Arte express en una favela de Río de Janeiro

Esta vez los muertos no tuvieron nada que ver. Ni la droga ni las persecusiones entre policías y traficantes. Esta vez, Morro da Providencia, una de las favelas más peligrosas de Río de Janeiro fue noticia por el arte. Un fotógrafo francés que firma JR y se define como artivista (artista + activista) empapeló la villa con retratos y miradas de mujeres.

Durante un mes, JR vivió y trabajó en la villa. El resultado se vio hace un par de días, cuando cubrió las paredes de muchas casas precarias con afiches de fotos de mujeres de la misma favela. Una de ellas es Fátima Barbosa, de 48 años, madre de un joven vendido por los militares a una favela vecina y rival, que terminó ejecutándolo.

La lluvia ya ha borrado parte de esta muestra de arte express. Según Mauricio Hora, fotógrafo y habitante de la favela, sirvió para levantar la autoestima de los pobladores, que siempre se sienten observados. 

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Lazos familiares: el viaje a las raíces

A veces no sé bien para qué sirve Facebook y tengo ganas de borrarme. Otras, cuando busco algún nombre y aparece una persona que no veo hace tiempo, decido quedarme.

Varios años atrás, en un viaje largo, recorrí el Tíbet y conocí a dos montañistas chilenas. Estuvimos juntas unos diez días en Lhasa, la capital del Tíbet. Visitamos el Potala, el Jokhang y monasterios alejados a los que para llegar había que levantarse a las 5 de la mañana, en medio de la helada de una capital a 3600 metros de altura. Un día alquilamos unas bicicletas con Rómul y Gerd, un catalán y un alemán. Nos fuimos a pasear por los alrededores de la ciudad, donde ya en esa época había cada vez más chinos. También comimos hamburguesas de carne de yak, nos dolió la cabeza por la altura y dijimos más de cien veces tashi delek, el saludo tibetano.

Una de esas montañistas chilenas se llama Natalie Tabensky. Después del viaje nos escribimos algunas veces. Así me enteré que había trabajado como guía en el Explora Lodge de Torres del Paine, pero me imaginé que tal vez después había retomado su profesión de ingeniera civil industrial. Varias veces me la imaginé trabajando en alguna empresa.

Hace un mes puse su nombre en Facebook y la volví a ver. Decidí escribirle un mensaje para ver en qué andaba, si se había convertido en una mujer muy formal que va con traje a la oficina, si seguía viajando, si escalaba. Recuerdo que cuando nos conocimos me contó que había participado en una expedición al Aconcagua. 

Me contestó hace unos días. Trabajó en muchas oficinas, pero nunca dejó de viajar. Conoce más de treinta países en seis continentes. Justo hace poco llegó de un viaje de más de nueve meses, una especie de vuelta al mundo en busca de sus raíces. Aproveché el encuentro para hacerle una pequeña entrevista sobre su última experiencia.

¿Cuándo decidiste el viaje y por qué?
Fueron varios factores que se unieron para tomar la decisión de hacer un viaje alrededor del mundo. El primero era que sentía que era hora de hacer un cambio en el trabajo. Generalmente cuando me pasa esto, en vez de buscar trabajo de inmediato, aprovecho para hacer un viaje largo. Como además contaba con ahorros para estar un tiempo sin trabajar y tenía ganas de reencontrarme con mis raíces que están repartidas por el mundo, decidí que era un buen momento para partir.

El recorrido lo fui diseñando de acuerdo al momento en que quería estar en cada lugar. Por eso decidí empezar el viaje en Europa para luego ir a Sudáfrica, India y Australia. Tuve la suerte que durante todo el recorrido seguí el verano y/o primavera en los respectivos lugares así que resultó mucho mejor aún, no sólo por el buen tiempo si no que también porque es época de festivales.

