los Colores de Africa» y es su primer libro de viajes y el libro por el que unos días atrás se ganó 18.000 euros en la cuarta edición del Premio Eurostars Hotels de Narrativa de Viajes.

El concurso consistía en presentar un libro de narrativa de viaje con un límite de 150 páginas. Témoris Grecko, quien hace tres años había dado la vuelta al mundo, ya tenía el libro escrito, sólo que de ¡450 páginas! Hizo los ajustes necesarios basándose en la parte africana del viaje, lo presentó ¡y ganó!

Me cuenta por correo que esperó el resultado cinco meses. Cuando le avisaron que lo había ganado casi no lo creyó: «Quise asegurarme de que no era una broma, porque no tenía muchas esperanzas. Casualmente, el día anterior me había acordado de que no tenía noticias del resultado y pensaba que debía preparar un nuevo libro para concursar en la siguiente convocatoria del premio», me escribió.

Además de los euros, el premio contempla la comercialización del libro en España y Latinóamérica y la distribución gratuita en más de 4000 habitaciones de los hoteles de la cadena Eurostars. Cuando se enteró que había ganado, lo primero que Témoris hizo fue llamar a su chica, Vivienne Stanton -que está escribiendo un libro con él- y después a sus padres. Pero me cuenta que todavía no pudo salir a festejar. «Estoy en un periodo de demasiado trabajo y no he podido reunir amigos ni hacer nada especial. Tampoco celebré mi cumpleaños».

Témoris Grecko vive en DF y trabaja como periodista independiente. Es columnista de las revistas Esquire y National Geographic Traveler (ediciones para América Latina) y colabora regularmente para medios de México, España, Chile, Perú y otros países. También es uno de los editores de la revista-blog Mundo Abierto.

A pesar de estar tan ocupado, pudo responder esta entrevista especial para Viajes Libres, donde cuenta detalles sobre el libro -que muy pronto se podrá leer en Latinoamérica- y algunas impresiones personales de los viajes y de África. (Las fotos que acompañan la entrevista son de T. G.)

¿»Los Colores de África», sobre qué países trata?
Sudáfrica, Suazilandia, Tanzania y Kenia, en ese orden.

¿Por qué decidiste viajar a África?
África es muy entrañable para mí, en una tercera parte es el origen de nuestra cultura latinoamericana. Me sentía muy curioso y emocionado, aunque también tenía miedo. Ahora lo que tengo son ganas de volver.

¿Cuándo hiciste el viaje y cuánto duró? ¿Fuiste solo?
De mayo a octubre de 2005, fueron cinco meses. La vuelta al mundo fue de 2005 a 2007. De ahí viajé a India. La vuelta al mundo la hice solo, pero con frecuencia me hice de acompañantes, principalmente otros extranjeros, pero a veces gente de ahí también. Viajar solo te permite aprovechar oportunidades, te obliga a ser más sociable y relacionarte, te hace ser más humilde porque dependes más de la buena onda de la gente que te acoge. El novelista Alfredo Conde, uno de los jurados del premio, destacó que, a diferencia de los viajeros decimonónicos, el autor se ponía al mismo nivel que la gente a la que observaba. Yo había percibido que mi actitud era distinta a la de la mayoría -no todos- de los viajeros primermundistas con los que me encontré, más deseosa de comunicarse con la gente local, y la atribuí a mi condición de tercermundista, a que tenía otra perspectiva de las cosas. Desde los países ricos, la pobreza se ve toda igual, como se ve un sistema de barrancas desde el avión, aplastada. Yo podía verla desde un nivel más cercano y percibir muchos de sus matices, notar lo que subía, lo que bajaba, lo que cambiaba. Después me di cuenta de que también mi relación con la gente fue distinta por necesidad, y que al haber recibido su ayuda generosa y su amabilidad, simplemente no podría haberlos visto desde arriba, no se mira con superioridad al que te admite en su casa. Yo los admiré, y eso se nota en el texto.

