Al trabajador sin fronteras, ¡salud!

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El Rito de Primavera, en Nueva York

El cerezo es el árbol querido de los japoneses. Tanto, que a su flor la llaman hana, que quiere decir flor. Como si fuera la única flor del mundo. Cuando florece hacen fiestas y licores y comidas distintas. Hasta se visten especialmente para ir a ver el florecimiento de los cerezos.

El Brooklyn Botanic Garden de Nueva York tiene más de 200 cerezos. También tiene muchos japoneses viviendo cerca. Y posiblemente, los mejores investigadores y desarrolladores de marketing turístico. Resultado: el Jardín Botánico de Brooklyn tiene su Rito de Primavera, los próximos 3 y 4 de mayo, de 10 a 18.

Hay muestras de arte, seguimiento fotográfico de los distintos estadios de la flor y obviamente, todo el merchandising del cerezo.

Hanami es la palabra que habla sobre la tradición de ver cada momento del florecimiento de los cerezos. Las primeras flores, las flores de la mañana, la de la tarde, la de la noche, cada una recibe un nombre. Hasta el acto de ir a ver el florecimiento de los cerezos tiene un nombre. Se llama hana-gari o sakura -gari. Gari sinifica perseguir. Perseguir la emoción de ver las delicadas y frágiles flores de los cerezos. Perseguir la primavera. Porque los cerezos anuncian la primavera. Y tienen que ver con lo efímero de la vida: sus flores duran apenas dos semanas.

Una de las tareas más importantes del servicio meteorológico japonés es predecir el florecimiento. A la gente le importa más que saber si habrá lluvia o sol. En el día anunciado, cuando se abren los capullos, los parques de Japón se llenan de picnics espontáneos y sonrientes bajo inmensos árboles rosados.

Dave Allen, el Web Manager del Jardín Botánico de Brooklyn, hizo este video en base a 3000 fotos digitales tomadas cada tres minutos, entre el 18 y el 26 de abril últimos, en el Cherry Walk. La música del video es de Jon Solo.

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El chile, una patada de sabor

El ají picante tiene distintos nombres en el mundo, pero nunca cambia su meta última de llevarnos al infierno por algunos dolorosos y fantásticos instantes.

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La vuelta de un viajero

Hablamos de él hace algunos meses. Ezequiel Luis Fernández, -argentino, 29 años- viajó desde Coronel Suárez hasta México en Renoleta. Pero el tiempo pasa y ya está de vuelta. Con su «nave», como le gusta llamar a su R6.

Poco más de un año de viaje, cerca de 30.000 kilómetros recorridos y muchos amigos nuevos.

A veces se fantasea con una ida fantástica y llena de cambios, de novedades, de apertura. La vuelta se piensa, en algunos casos, como la contracara. ¿Volver a lo mismo pero habiendo cambiado? ¿Volver a hacer qué ? ¿Volver con menos plata? ¿Volver cómo nuevo? Volver. A veces, la vuelta da la sensación de que uno tiene demasiadas preguntas por responder.

El blog de Ezequiel, que durante el viaje usó para contar la travesía, para registrar búsquedas, sensaciones y momentos de viaje, hoy ha cambiado un poco. «Entré en una etapa reflexiva, de análisis», me escribió hace unos días Ezequiel, que también respondió la entrevista que sigue.

¿Cómo viviste tu vuelta?
Duró dos meses. Recién ahora estoy entendiendo dónde estoy y qué hice.
Antes de llegar muchos viajeros me decían que era difícil conectarte con la gente a la vuelta. Para mi no fue así. Me encontré con cosas muy positivas en la familia, en los amigos. Redescubrí a mi gente.

Ezequiel llegó en avión desde México y sus padres lo recibieron con un abrazo. Comunicó su llegada con 20 días de anticipación. Se fue directo al campo con su familia. Después fueron 15 amigos y le hicieron la despedida de soltero a un amigo.

¿Con qué comida te esperaron?
Con un costillar espectacular al asador

¿Qué hacías antes y qué hacés ahora?

Soy ingeniero agrónomo y trabajaba como asesor de un grupo CREA (de productores agropecuarios). Todavía no tengo claro a qué me voy a dedicar ahora. Quiero un trabajo tranquilo que me permita ganar plata para vivir y el resto dedicarme a armar un nuevo camino como escritor (o periodista). Si se dan las dos cosas aunque me ocupe todo mi tiempo, mejor. Definitivamente, me gusta escribir.