El viaje empezó en Hungría con mi madre que es húngara y que emigró a Chile cuando tenía 13 años. Conocí los lugares donde mi madre había vivido, estudiado y frecuentado cuando era chica. En Europa aproveché para ir a España, Hungria, Slovenia, Austria, Alemania, Inglaterra y Gales (foto). En Sudáfrica conocí a mi único sobrino que nació 3 semanas antes de que llegara, así que compartí con él sus primeras semanas de vida. De Sudáfrica me fui a la aventura a India y luego de allí a Australia, donde entre otras cosas participé en la celebración de los 90 años de mi abuela paterna junto al resto de la familia.

Además de ver a familiares, aproveché de visitar amigos que vivían en lugares cercanos y de realizar otras actividades: una caminata por los Julian Alps en Slovenia, un trekking en Los Alpes, otro en la costa Sudafricana llamada Otter Trail y otros dos trekking en Tasmania (The Overland Track y The Walls of Jerusalem).

¿Qué tipo de pasaje sacaste?
Hay muchas ofertas de viajes alrededor del mundo (RTW). Considerando los paises donde quería ir, me convenía tomar el viaje con la alianza One World, que es una alianza de varias líneas áereas que pasan por los lugares que quería visitar. Además resultó conveniente pues pude acumular las kilómetros “lanpass” que me sirven para viajar grátis a algún lugar del mundo.

¿Cuánto te quedabas en cada país?
Fue variado. El país donde más me quedé fue Australia: más de 4 meses pues allí está la mayor parte de mi familia. El país donde menos me quedé fue Slovenia: tres dias solamente. En éste último, me hubiera gustado pasar más tiempo pues superó todas mis expectativas. Tiene unos paisajes muy bellos y para aquellos que les gusta la vida al aire libre, está lleno de actividades: trekking, montañismo, escalada, rafting o simplemente contemplar la naturaleza.

¿Cómo te movías? ¿Parabas en hoteles o en casa de amigos?
En Europa me movilizaba en tren y en línea aérea barata si había. Estas son muy convenientes pues puedes volar de un país a otro en forma muy económica. Por ejemplo, una vez volé en Ryanairque por 100 dólares me llevó desde Londrés a Frankfurt ida y vuelta. Lo único malo que el aeropuerto de Frankfurt Hahn no estaba en Frankfurt si no a más de 110 kms de la ciudad. Lamentablemente cuando tomé el avión no tenía idea de esto. Uno pensaría que si un aeropuerto lleva el nombre de Frankfurt es por que está en esa ciudad, pero en este caso particular no es así.

¿Cuál era tu presupuesto diario?
No tengo idea cuanto gasté pero no fue mucho pues como me quedaba en casa de conocidos no tenía que pagar por alojamiento. Para ser sincera gasto más viviendo en mi ciudad (Santiago) que lo que gasté viajando. También depende mucho de qué países visitas, pues por ejemplo, la India es muy barata, pero Inglaterra es de los paises más caros que he visitado.

¿Usabas guía?
Generalmente cuando viajo uso los libros guías del Lonely Planet. Esta vez andaba con el de Europe in a shoestring, la de Sudáfrica, la de NSW de Australia y la Walking in Australia, que es al final la que más usé.

¿Dónde contabas las historias del viaje?
Empecé escribiendo un diario, pero dejé de hacerlo cuando llegué a Sudáfrica pues preferí ocupar el tiempo disfrutando del momento presente. Lo que sí tengo son muuuchas fotos. Saqué más de 6000. Es una excelente forma de recordar los lugares, los acontecimientos y las personas con las que compartiste. En este viaje cambié mi cámara clásica por una digital y la verdad es que es una maravilla pues no cuesta nada bajar las fotos a un CD y pasarlas a un album digital para que tus conocidos lo puedan ver en cualquier parte del mundo. Recomiendo mi cámara porque saca muy buenas fotos, es chica, liviana y fácil de usar. Es una Canon PowerShot A710IS. También recomiendo usar un Memory Card Reader para bajar las fotos a un computador y pilas recargables para no contaminar tanto el medio ambiente.