¿Ya sabías que querías escribir un libro sobre ese viaje o te motivó el concurso?
Desde que inicié la vuelta al mundo sabía que lo escribiría. Ahora me gustaría ver la forma de publicar la parte de Asia y Oceanía, y luego América Latina. El problema es que los proyectos se amontonan: con Vivienne, estamos escribiendo un libro sobre el Camino Real de Tierra Adentro, una ruta colonial española de 3,000 kilómetros que une Ciudad de México con Santa Fe de Nuevo México, y que está repleta de historia y maravillas culturales.

¿Cómo está dividido «Los colores de África» y cuánto tardaste en escribirlo?
Son dos partes. La primera abarca Sudáfrica y Suazilandia y se estructura en secciones dedicadas a cada lugar: Johannesburgo, Soweto, Ezulwini, Zululandia, Durban y otras. La segunda es Tanzania y Kenia y está contada a manera de diario. El material con el que trabajé fueron los reportajes que hice durante el viaje (como no tengo la chequera de Carlos Slim, financié el viaje con colaboraciones desde todos los sitios donde estuve, para medios mexicanos; varias veces me quedé sin dinero porque no había escrito suficiente o, lo más común, porque accidentes administrativos demoraban la llegada de los pagos; pero a final de cuentas, todo funcionó muy bien, ¡bendita sea la internet!) y un blog de viaje, además de notas. Para escribir el libro, lo que tuve que hacer no fue tanto escribir, sino organizar, estructurar e integrar mis escritos previos. Creo que tardé como tres meses.

¿Podrías contar algunos temas que aparezcan en tu libro?
Una de las cosas más dramáticas de África es la epidemia de Sida. En Sudáfrica, 1 de cada 5 adultos tiene VIH. En Suazilandia, 2 de cada 5. Y las respuestas de los gobiernos ante el problema, cuando yo fui (el gobierno sudafricano acaba de cambiar), eran dramáticamente patéticas. Pero la sociedad civil sudafricana está muy activa y presiona mucho para reconducir la batalla. Conocí personajes súper interesantes, como un exprostituto y luchador por los derechos humanos, Zackie Ahmat, y una poeta, Conny Setjeo, ambos con VIH. Y fue muy motivante: visité sitios a donde envían bebés con sida a morir y con amor y buenos cuidados los devuelven a la vida, ¡fue genial!

Otro tema es el del racismo, que muchos blancos aseguran que en Sudáfrica se ha invertido contra ellos, y algunos reaccionan con actos terroristas. Hablé con gente muy diversa, desde negros críticos con el gobierno democrático hasta extremistas de la derecha blanca, incluido un clandestino muy divertido. No puedo resumir aquí el problema, pero vale la pena leerlo.
Y con mis amigos Mac y Laura fuimos al cráter de Ngorongoro y al Serengeti, donde vivimos de cerca la experiencia de la gran migración, millones de animales salvajes en movimiento en busca de agua. Espectacular.

Leí que escribiste sobre Kenia. ¿Tu relato incluye algo sobre los episodios de violencia que ha vivido el país a comienzos de este año?
No, porque estuve en 2005. Pero me tocó presenciar una campaña muy divertida sobre un referéndum constitucional, donde los símbolos asignados a cada campo por la autoridad electoral, naranjas y bananas, le dieron un toque muy cómico al proceso.

¿Cuál es la mirada que planteas en tu libro sobre África? Sigue leyendo

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Octubre, mes mundial de las aves

En el mundo existen 48 millones de observadores de aves que invierten unos 85 billones de dólares en la actividad, según los datos de Birdlife International. No sé cómo se elaboran esas estadísticas, pero supongo que no formaré parte de esos millones de fanáticos. Sin embargo, me gusta observar aves. Disfruto particularmente del instante del descubrimiento. Sobre un alambrado, en un poste de luz, detrás de una rama, en la copa de un árbol.

Me acuerdo que una vez, en un viaje de trabajo a Iguazú visité el lodge Yacutinga. Un día, me levantaron a las cinco de la mañana para ir a observar aves. Como apenas podía abrir los ojos a esa hora y se me hacía difícil observar hasta el árbol que tenía adelante no puse demasiada expectativa en el paseo. Así, después de una caminata medio dormida por la selva llegué a un bote, donde había una pareja de alemanes frescos y silenciosos, y un guía que según comprobé luego, tenía buena vista. 