Muchos viajeros que, como Ezequiel, parten en viaje largo mutan a viajeros eternos o se quedan en alguna parada que les ofrece el camino. El estuvo tentado, una vez, en Colombia. Pero al final siguió el viaje.

¿Qué te hizo repensar el tema?
Quería seguir con mi proyecto de viaje, de aprendizaje. No quiero estar lejos de mi familia. Es feo ver a tus papás más viejos por la computadora. También viendo a Argentina desde lejos la empecé a valorar. Me gusta mi país.

Se dice por ahí que un viaje así te cambia la vida, ¿cómo te la cambió? Sigue leyendo

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La caída interminable de Zimbawe

Leyendo las últimas noticias de Zimbawe, parece que el país está a punto de caer por las Victoria Falls. Que se ahogará en su propia agua, el agua que tanta falta le hace.

Unos días atrás cumplió 28 años la independencia de este país africano de 13 millones de habitantes. Exactamente 28 años lleva en el poder el presidente, Robert Mugabe. Mugabe fue el héroe de la independencia, pero hoy a los 84 años hace tiempo que dejó de ser un héroe. “Su problema es que se cree dios”, me dijo hace menos de tres años Lovemore Sibindi mientras cruzábamos el paisaje amarillo del interior del país.

Zimbawe atraviesa una grave crisis política y económica, que si bien comenzó hace tiempo –el año pasado la inflación alcanzó el 8000 % –, se desató con más fuerza y violencia después de las últimas elecciones en las que Mugabe proclamó el triunfo y la oposición, el fraude.

Falta poco para que se cumpla un mes de las últimas elecciones y el gobierno de Mugabe todavía no entrega los resultados del recuento de votos. Tampoco entrega comida en las zonas del país conocidas como opositoras y hay más de 400 activistas del Movimiento para el Cambio Democrático (MDC) el partido opositor, detenidos y privados de los derechos básicos. Además de los detenidos y torturados ilegalmente por militares entrenados por la armada norcoreana en los años 80. Mugabe ha sido acusado recientemente de matar para seguir en el poder.

Leo que la situación en Zimbawe empeora cada día y me acuerdo de Lovemore, el chofer del camión en el que crucé algo del sur de Africa durante dos semanas. Lovemore Sibindi, así se llamaba. Era un negro alto y flaco, que siempre estaba de buen humor. Aunque hubiera manejado diez horas.

Lovemore no era un nombre de fantasía. “Mis padres estaban en un momento de mucho amor cuando me lo pusieron”, me dijo sonriendo.

Cada vez que sonreía se le achinaban los ojos y sus pestañas enruladas ganaban un primer plano. Durante esos viajes largos en camión muchas veces fui adelante y conversé horas con Lovemore, escuchando la música de Oliver «Tuku» Mtukudzi, la voz de Zimabawe. Una tarde, Lovemore habló poco. Tenía la mirada fija en la ruta y parecía enojado. Después supe que estaba pensando en Mugabe. «Debería estar muerto», me dijo cuando caía la noche.

Lovemore era hincha de la selección argentina, se ve en la foto. Pertenecía a la tribu de los ndebele, que está peleada a muerte con los shona, a la que pertenecía Sawa Kurima, el guía del safari. Si ellos no hubieran compartido ese trabajo con extranjeros posiblemente serían enemigos, como otros shonas y ndebeles, que ni se miran y si lo hacen es para agredirse.

No sé donde estarán Lovemore y Shona hoy. Tal vez sean parte de los dos millones de refugiados zimbawenses en Sudáfrica. O quizás sigan guiando un safari a pesar del caos. Porque si bien hay un Zimbawe que está a punto del estallido, hay otro país que vive en otro mundo. Ese segundo país es Vic Falls, la Capital de la Aventura de Africa, un lugar en el que el turista cumple su sueño de aventura a la carta pase lo que pase.

Las advertencias de la Lonely Planet se publican, pero a Vic Falls los turistas llegan igual. A saltar en el segundo bungee más alto del mundo (111 metros), a hacer rafting grado 6 en el diabólico río Zambezi, a sobrevolar las Cataratas Victoria en helicóptero, a recocorrer un par de kilómetros sobre el lomo de un elefante. Si no fuera porque todas las noches, los cortes de luz son largos y oscurecen el ghetto turístico y perfecto, y recuerdan que algo no anda bien, se podría creer que está en un país tranquilo, donde el peligro más grave está en la selva.

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¡Guau! ¡Cuántos hoteles insólitos!