¿Qué trekkings hiciste?
Hice una caminata por los Julian Alps (foto) en Slovenia donde subí tres cerros, el más famoso llamado Vogel (1922 m) en el Parque Nacional de Triglav en la región de Bohinj. Este lugar está lleno de caminatas de todos los gustos, niveles y duración, y existe muy buena información al respecto. Aunque yo andaba sola, nunca me sentí sola pues es un lugar muy frecuentado por europeos.

También hice un trekking de cinco días con dos amigas austríacas en los Alpes, en la frontera entre Austria e Italia. Se llama Karnischer Hohenweg (El camino alto de los Alpes Cárnicos). Aunque nos tocaron varios dias de lluvia y frio, de vez en cuando se abrían las nubes y podíamos disfrutar de paisajes espectaculares. Además, los albergues en la ruta son muy cómodos y agradables. Todos cuentan con servicio de desayuno, almuerzo y comida (típica austríaca), son calentitos, limpios y cuentan con un cuarto especial para dejar la ropa mojada, de modo que al dia siguiente cuando te toca partir está toda seca. La gracia de los albergues es que uno puede caminar en forma muy liviana pues no es necesario llevar ni carpa, ni comida, ni cocinilla, ni saco de dormir. Basta con un saco de seda o una sabana, pues los refugios proporcionan camas y frazadas. En esta caminata habían muchos austríacos y alemanes, más que ciudadanos de cualquier otra nacionalidad.

También, hice una de las caminatas más famosas de Sudáfrica llamada The Otter Trail que dura 5 días. Va bordeando la costa entre acantilados, bosques y playas. Lo más complicado de es atravesar los ríos: hay que cruzarlos con la marea baja pues de lo contrario, no queda más que cruzar nadando con mochila y todo. Aunque partí sola, en el camino hice varios amigos. ¡Menos mal! Porque de ninguna forma me hubiera atrevido a cruzar los ríos sola. Al que le interese esta caminata es importante que reserve con anticipación aquí.

Me tocó además hacer dos trekkings con amigos y una prima en Tasmania: el Overland Track, que nos tomó 10 días incluyendo rutas alternativas, y el otro en Walls of Jerusalem National Park. El Overland Track es el trekking más famoso de Tasmania y es el más organizado que he visto. Me llamó mucho la atención todas las gestiones que realiza el Parque para que las personas dejen el mínimo impacto posible. Una buena parte de la ruta cuenta con tablones para que el suelo no se degrade y hasta los desechos humanos se sacan en helicóptero. Sigue leyendo

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Los mejores baños públicos de Nueva York

Las rutinas matan el uso del baño público, pero cuando uno está de viaje se rompen las rutinas y la necesidad llega, tarde o temprano.

En Nueva York el problema parecería resuelto con Diaroogleun nuevo motor de búsqueda de baños públicos en la Gran Manzana.

Se busca por dirección, aproximación, código zip o barrio. Basta escribirlo y aparece una selección de baños públicos con algunas impresiones de autor. Por ejemplo, en Times Square hay alrededor de diez baños. Uno de los que nombra es el de Penn Station, pero recomienda usarlo sólo en caso de urgencia. Quizás para un pis rápido, pero nada más. En cambio, le tiran flores al baño del Marriott Marquis. Parece que si uno entra al hotel desde atrás y va directo a la escalera, nadie preguntará nada y los baños están a la vuelta, a la derecha. Según la página, son los mejores baños de Times Square.
Otro que vale la pena esperar si hay fila, el de Bryant Park, en la 42. Parece que hay flores frescas, música y suele estar impecable. Los autores inspeccionan baños con mucho gusto. Incluso, piensan expandir la idea a otras ciudades. Sólo piden  que si alguien encuentra un baño para recomendar, no deje de hacerlo aquí. Porque el éxito del sitio, dicen ellos, depende además de los efectos de la comida mexicana y otros laxantes, del trabajo de todos.