Poco a poco, mientras el bote avanzaba por un riacho marrón cerca del río Iguazú los sonidos de la selva y la luz que entraba por las copas de los árboles me fueron despertando y de repente vi una garza. Y después un tucán de pico naranja. Ya llevábamos una hora navegando cuando el guía dejó de remar, señaló unos arbustos cerca de la orilla y me pasó unos binoculares. No vi nada. Al parecer, los alemanes tampoco. Entonces, él volvió a apuntar su índice y la segunda vez pude verlo. No recuerdo el nombre del pájaro, pero sí el color turquesa intenso. Como si estuviera hecho con agua del Caribe. Era muy pequeño y apenas pestañeamos se voló.

Nunca supe más de él, pero guardo esa observación como un logro. Igual que la del quetzal en Guatemala, la del martín pescador en los Esteros del Iberá, la del pelícano blanco en la laguna de Chacahua y la del colibrí en el patio de la casa de una amiga. Me gusta pensar así la observación de aves. Como los que coleccionan carreras o cruceros o cornamentas de ciervo o países, cada ave que uno descubre es una figurita nueva. Y parece que ese pajarito turquesa era una figurita difícil. Esa madrugada los alemanes -que seguramente sí pertenecían a los 48 millones de observadores de aves- no podían creerlo cuando lo vieron. Enseguida lo buscaron en su guía especializada y comprobaron que ellos lo estaban viendo en libertad. Cuando ella anotaba el nombre del ave, el lugar y la hora en su libreta de campo, la mano le tembló de emoción.

Los países con más observadores de aves son Inglaterra, con más de un millón, Estados Unidos (600.000), Holanda (125.000) e Italia (20.000). Muchos de ellos aprovechan el cambio y la diversidad de aves y viajan exclusivamente en busca de aves. Este mes, en Argentina hay visitas y cursos y salidas de observación y una nutrida agenda -desde cursos y salidas en Esquel, en la Patagonia, hasta avistajes en la Laguna Blanca y el Parque Nacional Río Pilcomayo- organizada por Aves Argentinas especialmente para el Festival Mundial de las Aves del que participan 88 países y que este año está dedicado a las aves migratorias y sus rutas.

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Orientatlón, una carrera de estrategia

Me encontré con un amigo en un bar. No lo veía hace un tiempo y me contó que está corriendo carreras de aventura. «Se llaman orientatlones y son carreras donde los competidores necesitan, además de estado físico, una mínima noción de navegación terrestre y uso de GPS», me contó entusiasmado.

Parece que después de la sirena de largada, los participantes no salen corriendo hacia la meta como en una típica carrera. En un orientatlón, después de la largada, los equipos se sientan a leer el mapa, que hasta ese momento no conocían. Lo estudian y deciden cuál será el rumbo a seguir. Sólo después parten, a la aventura y a la carrera.

La idea me recordó al Desafío de los Volcanes, que hace unos años cubrí para el diario La Nación. Sólo que esa es una versión más extrema y con competidores que se pasan buena parte de su vida entrenando. Los orientatlones de los que participa mi amigo son de menor exigencia y uno puede inscribirse en distintos niveles. El último se corrió hace unos días en La Cumbrecita, Córdoba, y duró dos días de naturaleza agreste y cielos limpios.

«El primer día tratamos de juntar la mayor cantidad de puntos, que se obtienen al llegar a distintos puestos de control -cada uno tiene distintos valores- y finalmente al campamento. El puntaje está relacionado con el grado de complejidad y distancia, por eso la estategia es fundamental. Y también la brújula: trazar un rumbo lo más aproximado posible a la meta. Me gustó mucho la caminata, pero lo que más disfruté fue la noche silenciosa y fría desde mi vivac, bajo el cielo protector», me contó mi amigo, que después de ese trekking por las sierras ya se anotó en el próximo orientatlón, el último del año, que se correrá en San Luis.