Resulta cada vez más frecuente encontrar un hotel insólito.

Aumentan en cantidad y también en grado de rareza. ¿Crecerán en la misma medida que crece el turismo bizarro? ¿Llegaremos a alojarnos en un tacho de basura ambientado por algún diseñador del momento? ¿O será popular dormir dentro de una botella gigante e indestructible tirada al mar sin más mensaje que uno mismo en una cama inflable, con tevé satelital?

Ideas no faltan. En la página Unsual hotels of the world se puede reservar una noche arriba de un árbol, en el fondo del mar, adentro de un bloque de hielo, en un tranvía o en una cárcel, igual que un preso. Las excentricidades varían pero sobre todas las cosas, aumentan y son buscadas por los turistas que siguen tendencias.

¿Dormir abajo del agua? Sí, a Jules’ Undersea Lodge, de Key West, se sumarán pronto dos nuevos hoteles submarinos: Hydropolis, en Dubai, que costará 580 millones de dólares y tendrá 220 suites, además de un amplio espacio con restaurantes, negocios; y Jone’s Poseidon Undersea Resort, un hotel con spa y capilla para casamientos -como tiene el Ice Hotel de Quebec– pero todo bajo la costa de Fidji. Ya toman reservas para 2009, por si alguien está interesado, costará alrededor 15.000 dólares la semana para una pareja.

En Austria, por ejemplo, están los caños de cemento -¡de 9 toneladas!- diseñados por Andreas Strauss en base al concepto de hospitalidad-minimalista, en un sentido económico. Demasiado económico para algunos porque ni siquiera incluye baño… Los sanitarios y el área de cafetería están en los alrededores.

El lugar se llama Das Park Hotel y está en la ciudad de Ottensheim, a orillas del Danubio. Maneja una política de costos interesante: «pague lo que desee». Cada pasajero deja la cantidad de euros que pueda. Los cuartos se reservan online y el pasajero recibe un código de acceso.

La idea de los caños me recordó a los hoteles cápsula de Japón, que probablemente están entre los más antiguos de los bizarros. Un típico hotel cápsula como el de Akihabara, se compone de dos sectores principales: uno público que incluye los baños y el otro privado, donde están los las cápsulas organizadas como los nichos en un cementerio. Estos nichos para vivos son de plástico reforzado y tienen tevé, video, radio, luz y otras amenities al alcance de la mano, claro, porque el cuarto mide 1m x 1m x 2m.

El primer hotel cápsula fue diseñado por el arquitecto Kisho Kurokawa en Osaka, a fines de los años 70. Todavía hoy son usados mayormente por hombres. La noche en un capsule inn cuesta desde 40 dólares.

En la localidad sueca de Vasteras, a trece metros del suelo y sobre la copa de un viejo roble, está el Hotel Woodpecker Hotel (pájaro carpintero), uno de los hoteles más pequeños del mundo. Tanto, que sólo es capaz de alojar un huésped, máximo dos. Pequeño pero con estilo: arriba hay un dormitorio, un toilet, una pequeña cocina, una biblioteca, una hamaca y un balcón con una mesa con unos binoculares para ver posiblemente pájaros carpinteros. La noche cuesta desde 250 dólares. Esta jaula de madera fue diseñada por Mikael Genberg, un escultor local, el mismo que hizo el Utter Inn, un hotel flotante en el lago Malaren, también en Vasteras.

El último que encontré, mientras hacía la nota de los perros de alquiler, fue el Dog Bark Park Inn, un hotel dentro de la mascota más grande del mundo creado por dos artistas, Dennis Sullivan y Frances Conklin. La cucha gigante queda en Idaho y está llena de arte perruno en los cuartos. Y en el desayuno, donde no faltan las cookies caseros con caritas de perro. Dicen que el loft de la cabeza tiene muy buena vista. Por supuesto, este lugar acepta mascotas, y la habitación doble tiene un precio razonable: 100 dólares.

Dormir en la cárcel es definitivamente la opción más económica de esta lista caprichosa. La Antigua Cárcel de Mount Gambier, en el sur de Australia, cuesta 20 dólares por persona. Caben hasta tres personas por celda y el precio, claro, incluye la llave del candado.

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El Bulli: el mejor restaurante del mundo

El tipo llegó para quedarse. Pasan los años y en el mundo se siguen inaugurando nuevos restaurantes, pero el reinado de Ferran Adrià perdura.