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El Boom Festival de Portugal

Estando en la India lo que menos pensás es en Portugal, se sorprendió Pritama cuando recorría Goa y escuchaba que unos europeos por acá y otros por allá le nombraban el Boom Festival, que se hace cada dos años –durante la luna llena de agosto– en un campo alejado de Portugal. «Tenés que ir a Portugal», le decían y repetían. 

Desde ahí hasta que finalmente fue al Boom Festival, no dejó de encontrarse con fanáticos del Boom en India, España y Argentina.

Simplificando, es una fiesta trance que dura seis días y reúne más de 20.000 personas. Este año, termina el próximo 18 y la entrada costó 115 euros. Después de llegar a Idanha-a-Nova, en el centro este de Protugal, hay que hacer una cola de 9, 10 o 14 kilómetros durante un rato, hasta que abren las puertas. Cada uno va con su carpa. Adentro hay estacionamiento, puestos para comer, baños, talleres, performances y un gran lago para bañarse. Adentro no hay sombra, así que los que planifiquen un Boom para 2010 consideren llevar sombrillas.

Más allá de las cuestiones prácticas, Pritama Molinari cuenta sus impresiones íntimas sobre el último festival.

«Desde que entré en el Boom hasta que me fui -seis días más tarde-, tuve la sensación de encontrarme en un universo paralelo. El bellísimo campo de Idanha-a-Nova, rodeado por una laguna enorme de agua fresca y transparente, estaba copado por instalaciones y estructuras de más de 70 metros de altura, puentes, oasis verdes en medio del desierto, cyber esculturas, objetos reciclados transformados en arte, y la hipnótica música trance ambientándolo todo.

Pero lo sorprendente no fue sólo la puesta en escena, sino la gente. Personas de todo el mundo, viajeros que cada dos años peregrinan desde donde sea para celebrar este encuentro cosmopolita y auténtico. Mujeres, hombres y niños vestidos con looks increíbles… destilando un estilo de vida fuera de la moda, de la sociedad, de cualquier sistema establecido. Durante el primer día prácticamente no hice más que mirar. Parecía una congregación de guerreros de luz, recién salidos de la Matrix.

Este festival nació como idea en Goa, y trae de las costas indias, el misterio y misticismo. Desde 1997, se realiza cada dos años en Portugal, y tiene una organización impecable por personas de diversos países, convencidas de que otro mundo es posible.

Durante mis días en el Boom, las horas no me alcanzaban para ver y estar en tantos espacios a la vez. Había performances simultáneamente y a cualquier hora.

Una madrugada caminaba por la montaña en dirección al Sacred Fire -lugar dedicado a los recitales de música étnica o sagrada- y vi que toda la gente señalaba a la luna, una bola amarilla colgando del horizonte. Cuando miro mejor, me doy cuenta que no era la luna, sino un globo aerostático fosforescente, y que lo que caía de esa luna no eran estrellas, sino personas, también fosforescentes, y sin paracaídas… ¡que volaban en caída libre hasta aterrizar en la laguna!

No terminaba de reponerme de una visión tan impactante, cuando un chico al lado mío hacía malabares con fuegos artificiales, y en otro rincón se proyectaba un video tridimensional sobre las gotitas de una cortina de agua, o cualquier otra cosa por el estilo, jamás vista.

Además de las performances, los recitales y los dj’s y vj’s haciendo bailar a la gente sin parar, había talleres de técnicas de meditación, agricultura biológica, mandalas, horóscopo maya, ecología sostenible, medicina alternativa, yoga, terapias. Todo el mundo alternativo tenía lugar y horario en distintas carpas.

Y todo el tiempo, la música como un motor que guiaba la celebración de más de 20.000 personas dispuestas a cambiar el mundo desde dentro, desde el interior de uno mismo.

Los seis días pasaron a toda prisa entre los baños en la laguna, las deliciosas comidas de los puestos biológicos, los atardeceres, los nuevos amigos que me hablaban de otras culturas, de otras formas de vivir la vida.