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El libro de souvenirs de Michael Hughes

 

El fotógrafo freelance Michael Hughes convirtió en libro su proyecto Souvenir. ¿En qué consistía? Durante sus viajes, compraba réplicas de los típicos souvenirs -una vela, una taza, un almohadón, un llavero, un auto o puente en miniatura-, los ubicaba en el lugar del original y sacaba una foto creando una ilusión óptica. Un detalle: sólo usó souvenirs comprados en el lugar y que se pudieran tomar con una mano.

Después de varias notas en diarios y revistas, su libro que salió hace apenas dos meses, ¡ya se agotó! Mientras tanto, en Flickr se pueden ver las fotos de algunos souvenirs clásicos y otros más originales. Por aquí.

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Una diseñadora suelta en Tokio

 “Tokio es kawaii”, me dice Valeria Pesqueira, una diseñadora argentina con marca propia en crecimiento. Como otros once argentinos, Pesqueira fue seleccionada para exponer en Rooms, una una feria internacional de moda en Tokio con más de 400 diseñadores. Hace unos días que volvió. Y volvió contenta: consiguió clientes nuevos, alucinó con Japón y se compró un vestido de la diseñadora Tsumori Chisato.
Antes de escuchar sus impresiones del viaje, le pregunto qué significa kawaii. Y me cuenta: “En Japón se dice kawaii cuando algo es bonito, tierno, cute. Hello Kitty es kawaii.

Me interesa el concepto kawaii, así que después de la entrevista, leo algo sobre el tema. También son kawaii esos animales, que a veces son un gato o un conejo y otras, una mascota indescifrable que en general tiene diseño sintético, redondeado, con brazos y patas cortos y colores pastel. Nunca tienen cuello, y boca y orejas, sólo a veces. Como los otros personajes de la marca Sanrio –creadora de Hello Kitty– y algunos viejos héroes del animé (Totoro, Doraemon). La esencia de los íconos kawaii es tierna, lenta, dulce, amigable y tiene obvios recuerdos de la infancia. Un antropólogo de la Universidad de Boston comentó al respecto: «La infancia en Japón es una época en la que hay indulgencias de todo tipo, de tu madre sobre todo, pero también de la sociedad».

Al parecer, el término kawaii es muy popular en Japón. Según una conocida revista japonesa para teens, es la palabra más usada y querida en el Japón de hoy. Al parecer, surgió como una respuesta al horror de la Segunda Guerra Mundial. Si hubiera que representarla tendría la forma de mascotas tiernas, flores simples, colores suaves. Es usada por  niños, jóvenes y adultos. Las señales de tránsito pueden ser kawaii o el avión de JAL pintado con un Pikachu gigante.

“Lo más kawaii que encontré en Tokio fue un conejito con casco de obrero que marcaba que esa zona de la calle estaba en reparación. Y después había una tapia de madera con un dibujo casi infantil de cómo quedaría el futuro parque”, me cuenta Pesqueira mientras me muestra en su computadora fotos de ositos de peluche fucsias con nariz negra.
Ese desvío estaba cerca de Shibuya, uno de los barrios más poblados, una zona comercial y con varios karaokes y, también, uno de los cruces más transitados del mundo (los peatones pueden cruzar en las 4 direcciones). Es la esquina que se ve en Perdidos en Tokio. Varias veces, mientras caminaba por la ciudad se acordó de la película. Pero dice que no se perdió.
El grupo de los diseñadores argentinos se alojó en un hotel céntrico –pagaban 120 dólares-, pero ella no. Tenía una amiga y se quedó en su casa -inolvidables los huevos revueltos con salmón rosado que preparaba su madre en las mañanas- que al final resultó la casa soñada en Hamadayama, un barrio a 20 minutos de la estación central, donde el día transcurre a otro ritmo, más tranquilo. Cuenta la diseñadora que no todas las estaciones de metro tenían el nombre en inglés, entonces, por las dudas le sacó una foto a la suya y siempre la llevaba a mano, para no pasarse.