Por tercer año consecutivo, el prestigioso Premio S. Pellegrino que otorga la revista inglesa Restaurant es para El Bulli, el famoso restaurante del cocinero catalán Ferran Adrià.

Muchos comparan este premio con el Oscar de la gastronomía, y cuando lo recibió, Adrià declaró hoy a la BBC Mundo: «¡Imagínese, es como si un director de Hollywood ganase el Oscar tres años seguidos!» Expresó también: «Este nuevo premio no sólo reafirma el lugar de mi tierra, Cataluña, en la gastronomía mundial, sino el de España en general, de lo cual estoy muy orgulloso. Comparto mi premio con todos los chefs españoles y con los 70 empleados de El Bulli».

El restaurante del catalán, que queda en Roses, Girona, tiene tres estrellas de la Guía Michelin, y ya había sido designado el mejor por un cónclave de 560 cocineros y críticos de todo el planeta reunido en Londres, en 2006.

El restaurante El Bulli ha llegado a recibir ¡300.000 reservas! y sólo tienen lugar para 4500 comensales por año. Comer en El Bulli cuesta alrededor de 200 euros por persona. Y posiblemente sea más caro en algún tiempo, el mito que rodea al cocinero se alimenta todos los días.

El mérito más grande de Adrià es extender las fronteras de la cocina, agregarle ciencia, técnica y concepto a la gastronomía. El resultado es la cocina molecular, que emplea no sólo a cocineros, también trabajan ingenieros y arquitectos. Para Adrià, «La cocina es un lenguaje mediante el que se puede expresar armonía, creatividad, felicidad, belleza, poesía, complejidad, magia, humor, provocación».

Los diez mejores según la Revista Restaurant

1. «ElBulli», Cala Montjoi, Cataluña, España
2. «The Fat Duck», Bray, Berkshire, Reino Unido
3. «Pierre Gagnaire», París, Francia
4. «Mugaritz», Errenteria Gipuzkoa, País Vasco, España
5. «The French Laundry», Yountville, California, EE.UU.
6. «PerSe», Nueva York, EE.UU.
7. «Bras», Laguiole, Francia
8. «Arzak», Donostia-San Sebastián, País Vasco, España
9. «Tetsuya’s», Sidney, Australia
10. «Noma», Copenhague, Dinamarca

Tres españoles y dos franceses entre los primeros diez. Y sólo uno latinoamericano entre los 50 premiados, el número 40, el D.O.M., de Sao Paulo, Brasil, que comanda el chef y ex-DJ Alex Atala. Sin embargo, Ferrán Adrià declaró por ahí que «el futuro de la gastronomía está en Latinoamérica». Y mientras tenga esta estirpe de ganador, la suya es palabra santa.

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Sobre el bidet…

El artista belga Guillaume Bijl inauguró hace unos días una retrospectiva que incluye uno de sus trabajos más bizarros: “Bidet Museum”, una instalación que muestra una foto colgada, por ejemplo, la de Edit Piaf, y abajo un bidet. Uno cree tontamente que ése era el bidet que usaba la dama de la canción francesa. Pero no: es la forma que eligió el artista para cuestionar los valores de la sociedad de consumo.

La obra del belga llevó a que me preguntara por ese extraño artefacto muy usado en algunos países, como el mío donde es tan importante como la ducha, y totalmente desconocido en otros, por ejemplo, Estados Unidos. Cuentan algunos historiadores que durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados norteamericanos descubrieron bidets en las casas francesas creyeron que eran ¡bebederos!

La palabra bidet viene de Francia y del francés: significa caballito o pony. Algunos creen que el nombre se debe a la manera de sentarse, con las piernas abiertas. Lo que para muchos no queda muy claro -y todavía es tema de discusión en foros y sitios de Ineternet- es por qué los comandos de ese caballito quedan atrás y el jinete no mira hacia ellos.

Al parecer, el bidet habría sido inventado por los caballeros de las Cruzadas, en su viaje desde Jerusalén. Fue usado por las mujeres para lavar sus genitales después de tener relaciones sexuales y, también, ya durante la Revolución Francesa, para lavar barbas largas o bigotes profusos. Se usaba mucho en épocas en que el baño era una vez por semana. Poco a poco, se convirtió en un objeto que no podía faltar en una casa noble de Francia. Primero estuvo en el dormitorio y luego pasó al cuarto de baño.

