En la primavera de Nueva York florecen los tulipanes y los cerezos, la gente se saca por fin las bufandas y los pesados sacones que lleva en invierno. Todo parece maravilloso hasta que comienza la lluvia. Varios días de cielos grises, agua y más niebla que de costumbre.
Para los turistas, nada de Central Park ni planes outdoors. Es el momento justo para meterse en una librería grande, como Strand. El problema de Strand, la antigua libería del Greenwich Village es cómo salir.
Su logo es «18 miles of books» que traducido son 28,9 kilómetros de libros. También tiene el título de ser la librería de rarezas más grande del mundo. Eso se nota antes de entrar: hay varias repisas con ofertas de un dólar, donde se pueden encontrar catálogos de remates de Christie’s y novelas hasta un curioso libro de fotos y textos breves con el título: Bodas de los 90. Un fotógrafo de sociales se dedicó a sacar casamientos, todos los fines de semana durante un año. El libro comenta las bodas, todas con los nombres de los involucrados, y muestra fotos en blanco y negro. Ya es difícil salir de los estantes de un dólar y pasar a la librería. Pero una vez adentro, salir es casi imposible. Aunque duelan los pies.

En 2007 , Strand cumplió 80 años. Antiguamente estaba a la vuelta de la ubicación actual, en una calle conocida como la cuadra de los libros porque tenía varias librerías. Con el tiempo fueron reemplazadas por bancos y seguramente por alguna sucursal de la popular cadena de farmacias Duane Reade. Hoy, la única que queda es Strand, un negocio familiar atendido desde el comienzo por sus dueños, la familia Bass.
Hace poco le hicieron una entrevista a Nancy, la hija de Fred Bass, que ahora maneja la libreria. Ahí contó que una de las piezas más valiosas -40.000 dólares- es una copia del «Ulises», firmada por Joyce y Matisse, que la ilustró.
Tres pisos y un subsuelo, para browsear, como dicen los latinos, libros y más libros: de arte, de fotografía, de historia, de cocina, ciencia ficción, de matemáticas, de todo. Hay mesas de bestsellers, de ofertas, de buenas ideas para hacer regalos, de menos de 10 dólares, de ficción y de no ficción. Todas tienen cartelitos con los libros recomendados por el personal, más de 200 empleados con cara de lectores voraces. En el subsuelo hay discos y películas, también con buenas ofertas.
Cuando salí despues de varias horas de internación, sentí que me faltaban los pies. Por unos segundos, la sensación fue placentera. Pensé que quizás los kilómetros de libros me habían hecho volar. Pero en el primer semáforo, el de Union Square, me di cuenta que no los sentía por el dolor. (En Strand se lee de pie).
Igual quiero volver. Y hoy puede ser un buen día: a las 18.30 entrevistan a Chuck Palahniuk.
Para muchos mexicanos ayer fue San Jesús Malverde. Este personaje, desconocido por la iglesia católica, cuenta con la fe de miles de aztecas, especialmente de sinaloenses, que cada 3 de mayo festejan en aniversario de su muerte. La de ayer fue una fecha importante: 
En síntesis, este festival es un homenaje a los cerezos, una fiesta para celebrar el cambio de estación, una especie de canto a la primavera. Hanami es la palabra que describe la tradición de ver cada momento del
El Jardín Botánico de Brooklyn tiene 220 cerezos, parte de los dos mil que donó Japón a Estados Unidos a principios de siglo pasado.
Encontrar café Internet en Nueva York es complicado. Por lo menos en Midtown.
En algún sentido, los piñones son o, mejor dicho, fueron la base de la cocina mapuche. En una época no tan lejana, los pobladores originarios de estas tierras altas aprovechaban al máximo el fruto de la araucaria o pehuén, el árbol que dominaba la zona y que le dio nombre a Villa Pehuenia y a la IX región chilena,
El ónmibus llegó a Villa Pehuenia desde Neuquén capital. Traía pasajeros locales, que compraron allá mercaderías que cuestan mucho menos que en los parajes alejados donde ellos viven.

Eso dicen en Villa Pehuenia. Que faltan mujeres, que lo anuncie ¡por favor! en mi página. «Eso sí, poné que sean lindas y que tengan entre 25 y 35 años«, me dijeron varios hombres que hoy trabajan como guías de montaña y de pesca, como cocineros, recepcionistas y camareros. Hombres buenosmozos, con pinta de leñadores. «Somos muchos más hombres que mujeres en la Villa«, insistieron ellos.