
Montevideo tiene algo de foto en blanco y negro, de olor a libro viejo, de espíritu retro. Igual que el río –el mar, con perdón– cierta nostalgia atemporal acompaña una visita a la capital uruguaya.
Con poco menos de un millón y medio de habitantes, la ciudad crece y se moderniza sin perder el concierto apacible de localidad del interior.
Borges, que tuvo abuelo uruguayo y pasó largos veranos en la Banda Oriental, escribió en su poema Montevideo: “Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente. […] Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve./ Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias./ Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas./ Ciudad que se oye como un verso./ Calles con luz de patio.”
Las atracciones del Parque Rodó son un ejemplo de este sentimiento retro. En el barrio donde está el amplio espacio verde, el monumento a Confucio, la Facultad de Ingeniería y la sede del Mercosur, hay un parque de diversiones con viejos juegos mecánicos que si los vieran en Disney harían un museo homenaje.
El Gusano Loco, el Samba, el barco pirata, los Helicópteros voladores y una montaña rusa que de lejos parece construida por el Vietcong, con cañas de bambú. En los kioscos venden churros recién hechos y hay un bar donde los camareros llevan las bandejas al auto y las enganchan en la ventanilla. Sin salir del auto, el conductor mira a la gente pasar, da un trago a su bebida, está más cerca de su infancia.




Después de conocer a Olivier Lemesle me volví a preguntar por la definición de viajero.
Después de un rato, la charla pasa al terreno de los viajes. Me dice Olivier que no entiende a la gente que viaja, cómo puede desenvolverse en las ciudades y adaptarse a otro lugar. Me asegura que no él no es viajero, que no sabe nada de viajar. Pero unos minutos después me cuenta que en el último año estuvo en Berlín, en Montreal, en el sur de Francia, en Argentina.
A Márcio Bortulosso, el autor de esta guía de Ilha Grande, lo conocí hace algunos años cuando cubrí el Desafío de los Volcanes, un raid de aventura que unía Argentina y Chile.

El año pasado en un vuelo de San Francisco a DF, conocí a Gustavo G., un migrante que se salvó.
o.
Cada vez que leo una noticia relacionada con los viajes espaciales me acuerdo de una historia mínima que le pasó a una amiga cercana.
«Pero por qué esta tendencia a buscar lo bello en lo oscuro sólo se manifiesta con tanta fuerza entre los orientales? Hasta hace no mucho tampoco en Occidente conocían la electricidad, el gas o el petróleo pero, que yo sepa, nunca han