En este momento, otra edición del Boom Festival está sucediendo, y aunque este año no pude ir, siento que una parte mía baila y agradece que haya tanta gente celebrando en el lado luminoso. Como dice el lema del Boom 2008: Todos somos todo. Y otra realidad está siendo en un campo de Portugal.»

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A Taxco no vuelvo más

Ayer me llegó un correo contándome que desde este mes la revista peruana Etiqueta Negra se consigue también en Miami. En Etiqueta se pueden leer crónicas de viaje, crónicas en general, ficciones. Es una revista con lectura asegurada para todo el mes.

En el número de julio escribí un texto breve, una suerte de confesión sobre Taxco, una ciudad a la que como leerán, no volvería. La nueva Web de la revista está en construcción, por eso copio el texto abajo. Antes, una recomendación: cuidado con Taxco.

«Hacer shopping en un pueblo-escalera es inhumano. Por eso no volveré a Taxco, la ciudad donde viven los artesanos plateros más famosos del mundo, la Meca de la Plata donde todos los sábados hay un tianguis –como llaman en México a los mercados– de plata, pero sobre todo una ciudad de plata entre laderas y cerros donde siempre hay que subir o bajar.
Es una mañana de sábado y, desde el DF, he demorado tres horas de viaje en un bus. Me da tiempo para pensar qué quiero comprar: seis pares de aros de plata, un collar –¿o dos?– de plata, algunos dijes y cinco regalos de plata para mis cinco amigas.

–En un rato lo resuelvo y después recorremos el pueblito –le digo a mi novio que me acompaña.
Prefiero la plata al oro. Supongo que me atrae más el color, el brillo, la temperatura. La plata me parece más fresca, menos pesada aunque pese lo mismo. Una vez, hace muchos años, me dijo mi abuela que algún día me interesará el oro, más adelante.
Porque ahora he llegado a Taxco, la ciudad de la plata, y me bajo del bus apurada. Es cierto que preguntando se llega a Roma, pero me gusta más la idea de llegar por mi cuenta. Decido que esa calle angosta y empedrada me conducirá a la plata. Entre los nervios y la subida, alcanzo el final jadeando.

Arriba hay negocios de plata con letreros que dicen: «Artesanos Plateros», «Platería antigua», «Diseños prehispánicos». Pero son carísimos. Esto no es el tianguis que me había imaginado. Miro la hora: son las 13.40 y aún no compro nada. Peor aun, la ciudad se ha llenado de turistas europeos que cambian euros y compran y compran y compran. Y compran plata. Mejor pregunto dónde está el tianguis, no hay tiempo que perder. Quiero comprar plata. Me dicen que baje por ahí, que doble en la primera y ya. Así lo hago y, después de doblar, encuentro mi tesoro: una vía larga, fina y oscura como los pasadizos árabes, con miles de puestos uno pegado al otro, todos radiantes de plata: aros, collares, pulseras, dijes, medallas, colgantes que me miran. Todo Taxco está mirándome como nunca nadie me ha mirado. Aunque, ahora que lo recuerdo, aquél vestido verde en São Paulo también me miró lindo.

Los sábados de feria, Taxco provoca. El pueblo entero se convierte en joyería descomunal, con millones de accesorios al alcance de la mano, sin la distancia de las vidrieras. Los sábados de feria, Taxco es redundante como una torta que tiene dulce en el relleno y en la cobertura también. Llama a la gula, al pecado. Y porque tengo temor de Dios, no volveré a Taxco.
Me brillan los ojos, por fin he llegado. Siento que he descubierto algo. No sé ni me importa que en Taxco haya talleres de platería desde 1930. Tampoco me interesa la historia, ni el barroco ni las visitas turísticamente obligadas. En este momento estoy en el cuerpo de un conquistador que ha llegado a su destino y ahora tiene que arrasarlo. Pienso en Alvar Núñez Cabeza de Vaca cuando descubrió las Cataratas del Iguazú. Éste es mi momento, tengo que concretar la primera compra.
–Señora, ¿cuánto valen esos aretes?
La mujer me dice que sólo vende al por mayor, que debo que llevar diez pares como mínimo. Taxco se está complicando. Sigo al otro puesto, pero ya no sé si me gustan los aretes largos de plata o los topitos con una turquesa. La gente me empuja y, sin quererlo, estoy en el puesto de al lado, que vende collares. El hechizo de Taxco, un sábado, se termina a las cinco o seis de la tarde. Miro el reloj otra vez: son las tres y todavía no compro nada. Comprar sin tiempo puede ser fatal y en Taxco el tiempo siempre falta. Por eso no volveré a Taxco.