Después de leer varias páginas publicadas recientemente con todo tipo de preguntas sobre cómo se usa el bidet (¿se llena el recipiente? ¿se aplica directamente el agua? ¿se usa jabón? ¿cómo te secás? ¿es para ambos sexos?) no es extraño que los soldados norteamericanos lo usaran como bebedero.

En Perú no recuerdo que se use, ni en Colombia, pero en Uruguay son fanáticos. Igual que en Japón, un país que adora los baños y los tunea con tecnología. Hasta piensan incorporarlo el próximo mes en una aerolínea: All Nipon Airlines será la primera línea aérea que contará con bidets abordo (para todas las clases). Japan Airlines también los incorporará pero únicament para los pasajeros premium.

Quizás porque no tienen tanto espacio, los japoneses inventaron el washlet, un bidet incorporado en el inodoro, con control remoto, música, una función de ¡masajes! y alta tecnología orientada a la felicidad íntima. Ahora bien, una cosa es el bidet de casa y otro el de un baño de hotel. ¿Quién usa hoy el bidet cuando viaja? Algunos lo hacen…

Ciertos personajes no sólo tienen bidet en su casa y en su trabajo. Como Vladimir Putin, que además de tener bidet en su casa, hizo construir uno para su jet privado, con grifería dorada.

Charly García hizo su tema Promesas sobre el bidet, y el belga su instalación inquietante. Entonces, ¿el bidet es cosa de artistas?

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¿Psicólogo por parrilloterapia?

Amanece nublado y con ánimo de lluvia, pero los implicados deciden que el asado se hace igual. Como es domingo, nadie madrugó y los primeros leños se arriman a la escena pasadas las once de la mañana.

Hay leños finitos como fósforos, otros gruesos y largos como la pata de un caballo y algunos gordos y cortos, como el cuello de un luchador de sumo.

La escena se desarrolla en un parque rodeado de árboles centenarios y un viejo galpón donde crece una madreselva que llena las tardes de olor dulce. Pero ahora es casí mediodía y uno busca el lado salado de la vida. O al menos el de la comida.

Uno de los implicados toma a su cargo la faena y prende un fósforo que quema la corteza que abraza los leños que encienden el fuego. El implicado agrega ramas y lo agranda porque lo que sigue no es asar simplemente un par de chorizos y unas carnes. Sigue es asar un cordero y los implicados saben que se necesita un gran fuego y algunas horas. Además de un asador, como se llaman esos hierros en forma de cruz donde se ata el cordero.

Los implicados tienen claro que faltan horas para llevarse una costillita a la boca, pero igual se acercan al fuego. Uno a uno, como si un gurú los encandilara con su presencia anaranjanda y ardiente. Alguien trae sillas, otro descorcha un vino, la de la punta prende un cigarrillo, y se podría decir que en este momento, cuando todos están frente al fuego dispuestos a la conversación ociosa, justo ahora comienza la parrilloterapia. ¿O debería escribir la sesión de parrilloterapia?

Primera máxima de una parrilloterapia: esto no es lo mismo que ir a un asado. En una parrilloterapia uno no llega cuando todo está servido, uno acompaña el proceso.

Ché parece que va a llover, dice alguien y otro responde que leyó que éste será un año de lluvias. Y una dice que mejor juntemos leños antes del agua y parten con ella un par en busca de ramas secas. Los que se quedan esbozan teorías sobre cómo hacer el mejor fuego, cómo mantenerlo, cuándo conviene sacar brasas. Los implicados no leen libros sobre el tema, pero tienen muchos asados en la piel. Entonces se largan las anécdotas y la propia experiencia domina las horas que vendrán. En una parrilloterapia nunca se habla de nada íntimo, pero los temas universales tienen tratamiento íntimo. Cada tanto, las anécdotas se interrupen para servir más vino o para pensar en equipo, entre todos, como en una terapia de grupo, cómo habría que proceder si esa nube negra que está ahí atrás se hace lluvia.

Pasaron dos horas y el implicado a cargo tiene los ojos rojos por el humo. Es el único que maneja el fuego, el que controla la llama, el que mueve las brasas y dice cuándo es necesario subir o bajar el cordero. El resto opina, pero la decisión última es del implicado a cargo.

Segunda máxima: la parrilloterapia es una actividad físicamente pasiva -si uno no es el asador, suele quedarse sentado durante horas- y mentalmente activa.