Pesqueira sacó más de 600 fotos y después de verlas todas diría que más del 40% eran detalles de packagings, estampas, pachinkos (tragamonedas japoneses) y estética kawaii. En el viaje, notó la gran diferencia que hacen los habitantes de la ciudad entre lo privado y lo público. «Cuando llegás a una casa, te sacás los zapatos y te lavás las manos. Después de Tokio me fui a New York y me pareció sucio».

Otros barrios que visitó en Tokio fueron Shimokitazawa, a unos 15 miniutos del centro, con tiendas de diseñadores jóvenes y opciones no demasiado caras; Harajuku, un barrio para teens, donde la tribu de otakus (fanáticos del animé) y las colegialas con sus uniformes extracortos van a comprarse pavaditas kawaii y a comer al paso, Roppongi, la zona donde están los malls («tipo el Midtown») y Omotesando, la calle elegida por las marcas de súper lujo y el shopping Omotesando Hills. Le encantó el diseño de Viñoly del Forum de Tokio y la Yokohama Trianale no la sorprendió especialmente. No fue a Akihabara, el distrito donde se vende la electrónica, pero sí pasó por Tokyu HandsMuji y Loft, para muchos las tiendas más cool del planeta.

Qué le llamó la atención de Tokio: los libros de moda para mascotas, la cantidad de bicis, que toman mucho sake y cerveza, que a las 12 de la noche termina el transporte público y termina el día, la conciencia ecológica -los compradores que se acercaban a su stand querían comprar green, es decir, sin procesos que dañen el medio ambiente-, la comida de plástico prolijamente pintada que se exhibe en las vidrieras de los restaurantes, los bares en edificios, los templos budistas y shintuístas plantados en medio del caos, el buen diseño que se encuentra en las tiendas de los museos, que el subte sea un lugar pintado con colores y alegría, la dieta con mucha verdura y pescado, y que los precios no sean tan altos como le habían contado. Los japoneses le resultaron respetuosos, muy serviciales y también esquivos. «Si uno se acerca, lo más probable es que ellos retrocedan», dijo Pesqueira.

Una mañana de sol, Valeria Pesqueira se fue se fue a Kyoto en tren bala -le costó unos 130 dólares y tardó 3 horas-. Allá paseo por la promenade a orillas del río, visitó el templo del agua rodeado de naturaleza, vio geishas con kimonos antiguos y tuvo calor. Cuenta que la gente usaba viseras enormes y abanicos que se regalaban por la calle. Esa noche en Kyoto durmió en un hotel cápsula y no se sintió encerrada.

El viaje terminó después de diez días de estímulos y diseño. De Narita no vino directo a Argentina, pasó antes por Nueva York. Y dice que por primera vez no le impactó tanto.

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Puerto Deseado, ¿un secreto patagónico?

A veces, en un almuerzo de prensa, uno queda sentado al lado de otro periodista y termina hablando de la comida, de la crisis mundial o de las próximas vacaciones. Es probable que cuando llegue a la oficina sepa poco más que lo que dirán las gacetillas que se reparten a la salida. Eso pasa a veces.

Otras, como me sucedió el viernes último, uno queda sentado entre «las partes implicadas» y cuando termina el almuerzo casi podría dar clase sobre un destino.

En el almuerzo del viernes, un evento de promoción de Puerto Deseado a propósito de la ExpoPatagonia que termina hoy, me senté entre Alexis Simunovic, Secretario de Turismo de Santa Cruz, la provincia presidencial, y Jessica Gómez, Directora de Turismo de Puerto Deseado. En dosis similares pero distintas, los dos eran fanáticos de su tierra y me contaron historias y detalles de esa ciudad de 20.000 habitantes, a orillas del Atlántico.

El menú del almuerzo de prensa se preparó con productos traídos de Puerto Deseado: kanikama ahumado -me enteré que el argentino se produce en esa ciudad- abadejo y merluza negra, de las pesqueras que funcionan en la zona, que al parecer pronto abrirán una boca de expendio en la ciudad, para abastecerla con pescado de exportación.