En un momento veo un collar de perlas de plata y él me ve a mí: amor a primera vista, pienso. Lo compro y a partir de ahí empiezo a gastar. Me desato, corro por las calles como un caballo desbocado con sed de plata. Me olvido de mis amigas, me colma un egoísmo planetario que me da miedo pero es incontrolable. Compro con la rapidez de un incendio. Compro plata hasta que se me acaba la plata. Quiero gritar como grita Prince. Pero pido más, como piden los jugadores compulsivos.
Mi novio, que hace rato que me mira preocupado, me dice que me presta, que vamos a un cajero. El cajero se traba y la plata no sale. Mientras, la otra plata está ahí reluciente, esperándome. Pienso en separarme, en vender mi cartera, en cambiarla por plata. Pienso en lavar copas en un bar de Taxco, en asaltar a unos gringos. Hasta quiero pedir limosna en la catedral de Santa Prisca. Pero no hago nada. Simplemente bajo la calle como con la mirada infeliz de un penitente. Me subo al autobús de regreso al DF y, acariciando mi collar de perlas de plata, juro por el Cristo de los Plateros que a Taxco no vuelvo.»

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Links, temas y noticias

El Toreo de la Vincha, en Casabindo
Los defensores de animales que en España son capaces de levantarse en medio del cine y pedir la interrupción de una película donde se defiende el toreo, como sucedió en varios cines en la época de «Hable con ella», de Almodóvar, en Argentina estarían contentos. En este país hay un sólo toreo, en donde el toro es una estrella. Y si alguien sale lastimado no es el animal sino el hombre. En el Toreo de la Vincha, el torero debe tratar de quitarle al toro una vincha con monedas de plata que después se ofrenda a la Virgen de la Asunción. Se practica una sola vez por año, en Casabindo, un pueblito de la puna jujeña. Esa única vez es este viernes. El que vaya es posible que se apune o que termine durmiendo en carpa, pero no se arrepentirá.

 

La vida sexual de los animales, en Nueva York
Desde hace unos días se puede visitar en el Museo del Sexo de Nueva York, una muestra sobre los comportamientos sexuales de ciertos animales, entre ellos, pingüinos, elefantes y monos. Estos comportamientos no tendrían que ver con la reproducción sino con el sexo e incluyen desde besos y abrazos hasta sexo oral. Más info y datos útiles aquí.

 

Comer y comprar en Pekín
Si alguien está allá o viaja pronto, puede tener en cuenta esta nota hecha por corresponsales de Reuters, con datos boutique sobre la Ciudad Olímpica. ¿Un ejemplo? El bar del último piso del Emperor Hotel, donde se puede tomar un trago mientras el sol se pone en la Ciudad Perdida. Para los que se animen, hay un jacuzzi al aire libre.

 

Las navajas no alcanzan…
Nuevos bolsos y accesorios para viajes de la tradicional marca suiza Vitorinox, que los suma a sus tradicionales multiherramientas, que después de la fiebre de la inseguridad son más un problema que una solución porque más de una vez suelen quedar en el bolso de mano y terminan en un depósito. 

Animación urbana en Buenos Aires
Ya está listo el primer libro del grafitero italiano Blublu.org, con dibujos de cuatro años. También se puede ver su página MUTO, un increíble video a partir de graffitis de varios artistas en los muros de Buenos Aires y de Baden, en Alemania.

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Desde São Paulo, la voz itinerante de CéU

El Jazz suave de CéU, una cantante paulista que renueva, otra vez, la música brasileña.