Alguien trae una picada y una panera con galleta de campo. Después de un par de horas, los implicados están en plena dimensión parrilloterapia. Pasan revista a la política, a la religión, a la pareja. Siguen las anécdotas y la opinión; las preguntas, el acercamiento, la reflexión. Puede haber discusiones en una parrilloterapia, claro. En esta también la hay: una de las implicadas es vegetariana y defiende su posición. No comerá ni una pizca de cordero a pesar de la insistencia. Sin embargo, ve cómo se asa lentamente y participa de la escena. Cada tanto, eso sí, mira para otro lado.

Tercera máxima: una parrilloterapia trasciende la carne y no es necesario ser carnívoro para participar. Tampoco es necesario que los participantes se conozcan. La parrilloterapia une.

En una parrilloterapia la lista de temas nunca se termina. Alguien nombra al glaciar Perito Moreno a propósito de los nuevos hoteles y uno de los implicados, el más grande, cuenta de cuando fue por primera vez, hace 50 años. Llegó al Calafate en un DC3, un avión de museo. No había pasarela y un amigo que iba armado le tiró un par de tiros al glaciar para que se rompiera. Durmieron una noche en un refugio y por la noche escucharon los ronquidos del hielo. Otro implicado, uno joven, contó que trabaja cuatro meses por año en un barco que va a Ibiza. El resto del tiempo viaja y descansa en Argentina. Otro relata con detalles un choque terrible y del que sobrevivió, hace 15 años.

Cuarta máxima: la parrilloterapia no tiene edad, conviven y se nutren unos de otros, jóvenes y viejos. (Los niños no suelen ser implicados activos en una sesión de parrilloterapia).

El viento bate las copas de los árboles del monte y amenaza con apagar el fuego. La nube negra se acercó demasiado y las primeras gotas caen pesado. Uno de los implicados trae un paraguas y tapa el cordero como puede. Los demás implicados se tapan, se guarecen pero no se van.

Quinta máxima: la dimensión parrilloterapia ejerce fascinación sobre los implicados. Más que la transferencia. Se establecen códigos que se recuerdan en futuras parrilloterapias.

La lluvia dura poco, se la lleva el viento a otro pueblo. Después de bajar el cordero hacia el fuego, después de darlo vuelta y después de varias horas, más de cuatro seguro, el implicado a cargo hace una incisión precisa y dice que está listo. Corta una pata, después las costillas y cada uno -menos la implicada vegetariana que se prepara una tortilla de verduras- toman su trozo de cordero asado. En este momento, cerca de la hora en que la madreselva llena el aire de olor dulce, por primera vez los implicados dejan de hablar. Están masticando: el cordero, las anécdotas, el canto de los pájaros en el monte y la sabiduría que proporciona un domingo de parrilloterapia.

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El Pink Corner de Barcelona

Desde hace algún tiempo, las direcciones de turismo de muchos países se dieron cuenta del negocio que representa el turismo homosexual, que gasta un 40% más que un turista común. Esto no es nuevo.

Una a una, las ciudades del mundo se van declarando gay friendly. A Buenos Aires le tocó el año pasado, al tiempo que se inauguró el Hotel Axel de San Telmo, que se sumó al que ya existía en Barcelona. La guía Gay Ba tiene cada vez más visitantes, y hasta existe una friendly card. Hoy se calcula que el turismo gay en la ciudad moviliza más de 300.000 visitantes que se traducen en unos 600 millones de dólares al año. Esto tampoco es nuevo.

El Pink Corner sí es nuevo. Aunque el nombre sea algo obvio, así se bautizó al sector gay del Salón Internacional de Turismo de Cataluña, que se está realizando por estos días en Barcelona. Es la primera vez el colectivo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) está presente en una feria de turismo en la región, y además, representado por nada menos que 50 empresas.

El gran crecimiento del turismo LGBT en Barcelona ha logrado que la capital catalana ocupe el segundo lugar más visitado después de Amsterdam, aunque se espera que en unos meses durante los juegos Eurogames, que este año se celebran en Barcelona entre el 24 y 27 de julio, llegue a superarla.

El Pink Corner o Rincón Rosa tiene 1200 metros cuadrados, es más grande que el espacio que tuvo el turismo gay en la última feria de Berlín, y calculan que pasarán más de seis mil personas que pueden encontrar información práctica , como revistas y portalespara el mundo gay, y ideas para las próximas vacaciones.

La visibilidad facilita la integración, eso creen los coordinadores del Pink Corner. Mientras tanto, Barcelona pasa sus días de feria en feria, siempre con algún evento, siempre en la agenda del turismo mundial (del colectivo LGBT o del que sea).

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