«A Puerto Deseado la dejaron afuera del trazado de la ruta 3. Fue una decisión terrible. Si no hubiera sido así, no digo que seríamos como Península Valdés, pero casi. Que no se nos meta una ballena porque ni te digo», dice Simunovic, con la camiseta puesta. Lo cierto es que Deseado está en la Patagonia remota. En Jaramillo, al sur de Caleta Olivia, es preciso desviarse de la ruta 3 y tomar la 281 por 127 kilómetros hasta Deseado.

En Deseado todavía no hay hoteles que tengan más de dos estrellas ni restaurantes gourmet ni resorts con campos de golf. La infraestructura todavía es básica pero está en planes de expansión.

Deseado tiene la Ría Deseado, una lengua de agua que entra 45 kilómetros en el continente y es el principal atractivo del lugar, que según dicen no ha cambiado desde que Charles Darwin la recorrió en su navío Beagle en 1833.

En ese viaje, el naturalista se subió a un mirador natural que hoy lleva su nombre. En su Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, Darwin escribió durante la exploración de la ría: «Todo era silencio y desolación. Sin embargo, al pasar por regiones tan yermas y solitarias, sin ningún objeto brillante que llame la atención, se apodera del ánimo un sentimiento mal definido pero de íntimo gozo espiritual. El espectador se pregunta por cuántas edades ha permanecido así aquella soledad, y por cuántas perdurará en ese estado. […] No creo haber visto nunca un lugar más apartado del mundo que esta grieta rocosa en la extensa llanura».

Jessica Gómez parece una directora de turismo distinta. No habla con eufemismos y conoce datos y detalles turísticos de su ciudad. Me cuenta que hace unos meses estuvo en Pto. Deseado un equipo del National Geographic filmando la ruta de Darwin para un documental. «Es que el año que viene, exactamente el 12 de febrero, se celebra el natalicio del naturalista», me dice, contenta como si se tratara del aniversario de un familiar. Y agrega que tienen pensado organizar algo para la fecha. Ni bien lo sepa, me contará.

En términos de márketing, Darwin es un buen gancho turístico. Como son los pingüinos de penacho amarillo que se ven en la entrada de este post. Con look punkie y apenas 50 centímetros de largo, esta especie no es fácil de ver. En la Isla de los Pingüinos -a 11 millas náuticas de Pto. Deseado- hay una colonia de 500 parejas y se pueden ver entre septiembre y abril. Otros sitios para verlos: las islas Malvinas y la Antártida. Únicamente.

«Puerto Deseado no es El Calafate. Es posible que los turistas que llegan no sepan sobre el hundimiento de la corbeta Swift en 1770 ni de las exploraciones submarinas en el camarote del capitán ni de la porcelana china encontrada. Pero en el Museo Mario Brozoski hay fotos, objetos y datos», cuenta la directora de turismo. Y después, le hacen una broma porque con tantos datos y charla no ha tocado su comida.

Sé que todo se trató de un almuerzo de prensa. Pero igual, desde que salí de ahí me da curiosidad Puerto Deseado.

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La nueva página de Etiqueta Negra

Los hombres han terminado de trabajar. Desde hace unas horas la revista peruana que se jugó por la crónica periodística tiene nueva página en Internet.

Etiqueta Negra se edita en Lima, pero llega a muchos editores y periodistas de Iberoamérica. Sus autores suelen ganar premios de periodismo o son mencionados en El País de España. Después de seis años de buenas crónicas, Etiqueta Negra se ha hecho un lugar en el mundo periodístico latinoamericano.

Y llegó el momento de una página que acompañe el éxito. ¡Por fin, se puede bajar la revista completa en PDF!  Y también es posible bajarse el primer capítulo de un buen libro. Como La Revelación, de Graciela Mochkofsky. En la nueva Web hay blogs: Juan Pablo Meneses, desde Buenos Aires; Renée Kantor, desde Francia y Daniel Alarcón desde Estados Unidos, entre otros. Se pueden leer números anteriores, claro, dossiers y crónicas hasta decir basta.  

Colaboro con Etiqueta Negra hace varios años. En esta nueva página se puede leer mi última nota ahí: el viaje a una ciudad a la que nunca volveré.

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