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Mitos y realidades del turismo submarino

Este mes la revista de viajes Travesías cumple 7 años y lo celebra con una edición especial sobre el turismo del futuro. Hay notas sobre los viajes al espacio, las últimas catedrales del vino y más.

Para este número me encargaron una historia sobre el turismo submarino: lo que hay y lo que vendrá. Entonces, me puse el snorkel y las patas de rana y me sumergí en la Web a ver qué me encontraba.

Al principio estaba entusiasmada. Había varias menciones al turismo subacuático y noticias de proyectos millonarios bajo el mar. Leí sobre un mega hotel en Dubai y otro en Turquía y uno más en Fidji. Daba la impresión de que el futuro del turismo pasaba por el fondo del mar. Pero eso fue sólo durante la primera fase.

Después de un rato de navegar más profundamente, veo que la mayoría del turismo subacuático no pasa de un anuncio. Las páginas de Internet de algunos hoteles en el fondo del mar están muy bien diseñadas y se repiten en sitios y blogs, siempre con la misma información. Las páginas muestran renders de los cuartos, con un jardín de corales en la puerta. Hasta es posible que salgan tentadoras burbujas. Pero no hay contactos ni teléfonos ni coordenadas para ver el estado actual de los proyectos. Como si fueran burbujas de ciencia ficción que en cualquier momento se pinchan y no queda nada.

Encontré novedades. La que más me interesó fue el transporte en el fondo del mar, los submarinos personales, que se presentan como el último hit del turismo submarino, que por supuesto es una modalidad sólo para unos pocos. Y sí, el nombre que más se usa para los submarinos es Nautilus, como ese gigante autosufciente que describió Julio Verne en «20.000 leguas de viaje submarino«.

También hay algunos restaurantes donde hoy es posible comer bajo el agua. Tienen paredes acrílicas por donde pasan rayas, como en el restaurante Ithaa del Hilton de Maldivas o jureles plateados e inquietos, como en el Oceanográfico de Valencia.

Lo cierto es que para dormir abajo del agua, la única posibilidad concreta hoy es la misma que hace 20 años: el viejo submarino Jules, que está hundido en Cayo Largo, Florida, y tiene una decoración retrofuturista y recibe a dos parejas por noche. Más sobre el turismo submarino, aquí.

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Vuelve el Tren a las Nubes

Después de tantos anuncios, que recordaban más al cuento del pastor mentiroso y el lobo que nunca llegaba, finalmente hoy regresa el tren más famoso de la Argentina, el histórico Tren a las Nubes, uno de los más altos del mundo (4200 m), que recorre poco más de 400 kilómetros en las intimidades de la provincia argentina de Salta.

El ferrocarril había estado suspendido más de tres años, desde que un día, allá por julio de 2005, dejó varados a 500 turistas en el medio de la Puna. Después, hubo varias amenazas de vuelta pero a todas se las llevaba el viento del norte.  

Unos meses antes de que se suspendiera, viajé el tren. Pasé por los 29 puentes, 21 túneles, 13 viaductos, 2 rulos y 2 zig-zag. El recorrido total dura unas quince horas: las primeras, cuando el tren deja la estación salteña, todo es novedad, paisajes áridos y fotos de amanecer. Con el sol más alto, fui a la estafeta postal del tren y sellé mi pasaporte con el viaducto. Después me tomé un café y escuché a la coplera Mariana Carrizo hacer bromas sobre su suegra y los viejos verdes.

                                      

El problema vino después. Después del viaducto, después de los 4200 metros, después del show de cantar el himno nacional en San Antonio de los Cobres. El problema vino cuando me quise arrancar la cabeza por las puntadas que tenía. El soroche o mal de altura puede ser un compañero de viaje. En el coche restaurante venden té de coca para aplacar el dolor. Voy a ser realista: a veces funciona, otras no.

Por ahora, el tren tendrá tres frecuencias por semana y llevará cerca de 200 pasajeros, pero supuestamente, en una segunda etapa, con más vagones, trasladarán 500. Por ahora, el pasaje costará 100 dólares para argentinos y 140 para extranjeros. El precio incluye desayuno y almuerzo. Aunque dicen algunos que para el mal de altura, mejor que comer es tomar agua. El tema es que no hay una teoría sobre cómo prevenirlo, sino varias. Todas contrapuestas y de efectividad dudosa. Pero para el remedio falta y quizás hasta no sea necesario. Mientras tanto, celebremos que la provincia decidió salvar al tren, y ¡buen viaje!

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Afganistán, los cometas y el chasco del best seller

“Me convertí en lo que soy a los doce años. Era un frío y encapotado día de invierno de 1975. Recuerdo el momento exacto: estaba agazapado detrás de una pared de adobe desmoronada, observando a hurtadillas el callejón próximo al riachuelo helado. De eso hace muchos años, pero con el tiempo descubrí que lo que dicen de pasado, que es posible enterrarlo, no es cierto. Porque el pasado se abre a zarpazos. Ahora que lo recuerdo, me doy cuenta que llevo los últimos veintiséis años observando a hurtadillas ese callejón desierto” («Cometas en el cielo», Khaled Hosseini, 2003)

Lo que más se conoce de Afganistán es el número de muertos, que aparece con frecuencia en televisión. Poco se sabe de los reñidos campeonatos de voladores de cometas -se celebran cada año nuevo-, de los mercados de Kabul y del torneo anual de Buzkashi, el deporte nacional afgano, un juego violento entre dos equipos de jinetes que se disputan el cuerpo de una vaca muerta (sin cabeza ni extremidades).

Hasta un poco antes de la mitad, el best seller de Khaled Hosseini, «Cometas en el cielo», es un viaje increíble a las costumbres y tradiciones de Afganistán, un país con carácter y sin mar.

Hasta un poco antes de la mitad, el libro de Hosseini muestra imágenes de los años 70 en Kabul, construye personajes y relaciones de amistad profundas, creíbles y emocionantes.

Se pueden ver chispas de la esencia de ese país, que en los 80 fue invadido por los rusos, a mediados de los 90 por los talibanes -que gobernaron el país según la sharia o código de comportamiento basado en el rígido derecho islámico- y finalmente, en 2001, los norteamericanos iniciaron allí sus operaciones militares con el objetivo declarado de encontrar a Osama Bin Laden. Sólo hace algunos años, Afganistán marcha a tientas hacia la reconstrucción de un territorio devastado, sembrado de minas antipersonales y con la amenaza permanente de la guerra civil.

Volviendo a «Cometas en el Cielo», la primera parte del libro tiene la virtud de enfocar hasta el detalle esos planos generales que muestra la televisión. Las montañas áridas, una casa llena de alfombras, una historia mínima. Después de la mitad, la escritura decae y el espíritu hollywoodense ataca el libro hasta la última página. Igual que una enfermedad mortal, lo contamina, lo llena de lugares comunes y  de golpes bajos. En varios momentos me recordó a esas películas norteamericanas, como Million Dollar Baby, en las que siempre lo peor está por venir. Lo mismo pasa en este libro: ni siquiera cuando el lector está por los suelos, Hosseini tiene piedad.

Lo confieso: en algunos momentos tuve ganas de destruir el libro, de romperlo o quemarlo. También -no diré en qué parte- quise insultar a Hosseini por sus salidas efectistas. Pero nunca, en ningún momento, pude soltar el libro.

Ese carácter de best seller motivó la película, que se estrenó el año pasado y fue prohibida en Afganistán. Como también fueron prohibidos los cometas, durante el gobierno talibán. Se los consideraba frívolos y no islámicos. En aquella época, hace menos de diez años, si un niño era visto con un cometa, su padre iba directo a la cárcel.

Con los vientos de cambio, los cometas están regresando a los cielos afganos y los pocos niños que quedan después de tantos años de guerras, volvieron a remontarlos en primavera.

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